(este
cuadro de Ramon parece una urna dispuesta a llenarse de los votos de todos)
Escribo
esto el sábado 19. Mañana votamos en las elecciones generales. Y votamos todos.
Hombres y mujeres mayores de 18 años. Esto, tan normal que nadie se para a
pensar en ello, hace cien años era imposible. Hace cien años, las mujeres no
tenían derecho a votar. En realidad no
tenían derecho a casi nada. A existir en función de un hombre: padre, marido,
hermano. Sufragistas, la película de
Sarah Gavron que se estrena muy oportunamente esta semana, nos recuerda que
conseguir poder votar mañana fue un
camino lleno de dificultades, de peligros, de renuncias, de luchas, que
llevaron a las mujeres a arriesgar su vida, su trabajo y su familia para
conseguir tener una voz propia en el mundo. La lucha fue larga y las cimas se
fueron conquistando poco a poco: en Estados Unidos, en 1920, en Gran Bretaña en
1928, en España en 1933, en Francia en 1944. Hace nada, históricamente
hablando. Nada si además lo comparamos
con la cantidad de países del mundo en los que las mujeres siguen siendo
privadas de este derecho y de muchos más.
Y no solo en las medievales sociedades islamizadas, dominadas por una lectura
religiosa obsoleta y reaccionaria. También en lugares donde aparentemente la
igualdad está conseguida, como China o la India, queda mucho por combatir,
queda mucho por alcanzar.
De
esta película y sobre todo de la lucha de las sufragistas que hace cien años
salieron a la calle, sacó algunas conclusiones muy contemporáneas.
Una.
La lucha es colectiva, solidaria e internacional. No se habría conseguido nada
si las mujeres inglesas solo se hubieran preocupado por las mujeres inglesas
sin importarles lo que las españolas, o las italianas podían necesitar. Las
luchas son solidarias por abajo al margen del lugar donde uno nace y el idioma
en el que grita su reivindicación. Esta es una primera lección que todo el que
se considere de izquierdas debería tener claro. La solidaridad y la
internacionalización son dos conceptos indisolubles de la lucha por los
derechos. Si solo me planteo “salvar” a los míos sin importarme lo que les pase
a los “otros”, mi posicionamiento de izquierda no será demasiado creíble. Los
nacionalismos son insolidarios por naturaleza. Las mujeres lo entendieron y
lucharon juntas; catalanas, andaluzas, madrileñas en 1931. Todas ahora mismo.
Dos.
La lucha de las mujeres no era solo por el voto, era también por la igualdad.
Igualdad de oportunidades, igualdad de responsabilidades, igualdad de salarios.
En este terreno queda mucho aun por conseguir. Pero de lo que estoy segura es
que con la idea de los cupos y las paridades no se contribuye a esa igualdad.
Las mujeres y los hombres tienen que acceder a los puestos de responsabilidad por lo que valen,
no por su sexo. Hace unos días Pilar Rahola, persona con la que no suelo estar
de acuerdo en casi nada, dijo una cosa que aplaudo: “quiero que me valoren por
mis neuronas, no por mis hormonas”. La paridad es una condescendencia. ¿Por qué
paridad, por qué no una consejo de administración o un gobierno con mayoría de
mujeres? La paridad sigue siendo un reconocimiento del tutelaje masculino.
Sufragistas, la película, evoca
esta lucha y lo hace sin victimismo, pero tampoco con un afán de venganza. Lo
hace con inteligencia, con humor incluso. Y sobre todo con respeto. El respeto
que se merece todo aquel que lucha porque la sociedad sea más justa. Toda la
sociedad, no solo una parte.
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De
Stars Wars 7 hablaré la semana que
viene si he conseguido una entrada para verla¡¡¡
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