viernes, 19 de agosto de 2016

ANIMALES/HUMANOS


Animales
Cada mañana leo en un libro de frases de León Tolstoi las que corresponden al día en que estamos. No siempre son interesantes, pero a veces me sorprenden a mí misma. Por ejemplo, una del 15 de agosto:
“Todas las argumentaciones contra el consumo de carne, por convincentes que sean, carecen de significado en relación con el hecho de que los animales poseen el mismo espíritu vital que existe en nosotros. Deberíamos pensar que, al arrebatar la vida a un animal, cometemos algo cercano al suicidio.” (Tolstoi)
Leí esta frase al día siguiente de acabar de ver una serie en Netflix que se llama ZOO. En la serie, los animales han desarrollado una extraña mutación que les permite comunicarse entre diferentes especies, emprendiendo una batalla contra esos depredadores estúpidos que caminan en dos patas, es decir nosotros. Los animales, –leones en África, murciélagos en la Antártida, ratas en una isla, perros y gatos, cebras y camellos–, comprenden que ya no hay una especie superior y deciden imponer su ley. Es una serie muy entretenida, con imágenes impactantes y un guión bien construido que deja con ganas de saber más. De momento solo hay una temporada, espero que pronto estrenen la segunda.
Pero como las coincidencias (la frase de Tolstoi, la serie de Netflix) nunca vienen solas, hubo un tercer hecho sorprendente. Pocos días antes de empezar a ver la serie, leí el primer libro de John Irving, Libertad para los osos. Un libro escrito en 1968, ambientado en Austria, con una reflexión sobre la historia reciente de Europa y con una idea fija: liberar a los animales del Zoo de Viena, hecho al que se entregan  con pasión y un desastroso resultado Siggy y Graff. Novela casi juvenil, extraña, poco ortodoxa y no demasiado políticamente correcta, (no sé si ahora mismo alguien se habría atrevido a publicársela) este libro enlaza directamente con la serie y justifica plenamente la frase del escritor ruso.



Humanos
“Todas las personas comparten el mismo origen, están sujetas a la misma ley y fueron creadas para el mismo propósito”. (G Mazzini) Esta otra frase del mismo libro de Tolstoi me sirve también para hablar de Human, el documental de creación antropológica de Yann Arthus-Bertrand que se ha estrenado en salas en su versión extendida después de recorrer la red en diversas versiones. Human quiere ser un retrato colectivo de la humanidad, esa que los animales quieren destruir porque les parecemos estúpidos y depredadores. A través de entrevistas directas filmadas en plano corto y fondo negro, el film repasa los grandes temas que preocupan a la humanidad: la guerra, el hambre, la explotación, el maltrato, la felicidad, el amor, la libertad, la muerte, la represión, la emigración… Entre grupo y grupo de entrevistas el film nos regala imágenes aéreas de la Tierra en toda su belleza, demostrando que nuestro planeta tiene una capacidad estética inabarcable desde la cercanía del suelo. Todo muy bonito, todo muy interesante, todo muy tópico. La verdad es que este film se disfruta más en pequeñas dosis que visto todo junto. Si ves las dos horas y veinte minutos que dura acabas por darte cuenta de que cae en muchos tics. Por ejemplo: casi todas las personas entrevistadas son de eso que hace un tiempo se llamaba el Tercer Mundo, Asia, África, Latinoamérica. Hay algunos norteamericanos (no muchos) y unos pocos europeos. Pero el grueso son rostros surgidos de lo que no es la cultura occidental. Y ese es el otro problema que le veo a este interesante trabajo. Como si fuera un debate electoral cualquiera, los temas que le preocupan son la economía y la sociedad. La Cultura no existe. Echo de menos algunas reflexiones sobre el arte, la música, la literatura y su valor como elemento definidor de la humanidad.  A no ser, claro, que consideremos que el arte aparece en las preciosas imágenes de paisajes de desiertos, tundras nevadas, montañas gigantescas, ríos turbulentos, núcleos urbanos, costas marinas, zonas industriales y selvas salvajes que puntean las entrevistas.
En todo caso, Human es un film que vale la pena ver. Sobre todo cuando se estrene, espero que pronto, en plataformas on line.



Ajedrez
He de confesar que me gusta más el dibujo de Ramon que la película de Edward Zwick, El caso Fisher. Pero eso no significa que no piense que tiene interés. No entiendo nada de ajedrez, de pequeña jugaba un poco a lo tonto, sé mover las fichas y me gusta la idea del juego de los castillos, o juego de tronos, que encierra la lucha de los blancos con los negros;  con su rey, su reina, sus torres, sus caballos, sus peones y sus alfiles, llamados bishops, obispos, en inglés. Pero no voy más allá.

Por eso la película me gustó o me interesó no por el trasfondo del juego y su reto a la inteligencia, sino como  retrato de una obsesión. El que esté basado en personajes reales, Fisher y el ruso Boris Spassky, no la convierte en un biopic sobre el campeón del mundo. En realidad la historia se centra en el crucial año 1972 cuando se produjo la llamada partida del siglo, el juego número 6 del enfrentamiento entre el ruso y el americano que convirtió a Fisher en campeón del mundo. Antes de esa partida, hemos visto como un niño superdotado para el ajedrez se convertía en un ser obsesivo, con una hipersensibilidad a los ruidos y la manía de ser espiado por los rusos y los judíos. Después de la partida, no sabremos casi nada de él. Así que lo que cuenta es lo que pasó en Reikiavik ese mes de agosto de 1972, en plena guerra fría y con los dos jugadores utilizados como peones por sus respectivos gobiernos. Si la miramos como un film político, El caso Fisher adquiere una dimensión interesante; si la miramos como un film sobre el ajedrez, seguramente decepcionará a los seguidores de este juego. 

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