Animales
Cada
mañana leo en un libro de frases de León Tolstoi las que corresponden al día en
que estamos. No siempre son interesantes, pero a veces me sorprenden a mí
misma. Por ejemplo, una del 15 de agosto:
“Todas
las argumentaciones contra el consumo de carne, por convincentes que sean,
carecen de significado en relación con el hecho de que los animales poseen el
mismo espíritu vital que existe en nosotros. Deberíamos pensar que, al
arrebatar la vida a un animal, cometemos algo cercano al suicidio.” (Tolstoi)
Leí
esta frase al día siguiente de acabar de ver una serie en Netflix que se llama ZOO. En la serie, los animales han
desarrollado una extraña mutación que les permite comunicarse entre diferentes
especies, emprendiendo una batalla contra esos depredadores estúpidos que
caminan en dos patas, es decir nosotros. Los animales, –leones en África,
murciélagos en la Antártida, ratas en una isla, perros y gatos, cebras y
camellos–, comprenden que ya no hay una especie superior y deciden imponer su
ley. Es una serie muy entretenida, con imágenes impactantes y un guión bien
construido que deja con ganas de saber más. De momento solo hay una temporada,
espero que pronto estrenen la segunda.
Pero
como las coincidencias (la frase de Tolstoi, la serie de Netflix) nunca vienen
solas, hubo un tercer hecho sorprendente. Pocos días antes de empezar a ver la
serie, leí el primer libro de John Irving, Libertad
para los osos. Un libro escrito en 1968, ambientado en Austria, con una
reflexión sobre la historia reciente de Europa y con una idea fija: liberar a
los animales del Zoo de Viena, hecho al que se entregan con pasión y un desastroso resultado Siggy y
Graff. Novela casi juvenil, extraña, poco ortodoxa y no demasiado políticamente
correcta, (no sé si ahora mismo alguien se habría atrevido a publicársela) este
libro enlaza directamente con la serie y justifica plenamente la frase del
escritor ruso.
Humanos
“Todas
las personas comparten el mismo origen, están sujetas a la misma ley y fueron
creadas para el mismo propósito”. (G Mazzini) Esta otra frase del mismo libro
de Tolstoi me sirve también para hablar de Human,
el documental de creación antropológica de Yann Arthus-Bertrand que se ha
estrenado en salas en su versión extendida después de recorrer la red en diversas
versiones. Human quiere ser un
retrato colectivo de la humanidad, esa que los animales quieren destruir porque
les parecemos estúpidos y depredadores. A través de entrevistas directas
filmadas en plano corto y fondo negro, el film repasa los grandes temas que
preocupan a la humanidad: la guerra, el hambre, la explotación, el maltrato, la
felicidad, el amor, la libertad, la muerte, la represión, la emigración… Entre
grupo y grupo de entrevistas el film nos regala imágenes aéreas de la Tierra en
toda su belleza, demostrando que nuestro planeta tiene una capacidad estética inabarcable
desde la cercanía del suelo. Todo muy bonito, todo muy interesante, todo muy
tópico. La verdad es que este film se disfruta más en pequeñas dosis que visto
todo junto. Si ves las dos horas y veinte minutos que dura acabas por darte
cuenta de que cae en muchos tics. Por ejemplo: casi todas las personas
entrevistadas son de eso que hace un tiempo se llamaba el Tercer Mundo, Asia,
África, Latinoamérica. Hay algunos norteamericanos (no muchos) y unos pocos
europeos. Pero el grueso son rostros surgidos de lo que no es la cultura
occidental. Y ese es el otro problema que le veo a este interesante trabajo.
Como si fuera un debate electoral cualquiera, los temas que le preocupan son la
economía y la sociedad. La Cultura no existe. Echo de menos algunas reflexiones
sobre el arte, la música, la literatura y su valor como elemento definidor de
la humanidad. A no ser, claro, que
consideremos que el arte aparece en las preciosas imágenes de paisajes de
desiertos, tundras nevadas, montañas gigantescas, ríos turbulentos, núcleos urbanos,
costas marinas, zonas industriales y selvas salvajes que puntean las
entrevistas.
En
todo caso, Human es un film que vale
la pena ver. Sobre todo cuando se estrene, espero que pronto, en plataformas on
line.
Ajedrez
He
de confesar que me gusta más el dibujo de Ramon que la película de Edward Zwick,
El caso Fisher. Pero eso no significa
que no piense que tiene interés. No entiendo nada de ajedrez, de pequeña jugaba
un poco a lo tonto, sé mover las fichas y me gusta la idea del juego de los
castillos, o juego de tronos, que encierra la lucha de los blancos con los
negros; con su rey, su reina, sus
torres, sus caballos, sus peones y sus alfiles, llamados bishops, obispos, en
inglés. Pero no voy más allá.
Por
eso la película me gustó o me interesó no por el trasfondo del juego y su reto
a la inteligencia, sino como retrato de
una obsesión. El que esté basado en personajes reales, Fisher y el ruso Boris
Spassky, no la convierte en un biopic sobre el campeón del mundo. En realidad
la historia se centra en el crucial año 1972 cuando se produjo la llamada partida del siglo, el juego número 6 del
enfrentamiento entre el ruso y el americano que convirtió a Fisher en campeón
del mundo. Antes de esa partida, hemos visto como un niño superdotado para el
ajedrez se convertía en un ser obsesivo, con una hipersensibilidad a los ruidos
y la manía de ser espiado por los rusos y los judíos. Después de la partida, no
sabremos casi nada de él. Así que lo que cuenta es lo que pasó en Reikiavik ese
mes de agosto de 1972, en plena guerra fría y con los dos jugadores utilizados
como peones por sus respectivos gobiernos. Si la miramos como un film político,
El caso Fisher adquiere una dimensión
interesante; si la miramos como un film sobre el ajedrez, seguramente
decepcionará a los seguidores de este juego.
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