Vivir después de la muerte de otra
persona o después de un determinado suceso.
Vivir con escasos medios o en condiciones adversas.
Permanecer en el tiempo, perdurar.
(de los diccionarios)
A veces me
cuesta encontrar un nexo común entre películas muy distintas, pero esta semana
me ha venido casi sin darme cuenta: Sobrevivir. Eso es lo que relaciona tres
films tan diferentes que tienen como protagonistas un gato dibujado, un
escritor fracasado y un arquitecto imaginado.
Flow, un
mundo que salvar, Gints Zilbadolis
Gints
Zilbadolis tiene un nombre difícil, lógico si pensamos que es un joven director
de cine letón. Aunque sea difícil no deberíamos olvidarnos de él. Mejor dicho,
no deberíamos, ni yo creo que pudiera, olvidarnos de la(s) maravillosa(s)
criatura que ha dibujado: un gato negro, pequeño, listo, solitario. Un gato que
sobrevive en un mundo anegado por las aguas. Flow, un mundo que salvar no es una película hablada, es una
película maullada, y ladrada y cantada. En esa aventura casi bíblica, los
animales son animales, no están humanizados como en Walt Disney o en los
cuentos. Son animales y se comportan como tales. El protagonista absoluto es un
gato de grandes ojos dorados. En el mundo post apocalíptico en el que vive, los
humanos han desaparecido y un gigantesco tsunami inunda poco a poco la tierra. Cuando
su casa acaba sumergida bajo las aguas, el gato encuentra la salvación en un
barquito de vela. Superando su miedo al agua, el gato salta a la embarcación
donde se encuentra con un capibara, extraño animal brasileño de la familia de
los roedores bonachón y dormilón. Poco a poco, esa pequeña barquita sin Noé, se
va llenando de animales, una imponente ave secretario que se hace cargo del
barco, un lémur de cola anillada, especie de urraca peluda que recoge toda
clase de objetos. A ellos se sumará un perro labrador todo cariño y docilidad y
algunos otros perros menos amables. Juntos emprenden un viaje siguiendo el
curso del agua, una aventura no exenta
de peligros, en la que las alianzas serán imprescindibles para poder
sobrevivir. Un fondo boscoso de enormes columnas y espacios urbanos misteriosos,
de líneas bien definidas y colores brillantes, es el escenario donde este gato
inolvidable corre, nada, trepa, duerme y come. Cosas que hacen los gatos porque
son gatos. La historia es sencilla y la moraleja fácil; frente a la adversidad,
mejor unidos aunque seamos distintos, que peleados cada uno por su lado.
Haríamos bien los europeos en aprender de este grupito de animales si queremos
sobrevivir al tsumani que se nos viene encima. Que cada uno escoja quién quiere
ser: yo me pido el gato.
Miocardio, José Manuel
Carrasco
En esta película
claustrofóbica estamos ante un auténtico naufrago urbano que sobrevive con casi
nada, mejor dicho sin nada, porque ha perdido toda su autoestima. La película empieza
con una entrevista a un hombre mayor, un poco calvo, tristón (Luis Calleja). La
entrevistadora le pregunta cómo empezó todo y él le cuenta. Le cuenta como una
mañana, Pablo (únicamente Vito Sanz podía decir esos diálogos y poner esa cara
de bebé viejo) se despierta y se da cuenta que ha tocado fondo, solo le queda
suicidarse. Pero suena el teléfono. Corre a buscarlo, es Ana, una antigua novia
que le anuncia que va a ir a verle. Y ahí está Ana, (Marina Salas) tan guapa
como siempre. A partir de aquí, el narrador va contando la misma situación
hasta cuatro veces, alterando las posiciones de los dos protagonistas. Y a
través de esas cuatro repeticiones, vamos descubriendo su historia de amor y de
desamor. Casi el mismo tema que Los años
nuevos o Volveréis (Vito hace la
conexión con Trueba), pero sin salir nunca de esa casa/prisión/salvación. Hay
varias cosas curiosas en este pequeño y sencillo film. Una es la aparente base
teatraln un solo espacio, dos personajes, que sin embargo no es nada teatral.
