Semana negra en el mundo del
cine y de la cultura. Semana llena de pérdidas. Unas más sentidas que otras,
unas mas publicitadas que otras, pero todas pérdidas para el mundo, pérdidas
para la cultura, pérdidas para mí. Esta entrada podría titularse así Pérdidas,
pero la palabra Finales me parece más ilustrativa de lo que ha significado la
muerte en apenas cinco días de William Klein, Alain Tanner, Jean-Luc Godard,
Irene Papas. Finales de su vida, pero también finales de una época, de un
tiempo en el que el cine no era solo un espectáculo, sin dejar de serlo y
tampoco era solo un ensayo de autor, sin dejar de serlo. Cada uno a su manera,
Klein, Tanner, Godard, Papas, contribuyeron a consolidar una edad de oro del
cine definitivamente acabada, finalizada, en favor de una nueva era donde el
cine, o mejor hablar del audiovisual, se mueve por otros canales distintos, ni
mejores ni peores, simplemente, distintos. Como espectadora y como crítica, los
cuatro significan grandes pérdidas para mi, de nuevo la palabra pérdida. Pero
como persona dos de ellos me afectan de una manera más directa. Uno, Tanner,
por haberlo conocido de una forma cercana; otro, Godard, porque durante buena
parte de mi vida en el cine fue una figura referencial. Por eso en este blog
recuerdo al creador de Polly Maggoo y a la gran actriz griega, pero en realidad
de quien quiero hablar es de Tanner y de Godard.
(foto de Alexandra Lutteral)
ALAIN
TANNER
La
Salamandra, Messidor, Jonás que tendrá 25 años en el año 2000, En la ciudad
blanca, son títulos fundamentales en mi educación sentimental y
cinéfila. Sobre todo Messidor, una
película con la que me sentí muy identificada. Solo por eso, Alain Tanner ya
estaría entre mis directores favoritos, pero hubo más. Fue gracias a Gerardo
Herrero como conocí a Tanner. En el lejano año 1991, Gerardo quiso hacerse un
regalo y decidió producir una película a Alain Tanner. El resultado fue El hombre que perdió su sombra, uno de
los films más extraños de Tanner, rodado en Almería en el invierno de 1991 con
Paco Rabal, Valeria Bruni Tedeschi, en uno de sus primeros papeles, Ángela
Molina y Dominic Gould como su eterno Paul, el personaje con distintos rostros
que recorre toda su filmografía. Gerardo me invitó al rodaje y pasé tres días
con ellos en Almería y en San José, compartiendo trabajo, cenas y charlas, Fue
así como le conocí. Un poco más tarde, Marta Esteban que empezaba a producir,
estableció con Tanner una amistad que se prolongó en el tiempo hasta ahora
mismo, primero como productora desde Messidor Films (bonito nombre que le
homenajea) luego como amiga que ha estado a su lado estos 30 años. Gracias a
eso yo he conocido a Tanner mas allá de su trabajo como director. Cuando estuvo
en Barcelona rodando El diario de Lady M,
estuve con ellos casi todo el rodaje; le volví a ver en Suiza donde vivía y
durante la gestación de Flores de sangre,
de nuevo en Barcelona. Tanner y yo teníamos además una conexión privada: los
dos habíamos nacido el mismo día, con 20 años de diferencia. En todos mis
cumpleaños, me acordaba de él y a lo mejor, no lo creo, él, se acordaba de mí.
Tanner es un director relativamente olvidado en estos tiempos en que la
información corre por otros canales y el cine ya no es un referente vital y
emocional. Quizás por eso sus necrológicas, horrible palabra que detesto, han
sido más bien frías y de wikipedia. Desde aquí yo quiero recordarle como era,
grande, serio, taciturno, guapo, sorprendido de algunas maneras de ser
(recuerdo su cara la primera vez que vio que comíamos de un plato que no era el
propio con total naturalidad, costumbre que hizo suya sin dudarlo). Tanner era
una montaña suiza, aparentemente tranquilo, pero con un volcán dentro. He
vuelto a leer la entrevista que le hice en Almería en febrero del 1991 y me he
encontrado con esta respuesta suya que me parece perfecta para cerrar este
recuerdo de un hombre que perdió su sombra y se colocó fuera del mundo.
