(dibujo
del natural, es mio, Ramon lo habría hecho mucho mejor)
Tengo
hormigas en la cocina. Supongo que como media humanidad (o la humanidad
entera). Tengo hormigas y las detesto. No me importa matarlas. Me cuesta mucho
matar animales, incluso arañas. Si me encuentro alguna por casa, intento
rescatarla y sacarla al jardín. Pero las hormigas no. Las mato sin piedad y sin
remordimientos. No me gustan y me dan miedo. No puedo evitar pensar que algún
día, por una extraña mutación, se convertirán en gigantescos monstruos
fórmicos. Como los de una película que se solía reponer todos los veranos y que
me asustaba muchísimo, Them, La humanidad
en peligro, en la que enormes hormigas mutantes a causa de una explosión
atómica se dirigían a las ciudades para arrasarlas por completo. Había otra
película de hormigas que también se reponía cada verano. Se llamaba Cuando ruge la marabunta y la
protagonizaban Charlton Heston en todo
su esplendor y Eleanor Parker en toda su belleza. Aunque lo más
importante del film es la marabunta de hormigas negras que avanza como un
ejército implacable contra las plantaciones de Heston, yo me acuerdo que había
una cosa que siempre me llamaba la atención. Bueno, siempre no. Mientras era
pequeña (la veía todos los veranos), me parecía muy raro que ese hombre
solitario se negara a amar a esa guapa mujer porque “no era nueva”, y me
intrigaba mucho la réplica de ella cuando le decía “un piano afinado y tocado suena
mejor que uno nuevo”. Curiosa forma de hablar de la virginidad, cosa que
entendí cuando fui adolescente.
Y
ya que he empezado a pensar en películas del verano, de esas que se reponían
cada año, me acuerdo de más. Las minas
del rey Salomón, por ejemplo, con Stanley Granger haciendo de gran cazador
y Deborah Kerr de lady inglesa que busca a su marido. También había en esta
película un momento que me fascinaba. Cansada de que su pelo largo y rojo sea
una molestia en la selva, Lady Curtis decide cortárselo ella misma. El
resultado era un coqueto y perfecto corte de pelo rizado que me dejaba
perpleja. Cosas del Hollywood dorado. Ahora, le dejarían la cabeza llena de
trasquilones, eso sí, muy bien diseñados.
África
solía estar muy presente en los cines de verano. Mogambo era una cita ineludible. ¡Qué magnífica película! Con su
famoso incesto para evitar el adulterio, pero sobre todo con ese animal lleno
de belleza salvaje que era Ava Gardner; Hatari¡
es probablemente la película de aventuras que más me gusta de toda la historia
del cine, un canto a la amistad, la solidaridad, el amor la vida libre, el
respeto; El último safari, de Henry
Hathaway, un director a revisar y del que me encantaría poder ver una
retrospectiva completa.
Podría
seguir recordando películas del verano. Pero me voy a parar en una que para mi
simboliza el verano de cine por excelencia. Siete
novias para siete hermanos, de Stanley Donen. No hubo un verano, entre mis
doce y mis veinte años, que no la viera. Y aun ahora la reviso de vez en cuando
en DVD. Siempre encuentro cosas distintas en esa historia de vaqueros
danzarines y damiselas cantarinas. Es un prodigio musical y sus decorados, esos que a Donen tanto le
molestaba porque quería rodar en exteriores y no pudo, se convirtieron con los
años en uno de sus mayores atractivos. No lo puedo remediar, esa película me evoca algunos de los mejores
momentos de cine que he pasado en verano. Creo que esta tarde la volveré a ver.
Qué
extraño camino he seguido entre las hormigas de mi cocina y las hormigas que
no podía haber en ese campo de mentira, hecho de pintura y cartón de Siete novias… Nunca se por
donde acabará saliendo el texto. De momento, aquí está.
De
las películas que se han estrenado este viernes hay dos que valen la pena pero
que no he visto todavía. El caso Bobby
Fisher y Human. De ellas hablaré
la semana que viene.
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