La manera como se mueven en la escena los personajes y la forma de mirarse que
dice tanto como las palabras, es algo difícil de ver en un escenario. Otra es
la coincidencia de contar historias de parejas que se juntan, se rompen y se
vuelven a juntar. Debe ser la crisis de los 40 años. La tercera es la profesión
de cada uno de ellos. Pablo es un escritor de una sola novela, joven promesa
que nunca llegó a escribir la segunda novela: un fracasado. Ana es actriz, la
joven promesa que no superó nunca sus miedos: una fracasada. Cuando dos
fracasos creativos se juntan, puede que surja la chispa y alguno de ellos
consiga salir adelante. Una última cosa. Los efectos de la pandemia de hace ya
¡cuatro años! siguen viéndose en el cine. Esta es una película claramente de
pandemia aunque nunca se diga esa terrible palabra. Si por desgracia nos vuelve
a caer otra catástrofe del tipo que sea, siempre nos podremos refugiar en casa
y recordar amores pasados.
The Brutalist, Brady
Corbet
Es una de las
películas del año. Sin duda. Aunque solo sea por su duración, casi cuatro
horas, con un intermedio para estirar las piernas, por estar filmada en
celuloide y en formato 70 mm. The
Brutalist es CINE, una ópera, la ópera de un superviviente nato. László
Tóth es judío, húngaro, arquitecto e intelectual. Cuatro cosas muy mal vistas
en los oscuros años treinta y los terribles años cuarenta. László sobrevive al
nazismo, a los campos de exterminio, a la larga travesía hasta la tierra
prometida que le recibe con una imagen del revés, anunciado que no será fácil
alcanzar la libertad. Sobrevive incluso a la mediocridad del American Way of Life
y a la miseria que le lleva a tocar fondo. Ante las adversidades de la historia
y de la sociedad, László es capaz de rearmarse. Pero en cambio, sucumbe ante el
éxito que no esperaba, o sería mejor decir, ante el arrollador poder del dinero
y lo que lleva como control y dominio de su voluntad, de su obra. La tentación
es grande; construir un gran edificio brutalista a la gloria de la madre del
gran capitalista Harrison Lee Van Buren, es decir, a su propia gloria. Todo
parece irle bien. László consigue que su mujer y su sobrina se reúnan con él en
América para vivir el sueño americano. Parece que puede dejar de sobrevivir y
ponerse a vivir y a crear. Hasta que se encuentra frente a frente con la
auténtica realidad de lo que quiere el dinero: poseerlo. Totalmente. Y de paso,
destruirlo. El escenario de pesadilla donde se consuma la posesión de László no
podía ser más espectacular ni más hermoso, las canteras de mármol de Carrara, imponente
túmulo funerario para un arquitecto acabado. László Tóth es un personaje
inventado (reconozco que en algún momento dudé si era real o no) al que llena
de vida y de dolor creativo Adrian Brody. Su némesis, el rico capitalista sin
escrúpulos, el Ciudadano Van Buren que lo quiere todo, es un creíble y ambiguo
Guy Pearce. Tanto uno como otro tienen modelos a los que parecerse. De hecho,
el personaje de Tóth parece inspirado en Ernő Goldfinger, un arquitecto húngaro
que encontró refugio en Gran Bretaña en los años treinta. Goldfinger (una
leyenda urbana dice que Ian Flening llamó así a uno de sus villanos por culpa
de Ernő) fue uno de los representantes del movimiento arquitectónico conocido
como Brutalismo, de donde toma el nombre la película. Esta arquitectura surgida
en los años 50 como respuesta a la arquitectura de los años treinta y cuarenta,
utilizaba materiales no manipulados, ladrillo y hormigón, en bloques de
construcción de líneas rectas y colores monocromes. Herederos de La Bauhaus y
de Le Corbusier, la arquitectura brutalista tuvo una deriva de gran utilidad en
la construcción de viviendas sociales y tuvo una deriva perversa en el
colosalismo soviético. Algunos de los grandes edificios construidos en esos
años se encuentran entre los más famosos y reconocidos de la arquitectura de
posguerra. La película de Brady Corbet no solo toma de ellos su título y la
inspiración de su personaje principal. Como los brutalistas, Corbet deja ver
los materiales que utiliza, construye un film de líneas cortante y en ángulo,
frío y totalitario. Pero nada de eso impide que sea una gran película. Un
monumento a la memoria de un tiempo que creíamos desaparecido pero sigue ahí,
como una nube negra que nos amenaza.
El regalo de
esta semana no podía ser otro que nuestra gata, la Negrita, excelente compañera
para el gato negro de Flow.
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