viernes, 29 de septiembre de 2017

SOLO CINE


Esta semana solo quiero hablar de cine. Concretamente de dos películas que se acaban de estrenar. De una de ellas, Converso,  de David Arratibel, ya escribí cuando la vi en el Festival D’A de Barcelona en abril. Copio aquí lo que dije entonces:
“Este es un documental familiar. Quiero decir que es un documental que habla de la familia del director en primera persona. Él incluido. El título ya es una pista de lo que vamos a ver: Converso, de conversar, que es lo que hace David Arratibel con sus hermanas María y Paula, su cuñado, Raúl y su madre. Converso de conversión, porque las conversaciones van de la conversión de María al catolicismo y de cómo arrastró casi sin quererlo a su hermana pequeña y a su madre hacia ese mundo de la Iglesia Católica del que su hermano siempre quedó excluido. Conversión que necesitaba una conversación. Viendo este film emocionante y despojado, donde la intimidad de las entrevistas se ve violentada (con su permiso) por la mirada del espectador, se me ocurrieron muchas ideas. La primera es el derecho que tiene cada uno a elegir creer en lo que quiera: en Dios o en las estrellas, me da igual. En un Dios o en otro, también me da igual. Hay un momento en que María cuenta como había veces en que sentía que despertaba la curiosidad de sus amigos que, sin embargo, no se atrevían a preguntarle por qué se había convertido. Y entonces pensé en el daño tan grande que hacen algunas ideas políticas que se apoderan de los conceptos como propios, los instrumentalizan y los utilizan contra los demás. El franquismo se apropió de la Iglesia Católica, del cristianismo, de la religión y se identificó tanto con ella, que expulsó a mucha gente de la idea simplemente de creer o practicar. Algo parecido a lo que está haciendo el fundamentalismo islámico con el Islam, religión tan válida como la católica, identificada con el mal por culpa de su usurpación malsana. Converso me parece una película muy estimulante y me merece el mayor de los respetos. Palabra de no católica, pero si de alguien convencido de que el mundo no se acaba en estas cuatro paredes.”
A este texto solo añadiría que me sigue pareciendo terrible que una opción política o una clase social, o un poder establecido, se apodere de ideas y sentimientos de todos para convertirlos en instrumentos de su uso exclusivo y excluyente. Pero he prometido no hablar hoy más que de cine.


(no son los Andes, es el Pirineo aragonés, pero sirve para ilustrar esta película de montañas)
La otra película es La cordillera, del argentino Santiago Mitre. Este es un film político en el mejor sentido de la palabra y del concepto. Una película que habla de políticos haciendo política. Es decir, intentando sacar el máximo provecho y beneficio para ellos mismos en primer lugar, para sus países en segundo lugar, aunque eso es secundario. La cordillera sucede en un lujoso hotel de alta montaña en los Andes chilenos donde se reúne una cumbre de presidentes de los países de América del sur o mejor dicho Latina, con la exclusión de Caribe y Centroamérica. Y naturalmente de Estados Unidos. En ese ambiente frío por fuera y por dentro, el presidente de Argentina, papel que hace Ricardo Darín, se erige en el centro de dos turbulencias: una política, otra personal. Su frialdad acabará por sacar partido de las dos demostrando que en política lo más importante es saber leer las situaciones para no equivocarse. Cosa que me llevó a pensar cuánta falta hace que eso se aplique en nuestro(s) país(ses) donde hay tantos analfabetos políticos que deberían ir al colegio para aprende a leer lo que sucede y no lanzarse a aventuras pasadas de vueltas o quedarse inmóviles como si el frío de la cordillera los hubiera dejado congelados. Thriller político entretenido, inteligente, contemporáneo, que habla de la corrupción como arte de sobrevivir.  De los tres adjetivos, solo dos se pueden aplicar a nuestra película particular: político y contemporáneo; el otro, inteligente, no se ajusta a la realidad.Lo de la corrupción, en cambio, es un tema común a todos nuestros analfabetos. En cualquier lengua.
Pero, basta. Ya lo he dicho. Esta semana, precisamente esta semana, solo quiero hablar de cine.

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