Mud (Jeff
Nichols) es una de aquellas películas
que debería ver todo el mundo. Los mayores, los medianos y los pequeños. Todos
pueden reconocerse en esa aventura de ecos marktwaianos, como se han encargado
de recordar todas las críticas y reportajes del film. Los mayores por la
evocación de una infancia que siempre queda en la memoria y por el inquietante
personaje de Sam Shepard: los medianos, porque la aventura del amor y la
libertad forman parte del proceso de asumir la madurez; los pequeños, porque crecer
es algo muy complicado que necesita modelos donde mirarse y esos modelos se
pueden encontrar en los sitios mas inesperados. Pero hay mas cosas en esta reflexión
sobre la amistad, el amor, la
lealtad. Hay un paisaje que es tan importante como los personajes,
con esa isla misteriosa que tiene un barco en un árbol; hay una mujer que es
motor y rémora de un amor imposible; hay palabras y gestos que evocan momentos
que no vemos. Mud es un film para
mirar varias veces. Mud es un film
para guardar.
Muchas veces he puesto de manifiesto en este blog las
coincidencias de la vida. La
misma semana que se estrena Mud, he
leído un libro de Russell Banks que se llama La Ley del Hueso. Es un libro precioso que, mira por donde, tiene
mucho que ver con Mud. También aquí hay
un adolescente abandonado buscando su lugar en el mundo, un amigo viejo y
marginal que le ayuda a encontrarlo de una forma nada convencional y un padre,
mejor dicho dos padres, que no merecen serlo. La historia de Mud pasa en el sur, en el río Mississippi;
la de Hueso
pasa en el norte, en el estado de Nueva York. El paraíso perdido de Mud y
Ellis es una isla en el río, el de I-Man
y Hueso es otra isla, mas lejana, Jamaica. Es interesante ver la película y
leer el libro casi al mismo tiempo. Formalmente están en las antípodas. Mud discurre como el río, tranquila,
escondiendo las turbulencias en una superficie que parece inamovible; Hueso
discurre en los bosques y la selva, en una espiral que se abre y se cierra.
Pero ambas, libro y película, tienen el mismo espíritu. Ese que viene, sin
ninguna duda, de Huckleberry Finn y Jim, pero también de Jim Hawkins y John
Silver, en La Isla del tesoro, o de
John Mohune y Jeremy Fox en Moonfleet.
El placer de la aventura para un adolescente que la descubre de la mano de un
adulto que no sigue las reglas.
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