(una
foto mía del año 1970, cuando estaba “encerrada” en el país sin poder salir)
Esta
semana se estrena una película curiosa. No sé si es una gran película, puede
que no. Pero lo que es seguro es que hace pensar en muchas cosas. Cosas del
pasado y cosas del presente. El film se llama Rehenes, es georgiano, de Georgia, una de esas ex repúblicas
soviéticas de las que apenas sabemos nada y de las que surgió un director
maravilloso llamado Otar Ioseliani.
Rehenes me ha dado
mucho que pensar. La historia pasa en el año 1983 y cuenta el fallido intento
de fuga de un grupo de estudiantes e intelectuales georgianos, cansados de
vivir en la represión y el oscurantismo de la dictadura soviética. Si no se
sabe nada del contexto histórico, político y social de la época, el film puede
resultar un poco confuso. Se dan por conocidas demasiadas cosas que,
evidentemente, un espectador de menos de cuarenta años ni sabe ni tiene porque
saber.
Pero
para mí resultó un viaje al pasado. El primer paralelismo surge del recuerdo
estremecedor (por aterrador) de lo que sucedía en España durante el franquismo.
Ya he dicho varias veces en este blog lo mucho que tenían en común la dictadura
franquista y los regímenes estalinistas y post estalinistas de la vieja Unión
Soviética. Una de esas cosas en común era la de impedir a sus ciudadanos la
libre circulación al exterior. Nadie podía salir de los países socialistas sin
una autorización de la nomenclatura, es decir del Partido Comunista, ese que
cantaba la Internacional y levantaba el puño izquierdo (1). Ir al extranjero estaba
prohibido. Como en España, donde no todo el mundo, por suerte Franco era menos
listo que Stalin, pero si cualquiera que ellos quisieran, tenía prohibido irse
del país. Yo estuve ocho años “encerrada” de los Pirineos a Algeciras
(aproveche ese tiempo para recorrer España con Ramón y descubrir que el país
era muy interesante y bonito y variado y rico en sus gentes, pero hubiera
preferido hacerlo por voluntad y no por imposición). En España la dictadura
duró cuarenta años; en el bloque soviético duró sesenta. Por eso en el año 1983
nosotros ya podíamos viajar libremente a todas partes, podíamos escuchar la
música que queríamos, leer los libros que nos daba la gana o ver el cine que
nos apeteciera, incluso podíamos hacer huelgas. Pero ellos no. Ellos aun tenían
que comprar un disco de los Beatles en una tienda clandestina y escucharlo
podía llevarlos a la cárcel. El pequeño
grupo de estudiantes e intelectuales que protagonizan este film basado en
hechos reales, no quiere nada más que la libertad de decidir, de escoger, de
respirar. Pertenecen a las clases dirigentes del país, son parte de la elite
económica y política, pero se ahogan. Y planean una fuga absurda condenada al
fracaso: secuestrar un avión para que los lleve a Turquía. Cómo lo hacen y lo
que les pasa, no lo cuento por si quieren ver la película.
Pero
hay otro paralelismo en este film más inquietante y más cercano. La verdad es
que mientras lo veía no pude dejar de
pensar en los jóvenes terroristas yihadistas de Ripoll (estoy un poco harta de
no llamarlos por lo que eran). El grupito de Nika y Ana en el film, encuentran
refugio a sus ansias de libertad en… ¡la iglesia! Cosa que seguramente
desconcertará a más de uno. Efectivamente, la religión, cristiana ortodoxa en
este caso, era un refugio y una vía de escape y de rebelión contra el
pensamiento dominante. Y ellos tenían un guía, una especie de extraño monje con
pinta de Rasputín, que les ayudaba a canalizar sus ansias de libertad. Como el
famoso Imam de Ripoll. Los padres y autoridades de Tiflis se preguntan ¿por qué
estos chicos que lo tenían todo se entregaron a ese plan descabellado? Lo mismo
que se preguntan algunos de los conciudadanos de Ripoll respecto a los chicos
perdidos del Imán. La gran diferencia entre unos y otros es que los jóvenes de
Georgia no luchaban en nombre de ningún Dios, ni tampoco odiaban a nadie: solo
querían respirar. Los de Ripoll, en cambio, si invocaban un Dios y nos odiaban
a nosotros: en realidad lo que pretendían es que el resto del mundo dejara de
respirar.
(1) Es curioso y al mismo tiempo trágico que mientras ellos eran perseguidos por querer escapar de ese himno y ese puño alzado, aquí nos perseguían por cantarlo y levantar el puño. Los totalitarismos tienen eso en común: prohibir lo que no te gusta.
(1) Es curioso y al mismo tiempo trágico que mientras ellos eran perseguidos por querer escapar de ese himno y ese puño alzado, aquí nos perseguían por cantarlo y levantar el puño. Los totalitarismos tienen eso en común: prohibir lo que no te gusta.
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