domingo, 4 de enero de 2015

LEVIATAN


(éste cuadro de Ramón no tiene ningún Leviatán, pero no sé porqué, cuando buscaba imágenes para ilustrar esta entrada, me saltó a la vista diciéndome: “ponme”. Quizás porque hay algo en él que evoca el dolor y la impotencia frente a la maldad)

La primera entrada del año es para una película rusa impresionante. No es un film redondo ni perfecto, pero es de aquellos que se recordarán todo el año. Se llama Leviatán y la dirige Andrey Zvyagintsev. Intenten memorizar este nombre impronunciable (Ezviyaginsev, seria mas o menos), porque es, y lo será más aun en los próximos años, uno de los directores importantes del cine europeo.
La palabra Leviatán evoca monstruos marinos, mitológicos, satánicos. Monstruos de todo tipo, de esos que no se pueden combatir porque no se llegan nunca a entender. En todo caso, es una palabra cargada de miedo, misterio, dolor, maldad.  Todo esto abunda en este Leviatán ruso que nos acerca a mundo realmente terrible. El miedo heredado del stalinismo y el comunismo que sigue imperando en una sociedad corrupta y dominada por los intereses de unos pocos, los que lo controlan todo, antes, ahora y siempre, es decir el poder político y la iglesia. Misterio, el que provoca ese paisaje impresionante, esa costa del norte de Rusia, con un mar tormentoso, donde aun se pueden ver ballenas y sus esqueletos se erigen como esculturas impresionantes en medio de la playa. Dolor, el que viven estos personajes empapados en vodka como único recurso para soportar el mal que les supone vivir. Maldad. Toda la que se pueda imaginar. Maldad asesina de la belleza, de la armonía. Una de las imágenes mas duras de la película es la del bulldozer derribando la casa de Kolya. Demasiado sabemos en España lo que esa destrucción del paisaje ha traído. El Leviatán ruso no soporta la belleza de su paisaje y está dispuesto a hacerlo desaparecer,  como lo ha hecho nuestro Leviatán particular.
 Las hermosas imágenes de Leviatán remiten directamente a Tarkovski, al Tarkovski de El sacrificio o de Stalker. Pero la historia no. La historia nace de las raíces del propio director que desde su debut en 2003 con El regreso, no ha dejado de indagar en aquello que Dostoievski llamaba el alma rusa. Y algo de Dostoievski hay en los personajes de Kolya, Lilia y Dimitri, un triángulo abocado al fracaso y a la destrucción. Pero no hay nada de Dostoievski en el cuarto protagonista de esta tragedia, el alcalde yeltsiniano, encarnación de la corrupción, la cobardía y la maldad de la nueva Rusia de Putin.

Cine político, si, pero sobre todo cine trágico y hermoso. 

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