“Yo hago un tipo de cine muy sensorial,
me gusta contar cosas que pueda ver y tocar. Por eso, cuando pensé rodar en
España, como no conozco el país, propuse recorrer Andalucía para ver si los
objetos, las calles, la luz, sus gentes, me contaban algo. Intento hacer un
cine muy físico. Dirigir es para mí un ejercicio de mirada, no de participación.
Y para mirar tienes que tener cierta distancia, tienes que retirarte. Por eso
no soy un combatiente, no quiero pelearme con la realidad. Para alguien que ha
perdido su sombra, como yo y como Paul y como todos en definitiva, el
sentimiento más importante es el de tratar de comprender el mundo que le rodea
buscando una cierta verdad en los restos del pasado. Aquí hay pedazos de
antigüedad que me cuentan cosas. El paisaje de Cabo de Gata es un paisaje de
pérdida, como de fin del mundo, un decorado fuera de contexto.”
JEAN-LUC
GODARD
Mi relación con Godard no
tiene nada que ver con la de Tanner. A Godard no le conocía personalmente,
aunque tuve el privilegio de hacerle una de las raras entrevistas personales
que concedía cuando presentó en Berlin Yo
te saludo María. Pero Godard, con Truffaut a otro nivel, forma parte de mi
educación sentimental, emocional y cinéfila. Nunca olvidaré la primera vez que
vi Al final de la escapada en el cine
Alexandra un día del mes de abril del año 1966. Fue una revelación. Jean Seberg
y su cabello corto, como el que yo tenía entonces, Jean-Paul Belmondo, su “degolasse” del final
y su eterno cigarrillo en los labios; las calles de París. Todo era nuevo,
vivo. Godard se convirtió en alguien importante. Y lo fue durante mucho tiempo:
cuando descubrí Cahiers du Cinéma y empecé a leer sus críticas y entrevistas;
cuando fui viendo su cine con Anna Karina, sobre todo Vivre sa vie; cuando vi en Le
Mépris lo que se podía hacer con Brigitte Bardot y Fritz Lang; cuando Pierrot explotaba su cabeza. Luego vino
el caos mental de la época chinoise y el cine militante. Aquí empecé a
desconectar. Pero volví a engancharme en 1980 con Sauve qui peut (la vie). Vinieron después películas que
cuestionaban la narrativa pero la respetaban, films donde experimentaba con el
lenguaje sin dejar de contar una historia: Prénom
Carmen, Yo te saludo María, Detective. Y llegaron sus Histoire(s) du cinéma que vi por primera vez en el festival de
Pesaro. Poco después estrenó Nueva ola,
en 1990, quizás la última película de Godard que realmente me gustó. A partir
de ese momento Godard entró en una deriva ideológica y lingüística compleja que
algunas veces me interesaba, Allemagne 90
neuf zero, Elogio del amor y otras me irritaba profundamente. Más que
seguir escribiendo sobre Godard me parece mejor recuperar el texto que publiqué
en este blog el 13 de diciembre del 2010 donde se explica muy bien cuál es mi
sentimiento respecto al impertinente y sombrío Godard: “En el año 68, pocos
meses después del famoso mayo parisino, Godard y Anne Wiazemsky estuvieron en
Canadá. Su amigo Claude Nedjar les invitó a acompañarle al lejano norte polar
para hacer, durante un mes, una serie de emisiones radiofónicas leyendo
fragmentos del Libro Rojo de Mao. Se trataba de invitar a la población local a
llamar al programa y discutir con ellos las sabias enseñanzas del Gran Timonel.
Al cabo de tres días ningún habitante de la zona había respondido a las
proclamas prochinas. Eso, unido al frío glacial que hacía en ese norteño lugar
hizo que los dos profetas de la buena nueva abandonaran el proyecto buscando
tierras más acogedoras. Los tres años siguientes fueron los de la militancia
maoísta a través del Grupo Dizga Vertov y su cine de propaganda política. Ese periodo
acabó en 1971 cuando Godard sufrió un horrible accidente de moto que le tuvo
seis días en coma con fractura de pelvis y de cráneo. Durante dos años, Godard
sería un asiduo visitante de los hospitales. El accidente rompió algo más que
su cráneo: rompió su relación con Anne Wiazemsky y su colaboración con
Jean-Pierre Gorin. También rompió la línea de trabajo emprendida. Durante años
Godard buscó un nuevo camino para su cine explorando el lenguaje del video y
las nuevas tecnologías hasta que en 1980 decidió volver a un cierto cine
narrativo con Sauve qui peut (la vie).
