Esta
semana he visto dos películas magnificas. Una en una sala de exhibición, la
otra en la tele. Las dos son cine político en el mejor sentido del término; las
dos son lecciones de historia que deberían verse en los colegios y las
universidades. Las dos ponen los pelos de punta pero lo hacen con humor, ironía,
inteligencia y respeto. Esto último me parece muy importante. Porque te puedes
burlar de todo, criticar ferozmente todo y hacer humor con todo, pero sin
perder el respeto a los burlados, pero sobre todo al espectador. Las dos están
basadas en hechos y personajes reales y reconocidos a los que se cita con su
nombre. Lo que explican las dos nos ha afectado y nos sigue afectando a todos.
Estoy hablando de El vicio del poder y de Brexit.
La primera se ha estrenado este viernes, la segunda se puede ver en HBO. Las dos
integran un díptico sobre el pasado, el presente y el futuro francamente
desesperanzador.
(Christian Bale, el Cheney de cine, Dick Cheney el Cheney de verdad)
Vamos
por la primera, El vicio del poder cuenta el auge y esplendor de un personaje siniestro, mediocre, un gris
burócrata que supo ver las oportunidades que le pasaban por delante gracias a lo
que su inteligente y manipuladora esposa le susurraba en voz baja. Estamos hablando
de Dick Cheney, el hombre en la sombra que fue todopoderoso vicepresidente de
Estados Unidos en el mandato de George W. Bush, entre el año 2001 y el 2008, es
decir , los años del ataque a las Torres Gemelas, la guerra de Irak y el auge
de Al Qaeda y del EI. El excelente guión de Adam McKay, que firma también la dirección,
sigue la vida de este hombre gordo y sin corazón (literalmente) a través del
relato de un narrador anónimo que acaba siendo fundamental en la historia. Las
elipsis, los giros, los cortes, los diálogos, nos enseñan poco a poco la
formación de este hombre terrible, que convirtió la administración de Bush hijo
en una oficina siniestra con la ayuda de personajes aun más siniestros que él,
cómo Donald Rumsfeld o el propio Bush, retratado sin piedad en toda su
estupidez. Es un espectáculo como cine, es una lección como historia, es una
prueba de en manos de quien estamos y es también una explicación de la propia
figura de Donald Trump. Cuando la vean, no se vayan antes de que acaben los créditos:
hay una secuencia imprescindible.
(los dos Cummings, el de mentiras y el de verdad)
Vamos
por la segunda. Brexit, The Uncivil War, es una película realizada para la televisión con
guión de James Graham y dirección de Toby Haynes, uno de los realizadores de la
serie de Sherlock que
lanzó al estrellato a Benedict Cumberbatch, protagonista absoluto de este Brexit que narra cómo se fraguo y se condujo la campaña
para abandonar la Unión Europea en el referéndum de junio del 2016. El
personaje central es Dominic Cummings, un asesor político profesional que puso
su inteligencia y su conocimiento de las nuevas técnicas de manipulación del
pensamiento de las masas al servicio de una única idea: abandonar la Unión
Europea. A Cummings, si hemos de creer y creemos, como lo representa esta
historia, le era bastante indiferente una cosa que otra: quedarse o irse. No
tenia (o tiene) una ideología clara. Simplemente le propusieron un reto y lo asumió
hasta llevarlo al triunfo. El cómo lo consiguió, es lo que cuenta este film, en
el que lo más terrible no es darse cuenta de quien manejaba los hilos del
Brexit y porqué, sino darte cuenta de lo que él descubrió. Los tres millones de
británicos opacos a los que ningún partido prestaba atención, que no votaban ni
se sentían implicados en la política, esos tres millones a los que Cummings
supo cómo llegar tocando las fibras de lo emocional, la reivindicación de un
pasado glorioso del Imperio Británico y la exaltación del nacionalismo
excluyente y xenófobo mas iracundo, gracias a un eslogan potente: Take Back
Control/Recupera el control. Hay
muchos momentos impactantes en una historia que sucede a una velocidad de vértigo,
donde no paran de hablar y que merece una segunda e incluso una tercera visión,
cosa que permite el que se haya estrenado en una plataforma. Todos los
personajes son reconocibles y están en primera página de actualidad; todo lo
que dicen nos suena familiar y muy presente en nuestro país, tanto en Catalunya
como en Andalucía donde seguramente han tenido un Cummings local que supo ver
los 400.00 andaluces opacos que nadie había tenido en cuenta antes.
Tanto
una como otra película nos permiten sacar conclusiones: muchos políticos no son
más que marionetas en manos de los que realmente mueven los hilos a los que no
conocemos, grandes corporaciones económicas y equipos generadores de
informaciones falsas que conducen a la gente, el pueblo, por donde les da la
gana. La otra es lo que podemos llamar un efecto colateral positivo. Hablaba al
principio de este texto de desesperanza. Pero el hecho de que ambas existan y
hayan sido producidas en un país donde manda un loco como Trump y en otro donde
se está fraguando un retroceso democrático de consecuencias imprevisibles, es
una prueba de que la democracia occidental, que respeta los derechos individuales y la libertad de
pensamiento, sigue siendo el único sistema válido para la convivencia. Que
existan estas dos películas es un rayo de esperanza de que no acabaremos
aplastados por la bota de la mediocridad, la manipulación, el aprovechamiento y
el desprecio a la libertad. Porque ¿se imaginan películas así en la Rusia de
Putin, la China de Xi Jinping, el Brasil de Bolsonaro? No verdad. Pues eso.
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