(una imagen vale más que mil palabras:
dos huracanes a punto de colisionar en
el Caribe)
No hay muchos estrenos destacados esta
semana. Pero hay dos películas que sin ser especialmente buenas, son
interesantes porque nos recuerdan, desde perspectivas muy diferentes, el horror
incomprensible de la persecución judía en los años treinta, y la aberración que
significó el nazismo. Las dos abordan el tema aunque desde puntos de vista muy
diferentes. La historia del amor, de
Radu Mihaileanu lo hace desde el presente, contando una historia de amor
truncada por la guerra en la Polonia,ocupada, prolongada en la aventura de un
libro escrito en yidish, publicado en castellano y desparecido durante mucho
tiempo. Bye Bye Germany, de Michel
Bergmann y Sam Garbansky, en cambio, lo hace desde el humor y la ironía de un
grupo de judíos en 1946 que buscan la manera de salir de la Alemania derrotada
para ir a América. Si a la primera le sobra un poco de almíbar y flores, a la
segunda le falta un poco de acidez y mala leche. Pero las dos son interesantes
para recordar.
Muchas veces lo he dicho en este blog. Es
curioso cómo las cosas se encadenan. Justo la semana que se estrenan estas dos
películas, yo he terminado de leer el primer volumen de la trilogía The Century, de Ken Follet (un autor mal
considerado por una determinada crítica por ser autor de best sellers,
¡benditos best sellers si son de esta calidad y nivel!). El primer volumen. La caída de lo gigantes, va de 1914 a
1923. El marco de la novela es la primera guerra mundial y sus importantes repercusiones
en la historia del mundo. Este segundo volumen, El invierno del mundo, empieza en Berlín en1933 y se acaba en 1949.
He leído pocas páginas, pero han sido suficientes para provocarme una honda
preocupación.
Copio algunos párrafos del capítulo
primero 1933:
(uno de los personajes explica como han
llegado a la situación en que se encuentran)
“A mediados de los años veinte estábamos
más o menos bien. Teníamos un gobierno democrático y la economía crecía. Sin
embargo, todo se fue al traste con el crash de Wall Street de 1929.Y ahora
estamos sumidos en una gran depresión. Por cada oferta de trabajo se forman
colas de hasta cien hombres. Los miro a la cara y veo la desesperación en su
rostro. No saben cómo van a alimentar a sus hijos. Luego los nazis les ofrecen
un poco de esperanza y entonces se preguntan a sí mismos: “¿Qué puedo perder?”
(p.42)
(continúa la conversación)
“–No creo que el pueblo alemán vote
jamás a favor de una dictadura.
–¡Pero no serán unas elecciones justas!
Mira lo que ha pasado hoy en mi revista. Todo aquel que critica a los nazis
corre peligro. Mientras tanto, su propaganda lo inunda todo.”
….
(Poco después del incendio del Reichstag
Hitler decide que la culpa es de los comunistas. Su jefe de policía le dice que
ha sido obra de un pirómano aislado, pero él está dispuesto a acabar con los
comunistas)
“–¡Tonterías! –gritó Hitler– Esto se
había planeado desde hace mucho tiempo. ¡Pero han cometido un error. No han
entendido que contamos con el apoyo de la gente.” (p.49)
….
(Se discute en una reunión del Partido
Socialdemócrata la propuesta de una Ley de Habilitación)
“El primer asunto que debían tratar
cuando se iniciara la sesión de la tarde era la Ley de Habilitación, que
permitiría que el gabinete de Hitler pudiera aprobar leyes sin el permiso del
Reichstag. La ley ofrecía un panorama lúgubre. Convertiría a Hitler en un
dictador…
Sin embargo Lloyd no concebía que ningún
parlamento del mundo pudiera aprobar semejante ley. Sería como deponerse a uno
mismo. Era un suicidio político.” (p.70)
…..
“–¡No se puede aprobar! La Ley de
Habilitación es una enmienda constitucional. Dos tercios de los representantes
deben estar presentes, es decir, 432 de los 647 posibles Y dos tercios de esos
presentes han de aprobarla”. (p.72)
(Tras barajar números que los
tranquilizan llega un jarro de agua fría)
“–Pero con esos cálculos no estás
teniendo en cuenta el último anuncio del presidente del Reichstag (Herman
Göring el colaborador más estrecho de Adolf Hitler). –Ha decretado que no se
computará a los diputados comunistas que se encuentran ausentes por estar
encarcelados.
–¡No pueden hacerlo!
–Es absolutamente ilegal, pero lo han
hecho.
–Esto es del todo ilegal, dijo alguien.
Deberíamos retirarnos a modo de protesta.
–¡No! ¡No!. Aprobarían la ley en nuestra
ausencia….” (p.73)
Esto pasa en las primeras 70 páginas. No
he leído más todavía. Pero ha sido suficiente para deprimirme aun más de lo que
ya estaba después de lo sucedido los últimos diez días.
Que esté deprimida no es solo por lo que
está pasando cerca de mi casa, en mi ciudad, en mi país. Estoy deprimida
también por la escalada de violencia verbal y ya no tan verbal entre dos gordos
impresentables y asquerosos que están jugando con el mundo como si fuera una
pelota en el patio del colegio. El americano gordo rubio y seboso,
representante de lo peor de una sociedad que tiene muchas cosas buenas, pero a
veces las olvida, se enfrenta al coreano gordo e infantiloide que representa la
degeneración absoluta de una ideología que quizás alguna vez tuvo sentido. ¡Los
dos son grotescamente peligrosos y lo estamos dejando que hagan lo que quieren¡
Y para acabarlo de arreglar, la
naturaleza ha decidió decir hasta aquí hemos llegado. Un huracán espantoso da
paso a un huracán todavía más mortífero. Un terremoto tras otro, convierten un
país y una ciudad como México en un caos de destrucción.
¿Hay motivos para no estar deprimido? No
saben cuánto me gustaría encontrar un rayito de luz y de esperanza en medio de
este lío. No saben cómo me gustaría tener un poco de sentido del humor para
poner distancia con todo esto. Berlanga o Billy Wilder sabrían darle la vuelta.
Yo, pobre de mi, solo puedo seguir leyendo y viendo películas. Mientras me
dejen.
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