(cuando vean la peli sabrán por qué he elegido este
árbol de Ramon)
Esta mañana he visto Blade Runner 2049. Me ha gustado mucho. No voy a decir mucho, o más
bien nada, de lo que pasa en la película. Cuando he llegado a casa he visto la
vieja, la primera, Blade Runner 2019.
Esa que hace 35 años nos parecía tan lejana, tan futurista y que ahora está a
la vuelta de la esquina. Me ha vuelto a gustar mucho. Mantiene todo su misterio
y su nada oculto deseo de encontrar una respuesta a la única pregunta que no la
tiene. ¿Cuánto vamos a vivir? El final
del Blade Runner del 2019 nos dejaba
con una puerta abierta. ¿Conseguirían Deckard y Rachel escapar de esa ciudad de
Los Ángeles, lluviosa y agobiante y
alcanzar la tierra donde vive el unicornio?
La respuesta está en esta película que no es una
segunda parte, ni una continuación. Es una prolongación, como lo es la vida que
se prolonga de padres a hijos y a nietos y a… Han pasado 30 años, hay
replicantes, hay blade runners que los retiran, hay lluvia, hay preguntas. Las
eternas preguntas. K, el nuevo Blade Runner, no verá naves ardiendo mas allá de
Orión, ni rayos C en las puertas de Tanhauser, pero si verá desiertos secos,
ciudades en ruinas, rayos de esperanza en la nieve. Y también verá mujeres,
mujeres poderosas. Porque en este paisaje desolado las mujeres son muy
importantes. Ya sean proyecciones que alivian la soledad, ya sean justicieras
implacables, ya sean preservadoras del futuro, ya sean fabricantes de
recuerdos. La semilla de Rachel ha dado muchos frutos. Para descubrirlos
tendrán que verla.
Y nada mas esta semana en la que mi intención era no
hablar de NADA. Porque la sensación de vacío y de tristeza, de pérdida y de
agresión, de desaliento y de miedo lo han dominado todo. No sé si el 2049 será
como lo describen en la película. Lo que si sé es que el 2017 se parece mucho a
un film de terror en todos los sentidos.
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