Diez años después, en 1990, dirige la que se puede considerar su última
película “normal”, Nouvelle Vague.
Desde entonces ha ido construyendo una filmografía cada vez mas críptica y
encerrada en si misma. Hasta llegar a Film
Socialisme con la que tengo la impresión que Godard ha vuelto a encerrarse
en un estudio frío y aislado donde no le llegan las llamadas del público, ni el
público llega a oír su mensaje. Un mensaje y un lenguaje que se ha quedado
petrificado en el tiempo, como si una helada lo hubiera dejado congelado hace
treinta años. Porque lo que a nivel cinematográfico era investigación y
revolución en los años setenta, ahora no es más que manierismo, una fórmula
repetida y aplicada sin sentido que produce la sensación de que no sabe hacer
otra cosa. Y en cuanto al discurso político, el cúmulo de lugares comunes, y de
ideas preconcebidas de una izquierda que ya era vieja en los años setenta, no
soporta un mínimo análisis contemporáneo. Por si no están convencidos y van a
ver la película, comparen la acumulación de tópicos sobre Barcelona, (incluido
un plano de Iniesta al lado de Hemingway, los toros y las Brigadas
Internacionales) para darse cuenta de que todo lo que dice no responde más que
a la idea de un hombre que mira sin ver un mundo del que se pretende erigir en
portavoz. Una lástima. Y lo dice una godardiana convencida durante muchos años.
El peor elogio que se puede hacer de Godard es decir: Godard sigue siendo
Godard.”
No quería acabar esta entrada
con las duras palabras contra Godard . Así que aprovecho la invitación que me
hizo Alex Gorina a reivindicar en su programa La finestra indiscreta una película olvidada y traigo aquí como
contrapunto mi recuerdo de un un film que Godard adoraba y defendía:
El jardín del diablo, de Henry
Hathaway ,1954, con Gary Cooper, Susan Haywarth y Richard Widmark. Hathaway es
un director a reivindicar. Considerado menor durante mucho tiempo, si revisamos
sus películas podemos ver que estamos ante un autor con un mundo propio en el
que los personajes femeninos suelen ser muy potentes. Es el caso de este jardín
del diablo en el que cuatro hombres giran en torno a una mujer dispuesta a todo
por salvar a su marido atrapado en una mina de oro perdida en las montañas de
un territorio sagrado para los apaches. Estamos en 1850 y el arranque de la
película no puede ser más inesperado. Un barco varado en las costas de México y
tres hombres americanos que tienen que esperar a que se solucione la avería.
Son tres seres muy distintos. Un hombre integro con una herida escondida, Gary
Cooper; un jugador profesional, espléndido Richard Widmark, que esconde un
hombre mejor de lo que se piensa él mismo que es; y un vividor ambicioso y sin
escrúpulos, Cameron Mitchel, un secundario habitual y muy eficaz. Cuando la
decidida y fuerte Leah Fuller, es decir la pelirroja Susan Haywarth, los
contrate para salvar a su marido atrapado, los tres, más un mexicano que se une
a la búsqueda, se verán arrastrados a una aventura casi metafísica en unos
paisajes que van de la selva al desierto, pasando por un desfiladero que es una
auténtica frontera entre la vida y la muerte. El jardín del diablo es un western, pero ni la música de Bernard
Hermann ni la puesta en escena de Hathaway, ni siquiera la tipología de los
personajes, son los de un western convencional. Revisarla fue un
descubrimiento. Me reafirmé en la idea de que las mujeres en el cine de
Hathaway son muy fuertes y reconocí la huella de un autor en el sentido que le
daban los chicos de Cahiers. Me quedo con una frase de la película que me
parece muy importante. “Si el mundo estuviera hecho de oro, los hombres se
dejarían matar por un puñado de tierra.”
El jardín del diablo se puede ver en Youtube en muy buena calidad.
El regalo de esta semana está
dedicado a Alain Tanner, seguro que le gustaba este cuadro.
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