(yo leí El Gran Gatsby en esta edición en catalán en el lejanísimo año 1968)
Hace días que no escribo en el blog. Los estrenos de estas
dos últimas semanas no han sido precisamente estimulantes. Y las noticias de
cine que se podían comentar no me apetecían. Me dolió la muerte de Alfredo
Landa, más que nada porque es un trocito de historia del cine que desaparece
definitivamente. Le conocí en el rodaje de Sinatra,
de Betriu y me pareció una persona muy agradable y atenta, al menos con la prensa. Pero nada
más.
Tampoco la operación de pechos de Angiolina Jolie era algo
que quisiera comentar. Me parece una barbaridad y un disparate someterse a esa
mutilación solo por un “quizás”. Pero no la juzgo, es muy libre de hacer con su
cuerpo lo que quiera, aunque debería saber que el efecto imitación puede ser
terrible.
Hace unos días empezó el festival de Cannes. Pero este año,
no se si porque yo soy ya una persona diferente o porque la situación general
es tan dura, no me apetece tanto seguir sus fastos. Vi la inauguración bajo el
diluvio y pensé en la tontería de la gente que estaba ahí, esperando todo el
día, para ver pasar a las estrellas.
Lo que me ha impulsado a escribir de nuevo es el estreno de El Gran Gatsby que abrió con tanta
lluvia el Festival de Cannes. Un Gatsby de Baz Luhrmann, un Gatsby del siglo
XXI. Fitzgerald escribió su preciosa novela de una manera absolutamente
contemporánea. Sucede a principios de los años 20 y se publicó en 1925. Era una
novela de actualidad, un retrato de la sociedad que vivía y bebía la vida a borbotones
y que Fitzgerald conocía muy bien. De esa novela se han hecho varias
adaptaciones al cine. El día que vi el Gatsby de DiCaprio por la mañana, por la
tarde vi el Gatsby de Redford, es decir la versión de 1974 que dirigió Jack
Clayton. No creo que ninguna de las dos respete eso tan traído y llevado estos
días en todas las críticas del “espíritu de Scott Fitzgerald”, (¿alguien sabe exactamente qué es el "espíritu de Fitzgerald?") pero una y otra
si tienen el espíritu de la época en se rodaron.
El Gatsby de Robert Redford y la Daisy de Mia Farrow, son absolutamente
retro, responden a esa moda de los primeros setenta que se miraba en el pasado
para eludir el presente. 1974 fue un año de una crisis económica terrible y el
cine buscaba en los felices y locos años veinte una escapatoria para no
fijarse en lo que pasaba. Pero con ello decía más de su propio tiempo que si
hiciera un documental. Crisis igual a mirada al pasado y que mejor pasado que
el de Gatsby encarnado en la estrella rubia del momento, Robert Redford.
Lástima que Daisy fuera a parar a manos de una actriz insoportable, impostada y
absolutamente detestable (igual que su personaje, por otro lado) como Mia Farrow.
El Gatsby de Leonardo DiCaprio y la Daisy de Carey Mulligan, son absolutamente
contemporáneos de esta época de caos, de hundimiento de las ideas, de mezcla de
géneros, de exuberancia vacía condenada a la austeridad, de crisis en
definitiva Y ahí entra Luhrmann con su capacidad para crear espectáculo, con su
riqueza visual y su fusión musical. Sin dejar por eso de mirar a unos
personajes que siguen siendo los de Scott Fitzgerald pero son también de ahora
mismo. En ambas películas, el narrador, Nick, es el encargado de contarnos en
primera persona la historia de ese hombre hecho a si mismo, sin escrúpulos, lleno
de misterio, consumido por el amor y condenado a morir por la estupidez, la
codicia, la falta de ética y de responsabilidad, cosas, todas ellas, que
caracterizan nuestro mundo contemporáneo.
El Gatsby de Fitzgerald miraba el presente, el Gatsby de
Clayton miraba el pasado, el Gatsby de Luhrmann mira el futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario