Las semanas del centro del
verano son siempre complicadas para encontrar temas. Los estrenos son
irregulares, aunque hay películas interesantes, como Godland, del islandés Hylnur Palmason, que no he podido revisar
desde que la vi en San Sebastián y de la que tengo muy buen recuerdo, pero no
suficiente como para escribir de ella. Las series ralentizan sus estrenos, aunque
hay uno que promete mucho en Amazon Las
flores perdidas de Alicie Hart que se acaba a principios de septiembre. Hay
libros para comentar, estoy leyendo uno delicioso Otra Gran Obra Maestra del Cine de Tom Hanks. No me acabo de
decidir por ninguno de ellos. Godland
estoy segura que vale la pena, los ecos en mi memoria son los de un paisaje
impresionante, una obsesión y una soledad inmensa. En la crítica de Jordi
Batlle de La Vanguardia habla de
Dreyer, Anthony Mann y Herzog como referentes. No sé si yo me atrevería a
tanto, en todo caso sin duda es el estreno más notable de la semana. Las flores perdidas de Alice Hart acaba
de empezar, tan solo hay tres capítulo en los que brilla Sigourney Weaver en
uno de los mejores momentos de su carrera, por eso esperaré a que termine para
adentrarme más en la serie. Estoy más o menos a medio libro de Tom Hanks y lo
estoy disfrutando mucho, por ahora es una mezcla de making of, crónica irónica
y curiosa mirada sobre Hollywood desde dentro, muy adentro. Así que me enfrento
a esta entrada de ferragosto sin un tema definido.
Para inspirarme, busco de que
hablé en años pasados en estas mismas fechas. En el 2022 me centré en Irma Vep, serie y películas; en 2021
hablé de un libro, Un diàleg imaginari,
de Lluis María Todó; 2020 fue el año de Agatha Christie y Poirot; 2019 fue un año muy bueno, coincidieron en la misma semana La virgen de agosto, de Jonás Trueba, La casa de verano de Valeria Bruni
Tedeschi y Érase una vez… Hollywood,
de Quentin Tarantino. El ferragosto del 2018 me cogió en modo “cueva”, sin
salir de casa y el del 2017 estuvo teñido del dolor del atentado del que a
veces pienso que nos hemos olvidado. No sigo más atrás porque me alargaría
mucho y como texto justificativo de mi pereza en escribir ya me parece
suficiente.
Ana
Mariscal
Cuando ya pensaba que no iba a
poder escribir de nada, me llegó una inspiración. Fue Marta Armengou la que me
comentó que el 31 de julio había sido el centenario del nacimiento de Ana
Mariscal. Y pensé ¿por qué no escribir algo de esta mujer tan desconocida, tan
maltratada por la historiografía cinematográfica y tan singular? Porque Ana
Mariscal fue una mujer singular, especial. Inteligente y culta, se atrevió a
pasar al otro lado de la cámara convirtiéndose en la primera mujer que dirigía
una película en España desde la Guerra Civil (antes había algunas, no muchas,
después ha habido muchas, por suerte cada vez más). Pero esta mujer seria y de
una belleza nada convencional, fue la primera. Ana Mariscal estudiaba ciencias exactas
en una España, la de los primeros años cuarenta, en la que las mujeres no eran
nada más que madres y esposas. Aun mas, Ana hacía teatro desde que se subió a
un escenario en 1935, cuando tenía 12 años. Las ciencias y el teatro quedaron
un poco aparcadas cuando Luis Marquina la descubrió y vio en ella el potencial
de una actriz distinta. Tenía solo 17 años, suficientes para llamar la atención.
Y la llamó más de lo que deseaba. Pobre Ana Mariscal, unido su destino al de una película mítica y
odiada, la película que mejor representa el cine franquista, Raza, basada en un relato de Jaime de
Andrade que no era otro que Francisco Franco haciendo pinitos de escritor patriótico.
En esa película la joven Marisol, novia resignada de José Churruca, representa
todo lo que Ana no era. Pero si el film la convirtió en una estrella del cine
español, también se convirtió en su principal enemigo. Decidida a conseguir lo
que quería, el encuentro con el director de fotografía Valentín Javier cambió
su vida: Ana se lanzó a dirigir. En 1952 firma su primera película Segundo López, aventurero urbano, un
film enmarcado en el neorrealismo de la época, pero más cercano al realismo
poético francés que al crudo neorrealismo italiano. ¿Qué hacia Ana, nuestra
Anita, metida a directora que es cosa de hombres, como por cierto se llamaba su
única novela, Hombres, que en 1943
fue prohibida totalmente por el régimen? Pues hacía lo que quería y siguió
haciéndolo con películas como Con la vida
hicieron fuego en 1957 y El camino
en 1964, dos de las más sobresalientes de su filmografía. Lo que sucedió con
Ana Mariscal es un buen ejemplo del sectarismo dominante de los que escriben la
historia (la del cine y la otra). En el Diccionario del Cine Español que
dirigió José Luís Borau, la entrada de Ana Marsical es de una atonía total sin destacar
su importancia como mujer directora en un mundo de hombres directores, ni
valorar su trabajo cinematográfico. La entrada termina diciendo “Aun cuando su
figura no dejara de verse con cierto recelo por la ya remota participación en
el film de Franco, la Asamblea de Directores Españoles le otorgó en 1993 un
merecido premio por el conjunto de sus actividades artísticas.” Un texto que
rezuma ese tufillo de que “algo habría hecho”. Como suele pasar en tantas
cosas, la primera reivindicación de su figura la hizo un extranjero: Mark
Cousins en la excelente y muy recomendable, serie Women Make Film: Una nueva road movie a lo largo de la
historia del cine que se puede ver en Filmin, en la que la
citaba en varias ocasiones. Y un último ejemplo de la ambivalencia que la
persiguió y la persigue aún ahora. Carlos Lara, en un artículo de marzo del
2022 en CTXT, una de las biblias de
la izquierda más interesante, la reivindicaba como cineasta pero no podía dejar
de reconocer que “… para mí, en una persona dolorosamente contradictoria.” Este
artículo es uno de los que mejor se ha acercado al cine de Ana Mariscal y hay
que agradecerle su revisión desde el punto de vista de la realización y la tibia
acusación sobre los que han escrito la historia del cine español. El texto
acaba: “Pero el llevar la etiqueta de “actriz del régimen” provocó que
posteriormente tampoco fuese reivindicada desde la izquierda. Como señala Nancy
Berthier, al morir solo se habló de ella como “la actriz de Raza”.
Ese mismo año 1995, la revista Nickel Odeon entrevistaba para su primer número
a 100 personalidades del cine español, quienes eligieron 10 películas cada una
y ninguna de Mariscal fue mencionada ni una sola vez.” Desde aquí, solo quiero recordarla
como mujer independiente, como actriz poco convencional y como valiente
directora. (En Flixolé se puede ver El
camino y algunos de sus trabajos como actriz).
El regalo de esta semana es
para Ana Mariscal, una flor singular, como lo fue ella.
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