Ver las dos
películas juntas es muy interesante (y dejo de lado los valores
cinematográficos de ambas que son mas bien pocos en los dos casos). Lo que las
hace interesantes es comprobar como se enfrentan estos personajes, uno real y otro de ficción, a una situación de violencia insoportable.
Hannah Arendt fue
una filosofa judía alemana, exiliada en Estados Unidos desde 1941, que provocó
una gran controversia a mediados de los años sesenta con su libro Eichmann en Jerusalén, Un informe sobre la
banalidad del mal, donde ponía de manifiesto un hecho terrible: la maldad que
ejercen los mediocres, los don nadie que se escudan en “cumplía órdenes", los hombres que son incapaces de pensar por si
mismos, es mucho mas horrible que la que se ejerce por pasión, por convicción o
por necesidad. En sus crónicas sobre el
juicio al jefe de las SS Adolf Eichmann, uno de los mayores criminales de guerra, Arendt
destacó la banalidad de la maldad de los asesinos nazis y acusó al mismo tiempo
a líderes judíos de un fatalismo histórico que contribuyó al éxito del
exterminio. Ni una idea ni otra fueron bien recibidas en ese momento. Ni
creo que lo fueran ahora, en que la ideología progresista dominante impone
también su pensamiento único en el conflicto judío/palestino que dura desde
hace casi setenta años.
Y en ese
conflicto se inscribe el film de la directora canadiense, que, a diferencia de Arendt, no se plantea coger el toro por los cuernos
y comprobar la banalidad del mal en ambas partes, una banalidad de seres que no
se preguntan que están haciendo y en nombre de quién, -el poder, el dinero, la
corrupción, la religión, la exclusión del otro, la intolerancia- sino que
acatan órdenes de los que han decidido quienes son los buenos y quienes son los
malos sin plantearse nada mas. Como no se lo plantea la protagonista de Inch’Allah,
que, llevada por lo que ve y no por lo que debería pensar, interviene en el
conflicto de una forma trágica.
A la salida del
film de von Trotta en el pase de prensa, se generó un debate entorno a su
figura (aun ahora controvertida). Yo escuchaba y pensaba que lo mejor de esta
película, o mejor dicho de lo que defiende Hannah Arendt, es que es extrapolable
a nuestra propia actualidad, cuando tantos mediocres se escudan en una
legalidad sin interpretaciones ni matices o en una visión sesgada de la
historia para defender posturas de pensamiento único. Los mediocres no se
limitaron a estar al servicio del III Reich. Los mediocres y su banal
maldad siguen estando en el poder imponiendo su obediencia debida al ordeno y mando
del líder de turno. Y no hace falta remontarse a la esfera política, ¿quién no
ha padecido un jefecillo malvado y absolutamente inútil, pero con poder para
hacer la vida imposible a sus subordinados y eliminar como sea a todo aquel que
considere que le hace sombra? Banalidad y maldad se conjugan juntas muchas
veces.
La
discrepancia, el pensar por uno mismo, el intentar entender lo que sucede, como
quería Arendt, no son posturas bien vistas por los don nadies que dominan el mundo.
* la película
de Von Trotta Hannah Arendt se proyecta en Barcelona el domingo 9 de junio en la Filmoteca. Espero
que se pueda estrenar en algún momento para que la vea y discuta todo el mundo
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