Crónica de un amor efímero, de Emmanuel Mouret
Los programadores de
festivales saben que es muy importante saber escoger la película de
inauguración y la película de clausura. La inauguración va a marcar el tono del
festival entre la prensa acreditada y el público; la clausura será lo último
que se recuerde y vale la pena que esa memoria sea lo mejor posible.
Equivocarse en una u otra significa un esfuerzo, el de remontar el festival con
la programación en un caso, el de olvidar el traspiés y quedarse con lo demás
en el segundo. Por eso no tengo más que felicitar al equipo del D’A Film
Festival por la película que escogieron para su inauguración el pasado jueves
23: Crónica de un amor efímero, de
Emmanuel Mouret. Esta crónica es un film
tranquilo, inteligente, tolerante, conciliador sin dejar de ser la historia de
una transgresión y de una aventura. Tranquilo, inteligente, tolerante y
trasgresor son buenos adjetivos también para un festival. Cuando acabe sabremos
si lo ha sido. De momento, nos quedamos con esta historia de un amor sin futuro
que bebe en la mejor tradición del cine francés, la que va de Max Ophuls a
Rohmer y Truffaut. No es un film moderno, ni falta que le hace. De alguna
manera es el contrapunto adulto y sereno de La
maman et la putain de Eustache. Y pasa en París, en sus jardines, en sus
cines, en sus cafés. La ciudad es el elemento cohesionador de ese amor efímero
entre Charlotte, la siempre adorable Sandrine Kiberlain, una mujer sin marido y
con tres hijos y Vincent Macaigne, un hombre felizmente casado. Su relación
pasa tanto por la palabra como por el sexo, quizás más por la palabra que por
el sexo. Hablan sin parar como en los films de Rohmer y pasean y corren y
juegan. Y siguen con sus vidas, porque ese amor efímero, que quizás dure toda
la vida, es un complemento luminoso de sus otras vidas. Una delicia, una rareza
en el fondo.
Un paseo con Madeleine, de Christian Carion
A veces, cuando veo una
película siento que hay en ella otra que no existe. Es como si viera la
posibilidad de haber sido otra utilizando las mismas premisas. Lo llamo “El
deseo de la película que me habría gustado ver”. Eso me ha sucedido con uno de
los estrenos de esta semana, la película francesa Un paseo con Madeleine, de Christian Carion. Lo mejor del film es
su protagonista, una estupenda Madeleine en el cuerpo y el rostro de Line
Renaud que a sus 94 años sigue en plena forma como mujer y como actriz. Debutó
en 1946 y desde entonces ha participado en casi ochenta películas y se ha convertido
en una leyenda de la canción francesa. Rubia y de ojos azules y transparentes,
Renaud es una anciana de una enorme elegancia y belleza. Quizás mas ahora que
hace veinte o treinta años. Un paseo con
Madeleine me ha hecho pensar en otra película en la que se inspira
evidentemente. Paseando a Miss Daisy
de Bruce Beresford, del año 1989. Las dos son conversaciones de una mujer mayor
con un chofer. Pero hay sutiles diferencias. Miss Daisy empieza la historia con
72 años y la prolonga durante veinticinco años. Madeleine tiene 92 años y su
paseo solo dura una tarde por las calles
de París. Pero las dos cuentan el cambio emocional de sus protagonistas después
de sus conversaciones en el coche. Aceptando que es bonita, tierna, previsible,
convencional, pienso en la película que me habría gustado ver. Partiendo de la
misma idea, una anciana en su último viaje antes de entrar en una residencia y
un taxista malhumorado y con problemas comparten una tarde de confidencias,
habría preferido que lo que cuenta Mado no fuera tan melodramático y lo que le
pasa a Charles no fuera tan banal. En esa carrera por París había una
oportunidad de confrontar el pasado con el presente, de ver lo bueno y lo malo
de los distintos tiempos, de evocar una memoria mas colectiva que privada, de
ver los cambios en la ciudad y en el mundo. Y en el caso de ser privada, menos
dramáticamente construida. La vida tiene muchos altibajos, hay época buenas y
malas, te pasan muchas cosas. Pero tantas y tan terribles como las de Madeleine,
me parece un exceso. Tampoco la habría acabado como acaba. Me habría gustado más
que entre ellos se creara un vínculo duradero. Pero en fin, esa sería otra
película, no la que he visto.
El regalo de esta semana no podía
ser otro que un dibujo del Sena en ese París tan protagonista en las dos
películas.
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