Se ha estrenado To the
Wonder, la última película (ha hecho mas) de Terrence Malick. Solo han
pasado dos años desde que nos deslumbró con El árbol de la vida, un tiempo récord para un hombre que nos tiene
acostumbrados a largos periodos de espera entre uno y otro film.
He sido Malickiana desde que le descubrí con su primera
película. Todo lo que ha hecho este hombre me ha gustado, me ha emocionado, me
ha hecho pensar. Su estilo es inconfundible, pero lo mejor es que en cada uno de sus trabajos ese estilo se
adaptaba como un guante a la historia que nos quería contar. Malick ha tratado
la adolescencia y la violencia; el amor primitivo; la guerra y su locura; la
historia pequeña en la historia grande; la vida en toda su grandeza y origen.
En To the Wonder, Malick se adentra en un terreno más
difícil, con menos coartadas. Ya no hay unos jóvenes sin futuro cruzando las
malas tierras, ni una realidad por conquistar los días del cielo; no hay un
nuevo mundo que descubrir ni una delgada línea roja que cruzar. Ya no hay que buscar
la sabiduría del árbol de la
vida. No , aquí estamos ante una historia de AMOR, del amor en
abstracto, del amor elevado a la categoría metafísica de lo sublime, lo
maravilloso. Solo por eso ya me apetecía verla. ¿Cómo iba Malick a
atreverse con esa poética de los sentimientos?
El resultado, sin embargo, me ha decepcionado. A un primer
nivel, por la inclusión del personaje que hace Javier Bardem. En una historia
donde lo físico, el amor, es el camino, la aspiración a lo sublime y lo
maravilloso, mezclar la trama de un sacerdote en crisis de fe que busca en la
miseria una explicación a su incapacidad de ver a Dios, me saca de lo que me
está contando, me aparta de la historia que me interesa de verdad, la historia de
Neil y Marina, la historia de cómo el
AMOR, no basta para alcanzar LO MARAVILLOSO. Me sobra ese padre Quintana y su
deambular sonámbulo por paisajes que atraviesa sin verlos.
En un segundo nivel me ha decepcionado porque el estilo
visual de Malick, esa capacidad de retratar espacios abiertos o cerrados, luces
y sombras, árboles y estrellas con una belleza única, se convierte en algo
edulcorado, publicitario, cuando por esos prados y campos de trigo, playas y
praderas vemos a Olka Kurylenko dando saltitos y aleteando los brazos como en
un anuncio de “Ya es primavera en el Corte Inglés”. Quizás con una actriz menos
saltarina y con mas personalidad; quizás sin el personaje del cura; quizás con
un poco más de tiempo para eliminar secuencias preciosas pero inútiles, este
film habría sido SUBLIME. Ahora, por desgracia, no lo es.
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