Esta semana de puro verano, el
cine parece aletargarse un poco. Pero siempre hay algo para degustar, pequeños
(o grandes) films que se salen de las normas y las convenciones. Dos estrenos
de este viernes son de este tipo, Los
domingos mueren más personas y Bon
voyage Marie, una argentina, otra francesa. Las dos hablan de acompañar al
que quiere morir, y aunque las dos son comedias (negras) son muy distintas en
todo.
Los domingos mueren más
personas, Iair
Said
Laura Maña, directora de Las irresponsables, una comedia también
un poco negra que se estrena la semana que viene, me dijo hace poco en una
entrevista: “Los personajes tienen que vivir un drama; la comedia ya la pongo
yo”. Me pareció una definición perfecta del cine clásico de la comedia, de
Billy Wilder y Howard Hawks, personajes
sumidos en un drama que el director convierte en comedia. Esto es lo que sucede
en esta película argentina, dirigida e interpretada por Iais Said. David es un
hombre judío, corpulento, homosexual, lleno de miedos. Vive en Europa, pero la
muerte de un tío le obliga a volver a Buenos Aires a pesar de su miedo a volar.
Cuando llega, se reencuentra con su familia: su hermana, su madre y su padre.
Bueno con su padre no, porque hace tiempo que está ingresado en un hospital con
respiración asistida. David no quiere verlo, pero no puede negarse a convivir
con su madre en la casa familiar. Y mientras busca llenar su soledad y su
inseguridad con escarceos fortuitos, intenta que su madre no desconecte a su
padre para acabar de una vez con su agonía. No es muy divertido el argumento,
pero si es una comedia. Y lo es gracias a las hieráticas y tiernas
interpretaciones de un grupo de actores extraordinario que hablan poco (raro en
una película argentina) y dejan pasar el tiempo lentamente, muy lentamente.
Dura solo 77 minutos, pero valen la pena.
Bon voyage, Marie, Enya Baroux
El drama de esta comedia más
azul que negra, es el de una mujer de ochenta años, enferma de cáncer, que
quiere morir. Y para eso organiza un viaje a Suiza. Marie, aun tiene fuerzas
para pensar y decidir. Y ha decidido que quiere pedir una eutanasia en Suiza.
Pero no se atreve a decírselo ni a su grande y un poco ingenuo hijo Bruno, ni a
su inteligente nieta Anna. En cambio, se lo cuenta enseguida a Rudy, un
irresponsable cuidador de gente mayor que por casualidad acude a su casa cuando
tiene un pequeño percance. Con la colaboración (involuntaria) de Rudy traza un
plan: le dice a su hijo y a su nieta que tienen que ir a Suiza a cobrar una
inesperada herencia. Y ahí se van los cuatro en una vieja autocaravana del
abuelo, conducidos por Rudy, con Anna viviendo un momento particularmente
complicado de la adolescencia, Bruno soñando con el dinero y Marie, Marie
intentando encontrar el momento de decirles la verdad. Tampoco contado así,
parece la alegría de la huerta. Pero es una comedia dulce y cargada de
emociones, con algunos momentos de humor divertidos, sobre todo a cargo de
Rudy, interpretado por Pierre Lottin que repite un poco el personaje que hacía
en Cuando
cae el otoño de François Ozon. Una
road movie entre Pequeña Miss Sunshine
(el viaje que los cambiará a todos) y Polvo
serán sin música y sin drama. Un film producto de la pandemia, como tantos
que ha habido en este último año.
(Azar
Nafisi cuando estuvo en Barcelona el año 2010)
Un
estreno del 25 de julio. Leer Lolita en Teherán, de Eran Riklis
La semana que viene no estaré,
así que aprovecho esta entrada para hablar de una película muy interesante que
se estrena el 25. No es una comedia, ni negra ni de ningún color. Es un
testimonio de cómo defraudan las revoluciones, como se pervierten rápidamente y
como la literatura puede ser una tabla de salvación. Está basada en una novela
autobiográfica de la escritora iraní Azar Nafisi. En 1979, Azar y Bigan, su
marido, deciden volver a Teherán llenos
de ilusión por el triunfo de la revolución del ayatola Jomeini que acaba de
derrocar al Sha. Ella viene con la idea de dar clases de literatura inglesa en
la universidad. La ciudad bulle de alegría, aunque ya hay indicios de que no
todo es tan feliz. La película se estructura en cuatro partes, cada una
dominada por un libro. En la primera, El
gran Gatsby, ambientada en 1980, vemos que aunque ni Azar ni sus alumnas
llevan velo, ya hay voces críticas entre los hombres y cuestionamiento de
porque se lee un libro como ese. Esa parte acaba con la violenta represión de
los movimientos estudiantiles. La segunda parte, Lolita, pasa en 1995, en un Teherán negro y represivo. Azar ya no
da clases en la universidad, pero ha organizado unas clases clandestinas, solo
para mujeres, donde están leyendo Lolita.
Es en este fragmento del film donde Azar dice la frase que más me ha
impresionado del film por lo que tiene de universal: “No tienen nada que
recordar”. Es verdad, cuando una dictadura, o un régimen populista, se instaura
durante años, sus jóvenes no tienen nada que recordar de cómo era la vida
antes, de lo que pasaba y como se vivía, lo que han perdido y lo que han ganado
respecto al punto de partida, solo recuerdan lo que ellos han vivido. Pero volvamos a Irán, a Azar
y a sus alumnas. En la tercera parte, Daisy
Miller, retrocedemos a 1988. Azar, ya tapada con el yijab negro
obligatorio, aun da clases en la Universidad, pero cada vez tiene más
problemas. Debe dejarla aunque le guste mucho. En la cuarta en 1996, Orgullo y prejuicio, Azar continua con
sus clases, pero tiene menos alumnas. El miedo y la represión han hecho su
trabajo. Algunas emigran, otras dejan de ir. La propia Azar ahora madre de dos
niños, quiere irse de ese país que ya no es el suyo. Es una película bonita, un
fresco histórico de un fracaso contado desde la mirada de esta mujer inteligente
que sabe que la religión no debería controlar el Estado. La religión es un
compromiso privado de cada individuo, el Estado es la idea de lo colectivo al
servicio de todos. Lástima que esto no se entienda en tantas partes del mundo.
Y así estamos como estamos: sentados en un polvorín.
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