Detroit es una ciudad fantasma, un escenario de
novela de Stephen King con edificios en
ruinas, solares abandonados, calles vacías llenas de basura. Detroit es quizás
la ciudad que mejor ejemplifica los efectos devastadores de la crisis de los
últimos años. Su población disminuye de forma continuada y la que fuera el
motor del país con las grandes industrias de General Motors, Ford y Chrysler ha pasado a ser una sombra que se
desvanece en medio de un paisaje desolado.
Pero no siempre fue así. En los años 50 y 60 Detroit
era una ciudad industrial potente con una población trabajadora de blancos y
negros. Blancos que vivían bien, negros que vivían mal. Pero vivían. Hasta que
el 23 de julio de 1967 se produjo un incidente que provocó uno de los más violentos episodios de enfrentamiento racial de la década. Es este episodio el que Kathryn Bigelow
retrata en su último film Detroit.
Algunos periodistas le han preguntado a Bigelow porque, siendo blanca y mujer,
aceptó dirigir esta historia de hombres y negros. Ella contesta “Me pregunté con total honestidad si yo
era la directora correcta para llevar este tema al cine. Probablemente no lo
sea, pero esta era una historia que merecía ser contada y yo sabía cómo
hacerlo. Por otro lado, yo creo que todos tenemos derecho a participar en el
debate sobre los conflictos raciales. Todos debemos hacernos cargo de la
existencia de un racismo que está infiltrado en las instituciones, tal como se
ve en la película.”
En
esta respuesta de la directora hay dos frases que justifican que sea ella la
que haya dirigido la película: esta era una
historia que merecía ser contada y yo sabía cómo hacerlo y todos tenemos derecho a participar en el
debate sobre los conflictos raciales. Que ella sabía cómo hacerlo lo ha
demostrado con creces en su filmografía, una de las más interesantes y
personales del cine contemporáneo que la ha convertido en la mejor cronista de
la historia reciente americana. Bigelow tiene la capacidad de hacer un cine físico,
tangible, vigoroso, un cine que suda y huele, que documenta como ningún otro la
ficción de la realidad. Por eso era perfecta para contar esta historia de
violencia en la que se tiene que sentir el miedo, olerlo, vivirlo. Que todos
tenemos derecho a hablar de racismo es una verdad incuestionable. Si se deja el
tema solo en manos de los directores de color corremos el riesgo de caer en un
estereotipo que la mirada de alguien que, supuestamente pertenece a la clase
privilegiada, puede mostrar de una forma mucho menos condicionada.
Detroit es una gran película. Contada en tres actos, como una tragedia
griega, tiene un inicio espectacular durante los disturbios que arrasaron los
barrios negros de la ciudad las noches del 23 y el 24 de julio de 1967. En esa
primera parte, Bigelow nos pone en contacto con los personajes principales de
la historia. El segundo acto se centra en el
asalto al Motel Algiers la noche del 25 de julio, cuando una patrulla de la policía
local retuvo a un grupo de jóvenes negros a los que torturó de forma insoportable que acabó con tres de ellos asesinados a sangre fría. Es este episodio de casi 50 minutos
el que justifica todo el film. La tercera parte, el juicio, se solventa de una
forma mucho más expeditiva. No hay mucho que añadir a lo que ya se ha contado.
El
gran acierto de Bigelow es que, aun siendo tremendamente fiel a la época, –vestuario, música, ambientes, lenguaje–, hace una
película completamente actual, contemporánea.
En Detroit vemos el germen de
los votantes de Trump. Son estos jóvenes policías racistas y blancos los que
ahora, con sesenta, setenta años, le han dado la victoria al populista
pelirrojo de la Casa Blanca. Es como si hubieran esperado cincuenta años para
cumplir su venganza contra una sociedad que en el momento los considero
culpables, aunque no los encarceló, dejándolos apartados de la historia. Y son
estos jóvenes negros los abuelos de los nuevos
jóvenes negros que siguen defendiendo sus derechos por encima de discriminaciones
y racismos. Detroit es tan actual que
el protagonista principal, Kraus el policía de la ciudad que dirige el asalto
al hotel y es el cerebro de los
asesinatos, se parece mucho al joven Trump. Donald Trump tenía 21 años en 1967; Will
Poulter, el actor que da vida al desagradable Kraus, tenía 23. Hay entre ellos
mucho más que un parecido razonable. Hay una misma expresión de supremacía blanca,
la supremacía que se extiende como una mancha de aceite venenoso en la sociedad
norteamericana.
2. HOTEL CAMBRIDGE
(me
gusta mucho este cartel, por eso lo pongo)
La
abrumadora y necesaria crónica de Detroit
no debe hacernos olvidar de otro estreno de esta semana que merece no pasar
desapercibido. Hotel Cambridge, de la
brasileña Eliane Caffé, es uno de los films más importantes del año. Es una
frase muy contundente, lo sé. Más aplicada a una película pequeña, que se
estrena como un documental sobre un edifico ocupado en el centro de Sao Paulo.
Sin duda es un documental sobre este extraño y enorme edificio abandonado que
ha sido tomado por refugiados de todos los rincones del mundo junto con desahuciados
brasileños sin casa. Pero si solo fuera eso, sería un documental televisivo y nada más. Y Hotel Cambridge es mucho más. Los
antecedentes de la película, para que se sitúen rápidamente, están en Joaquín
Jordá, José Luis Guerin y En construcción.
Pero los casi veinte años que han pasado desde que se inventó el documental del
creación han hecho evolucionar el concepto hacia algo más sofisticado, más
rico, menos clasificable. Hotel Cambridge no es un documental ni
una ficción, es otra cosa. Todo lo que
pasa, todos los que aparecen, todo lo que se dice, es real. Pero el cómo y el
quien lo dice es ficción. Hay un gusto por el detalle, por los diálogos, por
los lenguajes y las lenguas: lenguajes cinematográficos que van de la filmación
de urgencia de una acción en la calle, a los bailes y teatros representados en
el edificio, pasando por los diálogos a través de Skipe o las pequeñas y
divertidas conversaciones que se entrecruzan entre estos refugiados que hablan
distintas lenguas y comen distintas cosas. Denunciar el problema de la vivienda
en todo el mundo, y la precariedad e indefensión de los refugiados, es el
primer objetivo de Hotel Cambridge. Hacerlo
de manera que sea además un film lleno de imágenes potentes, situaciones
divertidas y personajes entrañables es el objetivo de Eliane Caffé. No se la pierdan.
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