sábado, 6 de agosto de 2022

MONTE VERITÀ



 (un cuadro de Marianne Verefkin, pintora de principios del siglo XX)

La fotógrafa del Monte Verità, de Stefan Jäger

De los pocos estrenos de esta semana hay uno que me toca de forma especial, no porque sea una gran película, ni siquiera por el personaje o el tema, me toca por el paisaje donde sucede la historia, el el Monte Verità, en la Suiza italiana, en el Ticino. El Monte Verità está unido en mi memoria al recuerdo de mi primer festival, mi primer viaje a Locarno en el lejano agosto de 1984. Recupero un fragmento de lo que escribí en el libro La vuelta al mundo en veinte festivales, porque me gusta mucho y porque me sirve de introducción para hablar de la película y por qué no, del Festival de Locarno:

 


 “Otra de mis excursiones fue a Ascona, una pequeña ciudad cercana a Locarno a la que se llegaba con un autobús. No sabía nada de Ascona antes de ir, pero allí me encontré con algunas cosas sorprendentes. Como la exposición de una pintora suiza de principios de siglo XX llamada Marianne Verefkin que recordaba en cierto modo a Munch, pero con temas centrados en paisajes de montañas de fuego y hielo. Me gustó muchísimo y desde entonces intento saber más cosas de ella, pero parece que se la haya tragado la tierra ya que nunca he vuelto a ver un cuadro suyo. Otra de las exposiciones de Ascona fue una dedicada a Fellini y su relación con el cómic con algunos dibujos muy divertidos. Pero lo más interesante fue el viaje que hice al Monte Verità, una construcción situada en lo alto de una pequeña montaña donde en los primeros años del siglo XX se instalaron un grupo de filósofos e ideólogos adeptos a una tercera vía entre el capitalismo y el comunismo. Anarquistas y utopistas, crearon una comunidad que intentaba buscar una nueva forma de vida y albergaron en sus habitaciones a gentes tan diversas como Lenin, Jung o Isadora Duncan. La comunidad desapareció después de la Primera Guerra Mundial, pero el espacio permaneció abierto para todos aquellos artistas y sabios que buscaban un retiro de concentración y trabajo. Algo extraño hay en ese lugar que sigue siendo un foco de cultura y ha dado nombre a la Fundación Monte Verità dedicada a la producción de cine en países exóticos. Hay algo que se siente en su atmósfera cargada de presagios. Quizá sea el hecho de que, según parece, el Monte Verità está considerado el centro geográfico de Europa, o a lo mejor es por lo que afirman en Ascona, que la punta de la colina del Monte Mosecia está compuesta de un metal extraño que la convierte en una especie de antena extraterrestre. La verdad es que Monte Verità es un sitio fascinante en su aparente fealdad.”

 




Releo este texto y lo comparo con las imágenes de La fotógrafa del Monte Verità, la película suiza de Stefan Jäger y me vienen a la memoria las sensaciones de esa pequeña excursión solitaria. Entiendo mucho mejor lo que siente Hanna, la joven madre y esposa que no soporta el rigor de la estrecha burguesía vienesa y escapa a ese lugar especial donde impera la libertad. Libertad de pensar, de hacer, de vivir. Un mundo utópico en el que le cuesta encajar mientras construye una nueva vida con sus fotografías. La fotógrafa del Monte Verità es una ficción que imagina la vida de quien estuvo detrás de las preciosas fotos de ese lugar, tomadas a principios de siglo XX, en las que descubrimos un mundo feliz, bucólico, un pre hipismo condenado a desaparecer tras la fractura moral e histórica de la primera guerra mundial. Un mundo feliz que, por suerte, sigue flotando en la extraña atmósfera del punto mágico del centro de Europa.

 




Recordar el Monte Verità me ha hecho pensar en el Festival de Locarno que se está celebrando precisamente estos días. Locarno es un festival único, no se parece a ningún otro, es un festival de vacaciones y cine ideal para descubrir nuevos caminos. Siempre lo ha sido, y lo sigue siendo. Este año he visto con gran alegría que entre los títulos a competición en la Sección Cineastas del Presente está Matadero, una película de Santiago Fillol, amigo y colaborador de Oliver Laxe con el que ha trabajado en casi todos sus films y autor de un interesante documental titulado Ich Bin Enric Marco. No he visto Matadero, pero si la han programado en Locarno, algo debe tener. Como seguro tiene algo el corto Castells de Blanca Camell, presente en Pardi de Domani.

Al pensar en Locarno me he dado cuenta que hay festivales de varios tipos. Hay festivales manantial, hay festivales lago, hay festivales delta. También hay algunos que son las tres cosas. Manantiales son Locarno, Sevilla, Pesaro, Tribeca, por citar algunos; lagos son Valladolid, Turín, o Tesalónica; delta son Cannes, Berlín o Venecia. Hay pocos que sean a la vez manantial de nacimiento de talentos, lago de talentos formados, delta de talentos consolidados. En realidad creo que solo uno, el Festival de San Sebastián con su clara apuesta por nuevos autores y formatos en Zabaltegi Tabakalera y Nest; su confianza en los directores en activo tanto en la sección de Nuevos Directores como en la Sección Oficial, y su apoyo en los consolidados ya sea en Perlas o en sus interesantes retrospectivas. Ríos de cine en los que me sumerjo a falta de un rio de verdad donde refugiarme de este horrible e insoportable calor. 

El regalo de esta semana es una mujer libre en un cuadro de Ramon



 

 

 

 

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