viernes, 11 de agosto de 2023

FERRAGOSTO

 


Las semanas del centro del verano son siempre complicadas para encontrar temas. Los estrenos son irregulares, aunque hay películas interesantes, como Godland, del islandés Hylnur Palmason, que no he podido revisar desde que la vi en San Sebastián y de la que tengo muy buen recuerdo, pero no suficiente como para escribir de ella. Las series ralentizan sus estrenos, aunque hay uno que promete mucho en Amazon Las flores perdidas de Alicie Hart que se acaba a principios de septiembre. Hay libros para comentar, estoy leyendo uno delicioso Otra Gran Obra Maestra del Cine de Tom Hanks. No me acabo de decidir por ninguno de ellos. Godland estoy segura que vale la pena, los ecos en mi memoria son los de un paisaje impresionante, una obsesión y una soledad inmensa. En la crítica de Jordi Batlle de La Vanguardia habla de Dreyer, Anthony Mann y Herzog como referentes. No sé si yo me atrevería a tanto, en todo caso sin duda es el estreno más notable de la semana. Las flores perdidas de Alice Hart acaba de empezar, tan solo hay tres capítulo en los que brilla Sigourney Weaver en uno de los mejores momentos de su carrera, por eso esperaré a que termine para adentrarme más en la serie. Estoy más o menos a medio libro de Tom Hanks y lo estoy disfrutando mucho, por ahora es una mezcla de making of, crónica irónica y curiosa mirada sobre Hollywood desde dentro, muy adentro. Así que me enfrento a esta entrada de ferragosto sin un tema definido.

Para inspirarme, busco de que hablé en años pasados en estas mismas fechas. En el 2022 me centré en Irma Vep, serie y películas; en 2021 hablé de un libro, Un diàleg imaginari, de Lluis María Todó; 2020 fue el año de Agatha Christie y Poirot; 2019 fue un año muy bueno, coincidieron en la misma semana La virgen de agosto, de Jonás Trueba, La casa de verano de Valeria Bruni Tedeschi y Érase una vez… Hollywood, de Quentin Tarantino. El ferragosto del 2018 me cogió en modo “cueva”, sin salir de casa y el del 2017 estuvo teñido del dolor del atentado del que a veces pienso que nos hemos olvidado. No sigo más atrás porque me alargaría mucho y como texto justificativo de mi pereza en escribir ya me parece suficiente.


Ana Mariscal

Cuando ya pensaba que no iba a poder escribir de nada, me llegó una inspiración. Fue Marta Armengou la que me comentó que el 31 de julio había sido el centenario del nacimiento de Ana Mariscal. Y pensé ¿por qué no escribir algo de esta mujer tan desconocida, tan maltratada por la historiografía cinematográfica y tan singular? Porque Ana Mariscal fue una mujer singular, especial. Inteligente y culta, se atrevió a pasar al otro lado de la cámara convirtiéndose en la primera mujer que dirigía una película en España desde la Guerra Civil (antes había algunas, no muchas, después ha habido muchas, por suerte cada vez más). Pero esta mujer seria y de una belleza nada convencional, fue la primera. Ana Mariscal estudiaba ciencias exactas en una España, la de los primeros años cuarenta, en la que las mujeres no eran nada más que madres y esposas. Aun mas, Ana hacía teatro desde que se subió a un escenario en 1935, cuando tenía 12 años. Las ciencias y el teatro quedaron un poco aparcadas cuando Luis Marquina la descubrió y vio en ella el potencial de una actriz distinta. Tenía solo 17 años, suficientes para llamar la atención. Y la llamó más de lo que deseaba. Pobre Ana Mariscal,  unido su destino al de una película mítica y odiada, la película que mejor representa el cine franquista, Raza, basada en un relato de Jaime de Andrade que no era otro que Francisco Franco haciendo pinitos de escritor patriótico. En esa película la joven Marisol, novia resignada de José Churruca, representa todo lo que Ana no era. Pero si el film la convirtió en una estrella del cine español, también se convirtió en su principal enemigo. Decidida a conseguir lo que quería, el encuentro con el director de fotografía Valentín Javier cambió su vida: Ana se lanzó a dirigir. En 1952 firma su primera película Segundo López, aventurero urbano, un film enmarcado en el neorrealismo de la época, pero más cercano al realismo poético francés que al crudo neorrealismo italiano. ¿Qué hacia Ana, nuestra Anita, metida a directora que es cosa de hombres, como por cierto se llamaba su única novela, Hombres, que en 1943 fue prohibida totalmente por el régimen? Pues hacía lo que quería y siguió haciéndolo con películas como Con la vida hicieron fuego en 1957 y El camino en 1964, dos de las más sobresalientes de su filmografía. Lo que sucedió con Ana Mariscal es un buen ejemplo del sectarismo dominante de los que escriben la historia (la del cine y la otra). En el Diccionario del Cine Español que dirigió José Luís Borau, la entrada de Ana Marsical es de una atonía total sin destacar su importancia como mujer directora en un mundo de hombres directores, ni valorar su trabajo cinematográfico. La entrada termina diciendo “Aun cuando su figura no dejara de verse con cierto recelo por la ya remota participación en el film de Franco, la Asamblea de Directores Españoles le otorgó en 1993 un merecido premio por el conjunto de sus actividades artísticas.” Un texto que rezuma ese tufillo de que “algo habría hecho”. Como suele pasar en tantas cosas, la primera reivindicación de su figura la hizo un extranjero: Mark Cousins en la excelente y muy recomendable, serie Women Make Film: Una nueva road movie a lo largo de la historia del cine que se puede ver en Filmin, en la que la citaba en varias ocasiones. Y un último ejemplo de la ambivalencia que la persiguió y la persigue aún ahora. Carlos Lara, en un artículo de marzo del 2022 en CTXT, una de las biblias de la izquierda más interesante, la reivindicaba como cineasta pero no podía dejar de reconocer que “… para mí, en una persona dolorosamente contradictoria.” Este artículo es uno de los que mejor se ha acercado al cine de Ana Mariscal y hay que agradecerle su revisión desde el punto de vista de la realización y la tibia acusación sobre los que han escrito la historia del cine español. El texto acaba: “Pero el llevar la etiqueta de “actriz del régimen” provocó que posteriormente tampoco fuese reivindicada desde la izquierda. Como señala Nancy Berthier, al morir solo se habló de ella como “la actriz de Raza”. Ese mismo año 1995, la revista Nickel Odeon entrevistaba para su primer número a 100 personalidades del cine español, quienes eligieron 10 películas cada una y ninguna de Mariscal fue mencionada ni una sola vez.” Desde aquí, solo quiero recordarla como mujer independiente, como actriz poco convencional y como valiente directora. (En Flixolé se puede ver El camino y algunos de sus trabajos como actriz).

El regalo de esta semana es para Ana Mariscal, una flor singular, como lo fue ella.



 

 

 

 

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