sábado, 13 de abril de 2013

TO THE WONDER



Se ha estrenado To the Wonder, la última película (ha hecho mas) de Terrence Malick.  Solo han  pasado dos años desde que nos deslumbró con El árbol de la vida, un tiempo récord para un hombre que nos tiene acostumbrados a largos periodos de espera entre uno y otro film.
He sido Malickiana desde que le descubrí con su primera película. Todo lo que ha hecho este hombre me ha gustado, me ha emocionado, me ha hecho pensar. Su estilo es inconfundible, pero lo mejor es que  en cada uno de sus trabajos ese estilo se adaptaba como un guante a la historia que nos quería contar. Malick ha tratado la adolescencia y la violencia; el amor primitivo; la guerra y su locura; la historia pequeña en la historia grande; la vida en toda su grandeza y origen.
En To the Wonder, Malick se adentra en un terreno más difícil, con menos coartadas. Ya no hay unos jóvenes sin futuro cruzando las malas tierras, ni una realidad por conquistar los días del cielo; no hay un nuevo mundo que descubrir ni una delgada línea roja que cruzar. Ya no hay que buscar la sabiduría del árbol de la vida. No, aquí estamos ante una historia de AMOR, del amor en abstracto, del amor elevado a la categoría metafísica de lo sublime, lo maravilloso. Solo por eso ya me apetecía verla. ¿Cómo iba Malick a atreverse con esa poética de los sentimientos?
El resultado, sin embargo, me ha decepcionado. A un primer nivel, por la inclusión del personaje que hace Javier Bardem. En una historia donde lo físico, el amor, es el camino, la aspiración a lo sublime y lo maravilloso, mezclar la trama de un sacerdote en crisis de fe que busca en la miseria una explicación a su incapacidad de ver a Dios, me saca de lo que me está contando, me aparta de la historia que me interesa de verdad, la historia de  Neil y Marina, la historia de cómo el AMOR, no basta para alcanzar LO MARAVILLOSO. Me sobra ese padre Quintana y su deambular sonámbulo por paisajes que atraviesa sin  verlos.
En un segundo nivel me ha decepcionado porque el estilo visual de Malick, esa capacidad de retratar espacios abiertos o cerrados, luces y sombras, árboles y estrellas con una belleza única, se convierte en algo edulcorado, publicitario, cuando por esos prados y campos de trigo, playas y praderas vemos a Olka Kurylenko dando saltitos y aleteando los brazos como en un anuncio de “Ya es primavera en el Corte Inglés”. Quizás con una actriz menos saltarina y con mas personalidad; quizás sin el personaje del cura; quizás con un poco más de tiempo para eliminar secuencias preciosas pero inútiles, este film habría sido SUBLIME. Ahora, por desgracia, no lo es.

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