Pacifiction,
Albert Serra
Lo digo de entrada. Me ha
gustado mucho esta película de Albert Serra. Lo digo antes de empezar porque es
la primera película suya que me gusta (ojo, hablo de gustar, no de valorar si
está bien o está mal, si es buena o no es buena). Hay muchas cosas en este
pacifico ficción que me parecen muy interesantes.
La primera es lo bonita que
es. ¡Se ve todo! Y no solo se ve todo (hay films de Serra que son tan oscuros
que ni siquiera se adivina lo que pasa) es que está llena de luz incluso en las
escenas nocturnas y tiene unos colores que a veces parecen technicolor. Serra
ha sabido sacar partido de un presupuesto alto rodando en exteriores con una
brillantez que permite al director de fotografía Artur Tor jugar con todo tipo
de luces y encuadres, clásicos y vanguardistas. A veces puede parecer que se
emborrachan de belleza, pero no me importa.
La segunda, es lo entretenida
que es. La historia de este Alto Comisario de la República Francesa perdido en
una isla paradisiaca del Pacifico, es tan atemporal, aunque se hagan referencia
políticas muy contemporáneas, que tanto podría pasar hoy mismo como hace cien o
doscientos años. Es una aventura de piratas actualizada, con enormes dosis de
un humor sutil y las gotas indispensables de denuncia política. La anécdota es
muy tenue, pero se sostiene en el paisaje sin perder nunca el sentido.
La tercera es la inteligente
combinación de estilos que se conjugan de una forma natural, de manera que a
veces parece que estemos en pasajes de la Memoria
de Apitchapong Weerasethakul, pero sin la trascendencia del tailandés, otras
recuerda al Lynch de Twin Peaks, con
sus extraños bares de marineros, o nos evoca la decadente Marguerite Duras de India Song. Todo eso sin dejar de
remitirnos al cine de piratas de la Metro de los años 50, mezclando onirismo
con realismo sin ningún tipo de pudor.
Pero para mí la mejor prueba
de que esta ficción pacífica me ha gustado mucho es que cuando sentí la
necesidad de mirar el reloj y ver cuánto faltaba, ¡estaba en el minuto 165! Un
minuto después se acababa. El tiempo perfecto, se me habían pasado casi tres
horas disfrutando. Y eso es algo que no suele sucederme.
No sé si Pacifiction es una película para todos los públicos, pero sí creo
que hay muchos públicos que pueden encontrar algo en ella. Los fans de Serra lo
reconocerán en pasajes y diálogos y sobre todo personajes; los no fans de Serra
pueden apreciar su lado estético, su clara posición política, menos velada de
lo que parece y el misterio de esa isla representado en la ambigüedad de Pahoa
Mahagafanau, un auténtico descubrimiento.
Benoît Magimel encarna al
desubicado comisario enfrentado a una situación para la que no estaba
preparado, como los personajes de las novelas de aventuras del XIX. Y aquí es
donde el film de Serra sube enteros para mí, porque una de las consecuencias
directas de verlo fue que me provocó el deseo de releer a Robert Louis
Stevenson, el escritor que mejor ha descrito la vida en los Mares del Sur, con
sus miserias y sus recompensas, con su corrupción y su dignidad. Busqué entre
sus novelas y me encontré en Bajamar,
el último libro publicado por Stevenson en colaboración con Lloyd Ousborne en
1893, algunos pasajes que bien podrían ser descripciones del escenario de este Pacifiction serrano.
“Por todo el mundo insular del
Pacífico, hombres dispersos que pertenecen a las innumerables razas europeas y
prácticamente a todos los estratos sociales, se afanan en múltiples actividades
y propagan sus enfermedades. Unos prosperan, otros vegetan.”
“La luna, atravesando un mundo
de veloces nubes de todos los tamaños, negras unas como borrones de tinta y
delicadas las otras como gasa, derramaba su brillo austral sobre el mismo
adorable y detestable paisaje: las montañas de la isla coronadas por una nube
perenne; la ciudad resguardada, salpicada de escasos faroles; los mástiles del
puerto, el sereno espejo de la laguna y el rompeolas en los arrecifes,
blanqueado por las rompientes.”
“A aquella hora la isla, con
sus suelo de arena blanda, su bóveda de palmas apoyada en pilares vegetales y
la luz de las lámparas, presentaba un aspecto irreal que la asemejaba a un
teatro desierto o a un parque a medianoche.”
Releer a Stevenson ha sido un
placer añadido al disfrutar de una película irregular, si, pero hermosa e
inclasificable.
El regalo de esta semana no
tiene nada que ver con el Pacífico, y sin embargo, cuando buscaba una imagen
para el texto me saltó como llamándome este bodegón con tela naranja que bien podía
estar escondido en un rincón de la casa del Alto Comisionado.
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