De
las varias definiciones de la palabra Amor que se pueden leer en el Diccionario
de la Real Academia, hay tres que sirven perfectamente a las tres películas que hoy ocupan este blog:
La
primera, Sin amor, del director ruso Andrei
Zviaguintse, responde a la definición
que dice: “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su
propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”.
La
segunda, Call me by your name, de
Luca Guadagnino, se ajusta más a la segunda definición: “Sentimiento hacia otra
persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo
de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”.
La
tercera es Coco, de Lee Unkrich de la
que aun no había hablado. En este caso, la definición más útil es: “Objeto
de cariño especial para alguien”.
Aclarado
esto, vamos por partes.
Sin amor
Que
el director ruso Andrei Zviaguintse es alguien muy especial nos lo había demostrado ya con Leviatàn, Elena y El regreso. La
familia en descomposición es el tema de fondo de su cine. En este caso, un
matrimonio de clase media ruso, que no se soporta, vive sin amor, y las
consecuencias de ese desamor las padece su hijo de doce años. El film podría
hacer un mini ciclo de separaciones con Secretos
de un matrimonio de Bergman, (título que el director reivindica como
primera influencia), y Nader i Simin, una
separación de Asghar Farhadi. Las tres hablan de la falta de amor en una
pareja. Pero en el caso de Sin amor,
hay mucho más que eso. Enmarcada en los paisajes nevados de un bosque
moscovita, quieto, callado, blanco, donde el silencio del niño se oye más que
los gritos de los padres, el film no renuncia a ser una áspera critica de la
sociedad contemporánea, la rusa y por extensión
la de cualquier otro lugar, donde la gente es incapaz de amar, de hacer
eso que dice la definición, buscar y encontrar la unión con otro ser. Los
padres, viven en un aislamiento sentimental, aunque se engañen creyendo que con
sus nuevas parejas van a ser capaces de salir de su cápsula emocional. Y el
niño, el niño sabe que no existe para ellos. Pero aun hay más cosas en este
film de una belleza glacial y fascinante: el contexto propio de esa Rusia
putinesca que poco a poco va calando en su sociedad. La película empieza en el
otoño del 2012, cuando se anuncia el fin del mundo del calendario maya: para la
pareja protagonista será el fin de su mundo, desde luego. La película acaba a
finales del 2013 con la revuelta en Ucrania que acabó en rebelión frente a la
tiranía dominante del mundo ex soviético o mejor dicho neo soviético. Lo que
sucede en los tres días en que unos padres indiferentes pretenden buscar a su
hijo, tendrá una prolongación un año después cuando ambos se hayan acomodado a
la nueva realidad tan fría como lo era la anterior a la desaparición del niño. Sin amor te deja con el corazón encogido
y con el sentimiento helado ante tanta deshumanización.
(un paisaje de verano de Ramon)
Call me by your name
En
la película de Luca Guadagnino hay mucho
amor. Amor a la vida, amor adolescente, amor a la belleza… Pero no se espanten.
No es en absoluto empalagosa, ni mucho menos cursi. Guadagnino está demostrando
que es un digno descendiente de dos padres cruzados: Visconti y Bertolucci. Del
primero, ha heredado el gusto por la elegancia, la belleza de los paisajes, la
delicada relación de los personajes; del segundo ha aprendido a hacer una disección de
la burguesía intelectual sin caer nunca en tópicos y en lugares comunes. Si a
estos dos antecedentes sumamos a James Ivory, autor del guión sobre la novela
de André Aciman, tendremos un cóctel perfecto para una película que discurre
como el verano. Ese plácido verano de 1983 en que se vive un profundo amor
adolescente de los que dejan huella en la vida, en el que vemos crecer el deseo entre un adolescente con
dudas y un joven americano sin dudas. Call
me by your name podría haber sido una aventura de amor veraniego mas
si no fuera por tres momentos: uno sentimental, la declaración de amor en la
plaza ante el monumento a los caídos; otro erótico, el juego con el melocotón
no se olvida fácilmente; y un tercero emocionante, la conversación entre padre
e hijo que da sentido a todo lo que hemos visto y escuchado. Añadan a eso un
plano final que interpela y abre nuevos interrogantes y se darán cuenta de que
es una película preciosa, útil y casi
diría necesaria.
(estas fotos que me mandó mi sobrina Nuri de México, podrían ser una ilustración de Coco)
Coco
He
tardado mucho en ver esta película de animación, no sé bien porque. Pero al
final la he visto. Me ha gustado mucho. Más de lo que pensaba. Al margen de
recordarme mi infancia en México y la tradición del día de los Muertos con sus
calacas de azúcar, la historia de Miguel y su viaje al otro lado en busca de su
padre es una preciosa aventura sobre el amor en su tercera definición. La idea
de que los muertos viven mientras alguien los recuerda, es muy bonita y muy
reconfortante. Es una muestra de un cariño que perdura. Siempre lo he pensado,
mientras el recuerdo de un ser querido está en tu corazón, esa persona sigue
viva de alguna manera. No hace falta ir al cementerio, no hace falta rezar a
nada ni a nadie, basta con cerrar los ojos, recordar el rostro, la mirada, un
gesto, una música, una palabra y la persona evocada vuelve a ocupar su lugar en
el paisaje interior de cada uno. Solo por eso esta deliciosa y entretenida
película ya vale la pena de ser vista, comentada y recomendada.
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