(autorretrato de Didac, cuando tenía tres años)
Estamos de suerte. Esta semana también hay una gran película
en los cines. Bueno, dos. Aunque muy diferentes. Las dos son historias con
niños, o mejor dicho de niños, o aun más claro, vistas por los niños. Sus
títulos son: The Florida Project, de
Sean Baker y Ganar el viento de Anne
Julliand, la primera es una ficción que parece un documental, la segunda es un
documental que parece una ficción.
(una vaca dibujada por Zoe, cuando tenía ocho años)
Al salir de la proyección de The Florida Project, la crítica comentaba que esta película
desmentía la famosa frase de Hitchcock de que nunca hay que trabajar con niños.
Otros la comparaban con el cine de Ken Loach. Yo no estoy de acuerdo con
ninguna de las dos cosas. El cine que hacía Hitchcock era imposible hacerlo con
niños: el mago necesitaba manipular, controlar y despreciar a partes iguales a
sus actores y eso, es muy difícil de hacer con un niño. Baker, en cambio, les
cede todo el protagonismo, los sigue, comparte con ellos su vida, sus risas, su
inocencia y su irresponsabilidad. Incluyendo entre sus niños no solo a Mooneey
y sus amigos sino también a su casi adolescente madre, Halley. En cuanto a
Loach, desde luego no tiene nada que ver. Loach hace un cine maniqueo donde
siempre hay unos buenos buenísimos, los pobres, y unos malos malísimos, el
estado. No hay medias tintas. En este proyecto de Florida no hay malos, ni
buenos. Bueno, un bueno si, Bobby, el personaje que hace Willem Dafoe, un
hombre protector, sensible, que ayuda sin pedir nada a cambio, que sabe lo que
es la vida. Quizás el único que lo sabe en ese paraíso de colores pasteles y
nombres mágicos que esconde bajo su apariencia de falso decorado un mundo
marginal y olvidado, pero no miserable ni degradado. Lo mejor de este film imprescindible son sus
complicidades: las de Halley con su hija Mooney, las de Mooney con sus amigos
del complejo de moteles en ruinas, las de las mujeres que crían a sus hijos
solas, las del director con todos ellos y las del espectador con un proyecto
que va mas allá de una historia con niños para ser una historia de niños. Y
todo, al lado de Disneylandia, un lugar donde los niños no son niños, sino objetos de consumo. Preciosa.
(los reyes magos dibujados por Adja, cuando tenía cinco años)
Ganar
el viento es otra cosa. La sinopsis es aterradora: cinco niños con
enfermedades extrañas y mortales viven su día a día frente a las cámaras. Pero
la película no es para nada aterradora. Al contrario. Ganar el viento es un film que te hace ganar la vida. Que te hace
valorar lo que tienes a partir de lo que no
tienen estos niños: tiempo. Pero que te hace envidiar lo que si tienen
estos niños y que muchas veces se nos
olvida: la felicidad de vivir un día y otro, la dignidad de aceptar su
realidad sin complejos sin miedos añadidos. La directora, que conoce en primera
persona el dolor de vivir y ver morir a un niño con una enfermedad rara, se
coloca a la altura de la mirada de los pequeños, y les deja que sean ellos los
que le digan lo que quiere que enseñe de sus vidas: juegos, amigos, familia,
curas, hospital, fiestas, colegio. No hay otro punto de vista que el de ellos,
los adultos están ahí para servir de instrumentos necesarios para sobrevivir,
nada más. Estos niños tienen una entereza moral y una dignidad que sin embargo
no les impide seguir siendo niños. No se puede ganar al viento, dice Julliand,
pero si se puede jugar con él, dejarse mecer, aprovecharlo y dejarlo que te
lleve. Una película feliz aunque no lo parezca que te hace reconsiderar lo que
es importante de verdad.
(un paisaje de Martí, cuando tenía ocho años)
(para ilustrar este post he utilizado dibujos hechos por
hijos de amigos míos, niños felices, sanos, que tengo la suerte de conocer y
de querer. Gracias a sus padres por compartir sus dibujos conmigo)
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