(esto es lo que queda del Muro de Berlín, de la guerra fría quedan aún muchas otras cosas)
El
9 de noviembre del año 1989 caía el muro de Berlín, erigido de forma
clandestina el 13 de agosto de 1961. Durante estos casi treinta años, los
espías de uno y otro lado, protagonizaron la vida real, pero sobre todo la vida
literaria y cinematográfica creando un género específico: el cine de espionaje
de la guerra fría.
No
es que antes de 1961 no hubiera espías en el cine y en la vida. Claro que los
había, pero casi todos eran espías nazis. Desde Encadenados, de Hitchcock, a Operación
Cicerón, de Mankiewicz, los malos eran los nazis y los buenos el conjunto
de los aliados. También ha habido espías después de la caída del muro, aunque
son de otro tipo: Jason Bourne, o la Carrie de Homeland, son buenos ejemplos. La edad de oro del cine de
espionaje, como de la literatura del género, comienza a finales de los
cincuenta coincidiendo con el auge de la guerra fría y la construcción del muro
de Berlín. La ciudad de Berlín se convierte en esos años en el escenario ideal
para contar historias donde la CIA, el M16 y el KGB, dirimen sus enfrentamientos.
Historias que la mayor parte de las veces son sórdidas, poco glamurosas, con
personajes más bien rutinarios.
Es
en este contexto donde sitúa Spielberg el argumento de El puente de los espías, protagonizado por un personaje gris y sin
brillo, como lo era el Smiley de John Le Carré. Un hombre normal que se ve
obligado a defender un concepto del mundo que pone por encima de todo el
respeto a la libertad. El puente de los
espías sucede en el momento en que los soviéticos están levantando el muro
de Berlín y con el puente de Glienike como escenario de los intercambios de
espías de uno y otro bando. ¿Por qué Spielberg decide hacer ahora, en pleno
siglo XXI, una película sobre la guerra fría con un guión excelente de los
hermanos Coen como base? Hay muchas respuestas, pero a mí me sirve una: estamos
en el umbral de una nueva guerra. No sé si será fría o caliente, pero será una guerra
entre dos maneras de entender el mundo, dos conceptos de la libertad, la
dignidad y el uso del poder. Como lo era en los años cincuenta y sesenta. Es
esto lo que hace de este magnífico film histórico un excelente retrato de
nuestra contemporaneidad: Spielberg habla de 1960, pero en realidad, habla de
ahora mismo. Esta es una película que mira el siglo XX para entender el siglo
XXI.
Pero
esto no sería suficiente para hacer de El
puente de los espías uno de los mejores films de año y probablemente uno de
los mejores de Spielberg. Lo que hace que la aventura de James Donovan/Tom
Hanks nos conmueva y nos arrastre con él durante mas de dos horas, es la forma
como está contada. Como resuelve la primera secuencia del seguimiento en el
metro y la detención del espía ruso; como nos presenta a Donovan con una
conversación donde deja clara su inteligencia. Como narra los encuentros entre
el espía y el abogado; como avanza casi
sin darte cuenta hasta encontrarte al lado de ese hombre común que sabe que debe
hacer lo que se tiene que hacer. Spielberg es un Clásico con mayúsculas. Esta
película huele y sabe a años cincuenta. Uno siente el miedo y la tensión al
pasar los controles de Friedrichstrasse, vive la miseria de una ciudad dividida
y atemorizada, comparte con Tom Hanks (cada vez más parecido a James Stewart)
el desprecio por esos espías sin alma que son los agentes profesionales de la
CIA y de la KGB. Donovan es débil y tiene miedo. Pero es un Hombre Digno. Y eso
es suficiente.
Una
acotación, durante toda la proyección me preguntaba qué era lo que notaba
diferente en esta película. Pensaba que debía ser el guión de los Coen que hace
que no haya ni una gota de sentimentalismo en la historia. Pero no era eso. Me
di cuenta al final, cuando vi en los créditos, que la música no era de John
Williams, creo que por primera vez en toda su filmografía, sino de Thomas
Newman. Esa era la diferencia. La música es tan importante en una película, si
está bien utilizada, que marca el tono de todo el film.
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