sábado, 13 de agosto de 2016

VERANO DE HORMIGAS


(dibujo del natural, es mio, Ramon lo habría hecho mucho mejor)
Tengo hormigas en la cocina. Supongo que como media humanidad (o la humanidad entera). Tengo hormigas y las detesto. No me importa matarlas. Me cuesta mucho matar animales, incluso arañas. Si me encuentro alguna por casa, intento rescatarla y sacarla al jardín. Pero las hormigas no. Las mato sin piedad y sin remordimientos. No me gustan y me dan miedo. No puedo evitar pensar que algún día, por una extraña mutación, se convertirán en gigantescos monstruos fórmicos. Como los de una película que se solía reponer todos los veranos y que me asustaba muchísimo, Them, La humanidad en peligro, en la que enormes hormigas mutantes a causa de una explosión atómica se dirigían a las ciudades para arrasarlas por completo. Había otra película de hormigas que también se reponía cada verano. Se llamaba Cuando ruge la marabunta y la protagonizaban  Charlton Heston en todo su esplendor y Eleanor Parker en toda su belleza. Aunque lo más importante del film es la marabunta de hormigas negras que avanza como un ejército implacable contra las plantaciones de Heston, yo me acuerdo que había una cosa que siempre me llamaba la atención. Bueno, siempre no. Mientras era pequeña (la veía todos los veranos), me parecía muy raro que ese hombre solitario se negara a amar a esa guapa mujer porque “no era nueva”, y me intrigaba mucho la réplica de ella cuando le decía “un piano afinado y tocado suena mejor que uno nuevo”. Curiosa forma de hablar de la virginidad, cosa que entendí cuando fui adolescente.
Y ya que he empezado a pensar en películas del verano, de esas que se reponían cada año, me acuerdo de más. Las minas del rey Salomón, por ejemplo, con Stanley Granger haciendo de gran cazador y Deborah Kerr de lady inglesa que busca a su marido. También había en esta película un momento que me fascinaba. Cansada de que su pelo largo y rojo sea una molestia en la selva, Lady Curtis decide cortárselo ella misma. El resultado era un coqueto y perfecto corte de pelo rizado que me dejaba perpleja. Cosas del Hollywood dorado. Ahora, le dejarían la cabeza llena de trasquilones, eso sí, muy bien diseñados.
África solía estar muy presente en los cines de verano. Mogambo era una cita ineludible. ¡Qué magnífica película! Con su famoso incesto para evitar el adulterio, pero sobre todo con ese animal lleno de belleza salvaje que era Ava Gardner; Hatari¡ es probablemente la película de aventuras que más me gusta de toda la historia del cine, un canto a la amistad, la solidaridad, el amor la vida libre, el respeto; El último safari, de Henry Hathaway, un director a revisar y del que me encantaría poder ver una retrospectiva completa.
Podría seguir recordando películas del verano. Pero me voy a parar en una que para mi simboliza el verano de cine por excelencia. Siete novias para siete hermanos, de Stanley Donen. No hubo un verano, entre mis doce y mis veinte años, que no la viera. Y aun ahora la reviso de vez en cuando en DVD. Siempre encuentro cosas distintas en esa historia de vaqueros danzarines y damiselas cantarinas. Es un prodigio musical y sus  decorados, esos que a Donen tanto le molestaba porque quería rodar en exteriores y no pudo, se convirtieron con los años en uno de sus mayores atractivos. No lo puedo remediar,  esa película me evoca algunos de los mejores momentos de cine que he pasado en verano. Creo que esta tarde la volveré a ver.
Qué extraño camino he seguido entre las hormigas de mi cocina y las hormigas que no podía haber en ese campo de mentira, hecho de pintura y cartón de Siete novias…  Nunca se por donde acabará saliendo el texto. De momento, aquí está.

De las películas que se han estrenado este viernes hay dos que valen la pena pero que no he visto todavía. El caso Bobby Fisher y Human. De ellas hablaré la semana que viene.


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