¡NOP! de Jordan Peele
Estos días que por suerte
empiezan a verse nubes en Barcelona, me ha dado por mirar fijamente el cielo
para ver si hay alguna que no se mueva de sitio. De momento no he tenido suerte
(o desgracias, vaya usted a saber) y las nubes pasan y se van, algunas dejando
caer unas pocas gotas de lluvia muy bien recibida, otras solo corriendo por el firmamento
persiguiendo otros horizontes donde dejar su carga. Pero ninguna se queda
quieta, ninguna esconde lo que esconde la misteriosa nube de ¡Nop!.
Me ha encantado esta película
de Jordan Peele, un director que ya llamó la atención con sus dos primeros
films, Déjame salir en el 2017 y Nosotros en el 2019. Peele me parecía
interesante, aunque nunca me provocó el deseo de escribir de su cine. Con ¡Nop!, su tercer film, si lo ha hecho. Y
es que pocas veces he visto en la pantalla una combinación tan feliz de ciencia
ficción, humor, terror, western, comedia, cine en el cine y reivindicación
social. He leído varias críticas y todas hablan de una extraña y fascinante
conexión con Los encuentros en la tercera
fase de Spielberg, pero a mí, lo que me ha recordado con enorme placer es
el Ed Wood de Tim Burton, mejor aún,
el Ed Wood verdadero con sus historias de platillos volantes hechos con
palillos y colgados de hilos. Peele tiene la misma ingenuidad con un presupuesto
inmenso lo que le permite filmar en grandes paisajes del oeste donde ese entre
amenazador y entrañable (sus problemas de digestión lo humanizan de una extraña
manera) acaba por imponer sus reglas. Pero hay en esta delirante historia ideal
para una tarde de verano muchas más cosas de las que parecen.
Empezando por una primera
secuencia espectacular, sin ninguna duda firme candidata a figurar entre las
diez mejores primeras secuencias de la historia del cine. Ambientada hace años en
un plató de televisión donde tuvo lugar una tragedia inesperada, esta secuencia
aparentemente inconexa con el resto de la historia, sirve recurrentemente para
explicar a sus personajes. Más cosas, el nada oculto homenaje a Werner Herzog
en la figura del director de documentales imposibles; la reivindicación del
jinete negro de la célebre secuencia del cine antes del cine filmada por
Muybridge; la muy hustoniana (no fordiana) utilización de los caballos en ese
rancho semi abandonado; la referencia al mundo de Westworld en el parque temático que dirige el único superviviente
de la tragedia de la primera secuencia; la conexión vía paisaje con el
Shyamalan de Señales. ¡UF! cuantas
cosas en este ¡Nope!, título original
que puede entenderse como un acrónimo de
“Not Of Planet Earth o “Not Our Planet Earth”, es decir “No del Planeta Tierra”,
o simplemente como ese ¡Nope! ¡No es posible! que no paran de repetir sus
atribulados protagonistas. ¡Nop es
mucho ¡Nop!
EL RINCÓN DE LAFOTOGRAFÍA
Para compensar tanto delirio
edwoodiano, no viene mal fijarse en un documental precioso sobre una de las
mujeres más hermosas e inteligentes del siglo XX: Lee Miller, musa de Man Ray,
fotógrafa imprescindible, mujer libre. El Canal EDITRAMA que se puede ver en
Youtube, acaba de estrenar Lee Miller, al
otro lado del espejo, un film dirigido por Sylvaine Roumette en 1995. Reconozco
que el nombre de Lee Miller me resultaba familiar, pero de aquella manera en la
que asocias un nombre a una época, los años de las vanguardias en Francia, pero
sin saber mucho más. Por eso ha sido todo un descubrimiento verla en este film.
