Esta semana he leído el libro de Antonio Muñoz Molina Todo lo que era sólido. Es un libro
estupendo donde se puede encontrar escrito con una prosa sencilla y muy clara
lo que la mayoría de la gente con sentido común pensamos sobre lo que ha pasado
y está pasando en España en estos momentos. En estos y en los inmediatamente
anteriores cuando España iba bien, cuando éramos los reyes del mambo y
tirábamos la casa por la ventana alegremente. Algunas de las cosas que cuenta
Muñoz Molina de su etapa como director del Instituto Cervantes en Nueva York,
hacen enrojecer de vergüenza y los datos que da sobre la especulación y su
análisis de la evolución del deterioro social y político de los últimos años,
es de una lucidez absoluta que se resume en una palabra: despilfarro.
Despilfarro, esa es la palabra justa. Despilfarro de dinero
publico en gastos inútiles, edificios que no hacen falta, viajes desorbitados,
infraestructuras innecesarias; despilfarro del legado histórico de un país que
olvida continuamente su historia como si todo empezara de nuevo cuando llega un
nuevo gobernante; despilfarro de un paisaje degradado, destruido en aras de una
codicia desmesurada y una corrupción generalizada; despilfarro de una cultura a
la que nunca se ha cuidado ni se ha respetado, únicamente utilizado.
Despilfarro que ha hecho de España un espacio de espejismos.
De aquellos polvos vienen estos lodos, mas que lodos
pantanos de inmundicia, que se suelen englobar bajo la crisis. Una crisis que sirve para
justificar toda clase de recortes en las conquistas sociales colectivas, o para
espolear toda clase de reivindicaciones nacionales absurdas que nos remiten a tiempos que ya creíamos
superados.
Acabé de leer el libro el día que salía en La Vanguardia un
reportaje sobre la Bienal de Venecia donde se daba cuenta de la representación
española y catalana. Me sentí profundamente insultada cuando me enteré que el
pabellón español, que ha costado nada mas y nada menos que 400.000 euros (¡la
mitad que el de la anterior bienal! lo dicho, el despilfarro que había y que por
visto continua) era una montaña de escombros llenando una habitación firmada
por una artista que se llama Lara Almarcegui. ¡Pero que es ésto!, hasta donde
hemos llegado en este retablo de las maravillas que nos impide reconocer la
desnudez, por no decir la estupidez, de los que se escudan en la basura como
pretendida arte. Ya está bien de tanta tomadura de pelo. Ya está bien de pensar
que la gente es idiota. No lo somos. Pero mi enfado no solo no se apaciguó sino
que creció cuando, en la misma página leí un artículo referente al pabellón
catalán que ha costado la friolera de 480.000 euros y que es, ni mas ni menos,
que una reivindicación de los parados de este mundo. No sé si los que han impulsado esa idea son
muy conscientes que con el gasto que ha supuesto su obra de arte han
contribuido notablemente a que haya mas parados en esta ciudad. Quizás el
próximo año puedan buscar entre los despedidos del TNC o las victimas del ERE
de diarios y revistas o quizás entre los farmacéuticos que no cobran, nuevos
parados para una edición renovada de su pabellón.
Cuanta razón tiene Muñoz Molina y que poco hacemos por
impedirles que sigan con el despilfarro y la basura. Yo ya me he
cansado y este post es prueba de ello.
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