La
fotógrafa del Monte Verità,
de Stefan Jäger
De los
pocos estrenos de esta semana hay uno que me toca de forma especial, no porque
sea una gran película, ni siquiera por el personaje o el tema, me toca por el paisaje
donde sucede la historia, el el Monte Verità, en la Suiza italiana, en el
Ticino. El Monte Verità está unido en mi memoria al recuerdo de mi primer
festival, mi primer viaje a Locarno en el lejano agosto de 1984. Recupero un
fragmento de lo que escribí en el libro La
vuelta al mundo en veinte festivales, porque me gusta mucho y porque me
sirve de introducción para hablar de la película y por qué no, del Festival de
Locarno:
“Otra de mis excursiones fue a Ascona, una
pequeña ciudad cercana a Locarno a la que se llegaba con un autobús. No sabía
nada de Ascona antes de ir, pero allí me encontré con algunas cosas
sorprendentes. Como la exposición de una pintora suiza de principios de siglo
XX llamada Marianne Verefkin que recordaba en cierto modo a Munch, pero con
temas centrados en paisajes de montañas de fuego y hielo. Me gustó muchísimo y
desde entonces intento saber más cosas de ella, pero parece que se la haya
tragado la tierra ya que nunca he vuelto a ver un cuadro suyo. Otra de las
exposiciones de Ascona fue una dedicada a Fellini y su relación con el cómic
con algunos dibujos muy divertidos. Pero lo más interesante fue el viaje que
hice al Monte Verità, una construcción situada en lo alto de una pequeña
montaña donde en los primeros años del siglo XX se instalaron un grupo de
filósofos e ideólogos adeptos a una tercera vía entre el capitalismo y el
comunismo. Anarquistas y utopistas, crearon una comunidad que intentaba buscar
una nueva forma de vida y albergaron en sus habitaciones a gentes tan diversas
como Lenin, Jung o Isadora Duncan. La comunidad desapareció después de la
Primera Guerra Mundial, pero el espacio permaneció abierto para todos aquellos
artistas y sabios que buscaban un retiro de concentración y trabajo. Algo
extraño hay en ese lugar que sigue siendo un foco de cultura y ha dado nombre a
la Fundación Monte Verità dedicada a la producción de cine en países
exóticos. Hay algo que se siente en su atmósfera cargada de presagios. Quizá
sea el hecho de que, según parece, el Monte Verità está considerado el centro
geográfico de Europa, o a lo mejor es por lo que afirman en Ascona, que la
punta de la colina del Monte Mosecia está compuesta de un metal extraño que la
convierte en una especie de antena extraterrestre. La verdad es que Monte Verità
es un sitio fascinante en su aparente fealdad.”
Releo
este texto y lo comparo con las imágenes de La
fotógrafa del Monte Verità, la película suiza de Stefan Jäger y me vienen a
la memoria las sensaciones de esa pequeña excursión solitaria. Entiendo mucho
mejor lo que siente Hanna, la joven madre y esposa que no soporta el rigor de
la estrecha burguesía vienesa y escapa a ese lugar especial donde impera la
libertad. Libertad de pensar, de hacer, de vivir. Un mundo utópico en el que le
cuesta encajar mientras construye una nueva vida con sus fotografías. La fotógrafa del Monte Verità es una
ficción que imagina la vida de quien estuvo detrás de las preciosas fotos de
ese lugar, tomadas a principios de siglo XX, en las que descubrimos un mundo
feliz, bucólico, un pre hipismo condenado a desaparecer tras la fractura moral
e histórica de la primera guerra mundial. Un mundo feliz que, por suerte, sigue
flotando en la extraña atmósfera del punto mágico del centro de Europa.
Recordar
el Monte Verità me ha hecho pensar en el Festival de Locarno que se está
celebrando precisamente estos días. Locarno es un festival único, no se parece
a ningún otro, es un festival de vacaciones y cine ideal para descubrir nuevos
caminos. Siempre lo ha sido, y lo sigue siendo. Este año he visto con gran
alegría que entre los títulos a competición en la Sección Cineastas del Presente
está Matadero, una película de
Santiago Fillol, amigo y colaborador de Oliver Laxe con el que ha trabajado en
casi todos sus films y autor de un interesante documental titulado Ich Bin Enric Marco. No he visto Matadero, pero si la han programado en
Locarno, algo debe tener. Como seguro tiene algo el corto Castells de Blanca Camell, presente en Pardi de Domani.
Al pensar en Locarno me he dado cuenta que hay festivales de varios tipos. Hay festivales manantial, hay festivales lago, hay festivales delta. También hay algunos que son las tres cosas. Manantiales son Locarno, Sevilla, Pesaro, Tribeca, por citar algunos; lagos son Valladolid, Turín, o Tesalónica; delta son Cannes, Berlín o Venecia. Hay pocos que sean a la vez manantial de nacimiento de talentos, lago de talentos formados, delta de talentos consolidados. En realidad creo que solo uno, el Festival de San Sebastián con su clara apuesta por nuevos autores y formatos en Zabaltegi Tabakalera y Nest; su confianza en los directores en activo tanto en la sección de Nuevos Directores como en la Sección Oficial, y su apoyo en los consolidados ya sea en Perlas o en sus interesantes retrospectivas. Ríos de cine en los que me sumerjo a falta de un rio de verdad donde refugiarme de este horrible e insoportable calor.
El
regalo de esta semana es una mujer libre en un cuadro de Ramon
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