Lee Miller era una de las mujeres más guapas que he visto nunca. Nació en 1907 en
una ciudad cercana a Nueva York. Cuando era una adolescente, su padre la fotografió
desnuda en unas imágenes que al pobre le habrían llevado a la cárcel en nuestros
puritanos tiempos contemporáneos. Lee y su padre tenían una relación muy
especial, con él aprendió el arte y las posibilidades de la fotografía y
gracias a él se convirtió en modelo de la prestigiosa revista Vogue cuando tenía 19 años. En 1929, con
22 años, la joven Lee se traslada a París. Quiere trabajar con Man Ray. Allí se
convierte en musa y amante del fotógrafo, además de colaboradora en la sombra y
pasa a formar parte del círculo de artistas de la capital francesa. Cocteau la
convierte en la estatua que cobra vida en La
sangre de un poeta y como si esa estatua fuera ella misma, Lee se libera de
Man Ray empieza a volar sola como fotógrafa. La vida personal de Lee Miller es
apasionante. Libre y sin prejuicios, se casó primero con un acaudalado egipcio
con el que descubrió la belleza del desierto. Aburrida de vivir con él, volvió
a Francia donde conoció al pintor Roland Penrose que iba a ser su marido y su
compañero toda la vida, incluso las largas temporadas que ambos compartieron
con el fotógrafo americano David Sherman. Por si todo esto no fuera suficiente,
el documental de Sylvaine Roumette me desvela una faceta completamente ignorada
por mí en la vida de esta musa de cuerpo perfecto, rostro de perfil clásico y mirada
incisiva: Lee Miller fue corresponsal de guerra y fotoperiodistas durante la
Segunda Guerra Mundial. Sus fotos del Blitz londinense, el bombardeo nazi que asoló
la ciudad en el año 1940, fueron una ventana a la guerra para muchos americanos
que las vieron en Vogue, acompañadas
de los pequeños y brillantes textos escritos por ella como comentario vivido de
sus fotos. Lee Miller fotografió los campos de concentración que el ejército
americano iba liberando en su avance en fotos extraordinarias y dolorosas. También
tiene fotos menos dramáticas, de lo soldados y algunas sorprendentes como las
que Sherman y ella se hicieron en la bañera de Eva Braun y Adolf Hitler. El
documental que ha recuperado Editrama cuenta con la colaboración de Anthony
Penrose, el único y tardío hijo de Lee Miller y el testimonio de David Sherman,
pero sobre todo, utiliza las fotos de ella y hechas por ella a lo largo de casi
cincuenta años de una vida apasionante. Al final de este precioso documento un
texto de Lee Miller dice “Ahora sé qué si pudiera comenzar de nuevo sería
todavía más libre con mis ideas, con mi cuerpo y con mis sentimientos.” El
documental dura 55 minutos, está narrado en castellano y se puede ver en este
enlace: https://youtu.be/IEWsO_uI8ZA
Paolo di Paolo estuvo a punto
de morir a los cuatro meses, era el año 1925 en un pequeño pueblo italiano.
Nadie sabía que le pasaba ni como curarlo, hasta que un hombre sabio les dijo a
sus padres: “bañen al bebe cada mañana en una cuba de vino tinto”. Los padres,
desesperados, le hicieron caso. Y el niño empezó a recuperarse milagrosamente,
hasta ahora que a sus 96 años sigue bebiendo ese vino salvador. Esta historia
es una de las que cuenta Paolo di Paolo en el documental que le dedicó Bruce
Weber en el año 2021, gracias a la colaboración de la hija del que había sido,
quizás, el más importante fotógrafo italiano del siglo pasado. La vida de Paolo
di Paolo no es lo más interesante, (al contrario que la de Lee Miller), pero
sus fotos, tanto las de vida cotidiana de una Italia de posguerra que empezó a
retratar en 1950 para la revista Il
Mondo, como las mundanas de la gran burguesía y sus fiestas o las que están
vinculadas al cine con Pasolini, Magnani, Mastroianni… como protagonistas, son
realmente buenas. Paolo dejó de hacer fotos a los 45 años. Incluso en su
familia se desconocía este pasado impresionante. Hasta que un día sus hijos
Silvia y Michele descubrieron su archivo y con ojos asombrados fueron revelando
todo el tesoro de la juventud escondida de su padre. Bruce Weber, uno de los
mejores fotógrafos contemporáneos ha sido el encargado de hablar y retratar a
este hombre nonagenario que mantiene la cabeza lucida y el entusiasmo que el
vino negro de su tierra le inculcó en las venas cuando tenía cuatro meses. Paparazzo a mucha honra, Paolo di Paolo
recorre su vida y sus fotos y nos regala un documento impresionante de la
memoria del siglo XX.
El regalo de esta semana es una foto de Ramon que parece un cuadro
No hay comentarios:
Publicar un comentario