Los reyes del mundo, Laura Mora Ortega
Se estrena la última y
merecida Concha de Oro del Festival de San Sebastián, la colombiana Los reyes del mundo. Cuando hice la
crónica del festival el pasado septiembre escribí de esta película: “Parece una película más de niños de la
calle colombianos, pero rápidamente deriva hacia una road movie, un western,
una película de solidaridad. El paisaje impresionante de la selva y la montaña
los envuelve y los refleja. De una violencia latente casi nunca explícita,
juega con el realismo mágico sin caer nunca en la fórmula. Me ha gustado mucho.
Flamante Concha de Oro de este año. Felicidades.” Lo releo y me doy cuenta de
que en mi memoria la película ha crecido. No la he vuelto a ver, de momento,
pero sigo pensando que es una anomalía dentro del habitual cine miserabilista
latinoamericano. Los reyes del mundo tiene
dos fuentes ocultas de las que nace, al menos desde mi percepción (que no tiene
que ser la de la directora). Una es evidente, el realismo mágico que en
Colombia se encarnó en Gabriel García Márquez. La otra es, aunque no se si se
entenderá porque lo digo, John Ford. Estos niños de la calle de Laura Mora,
tienen mucho más que ver con los indios de El
gran combate, que con Los olvidados
de Buñuel. Seres abandonados, marginados, expulsados de la sociedad, encuentran
en la solidaridad entre ellos, con sus traiciones y renuncias, una manera de
enfrentarse a un mundo hostil mientras emprenden una marcha sin retorno hacia las
tierras perdidas. Los cinco chicos de la calle de Medellín, se embarcan en un
viaje de liberación a través de paisajes maravillosos y se encuentran con
gentes amables, el viejo, las putas del burdel y con gentes peligrosas. Juntos
siguen adelante construyendo un relato de leyenda que los convierte en los
reyes del mundo. Recuerdo que cuando salimos de ver la película en el festival,
comentamos que era curioso que esta historia de hombres la hubiera dirigido una
mujer. Y coincidimos en que la mirada de Laura Mora era la que había hecho que
el film nunca cayera en la violencia gratuita tan común en este tipo de
historias. La directora conoce muy bien su país, Colombia, sus montañas, sus
valles, sus nieblas, sus gentes. Conoce muy bien a sus personajes, sacados de
la calle directamente y encarrilados en un camino de redención para los chicos
de la película y para los chicos reales que los interpretan. El resultado es
una historia de las que se pegan en la memoria durante mucho tiempo.
Iberia, naturaleza
infinita, Arturo Menor
El documentalista
de naturaleza Arturo Menor parte de una idea muy bonita: seguir a una solitaria
águila real en un vuelo desde las montañas Cántabras hasta las sierras Béticas
en Andalucía. Expulsada de su territorio al morir su compañera, el águila real
emprende un viaje de búsqueda de una pareja y un espacio nuevo donde quedarse. Iberia tiene algunos momentos de una
enorme ternura: un ratón que encuentra refugio entre las garras del águila; una
mamá osa que protege a sus oseznos; pájaros de todos los colores construyendo
sus nidos. El film no evita el ineludible acto de cazar para comer, pero lo
hace soslayando la crueldad habitual en este tipo de documentales. De hecho,
son más los animales que escapan que los que son cazados. Montañas, campos,
mesetas, ríos, el paisaje de Iberia está lleno de vida.
Lo siento,
llamadme antigua, pero no he podido soportar la gran ganadora de este año. Todo a la vez en todas partes. He
intentado verla dos veces, ninguna de las dos pasé de los veinte minutos. Me
aburría, me mareaba y sobre todo, no le veía ningún sentido a lo que estaba
pasando. No es que no me gusten las películas complicadas, defendí Matrix desde el primer momento que la
vi, Origen me apasiona, Perdidos sigue siendo una de mis series
favoritas. He leído las novelas de ciencia ficción de Cixin Liu y me he metido
de lleno en sus mundos paralelos e imaginarios. Con esto quiero decir que no me
asusta los cambios de tiempo ni de plano. Pero lo que me echa para atrás, en
casi todo, es la gratuidad. Cuando una película o una serie, o una novela no
tiene sentido, la dejó. Y más si encima me da dolor de cabeza. Lo siento porque
acepto que haya mucha gente que se apasione con ella. Yo no.
El regalo de esta
semana no podía ser otro que una poderosa águila de Ramon.
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