sábado, 12 de enero de 2019

POLÍTICA


Esta semana he visto dos películas magnificas. Una en una sala de exhibición, la otra en la tele. Las dos son cine político en el mejor sentido del término; las dos son lecciones de historia que deberían verse en los colegios y las universidades. Las dos ponen los pelos de punta pero lo hacen con humor, ironía, inteligencia y respeto. Esto último me parece muy importante. Porque te puedes burlar de todo, criticar ferozmente todo y hacer humor con todo, pero sin perder el respeto a los burlados, pero sobre todo al espectador. Las dos están basadas en hechos y personajes reales y reconocidos a los que se cita con su nombre. Lo que explican las dos nos ha afectado y nos sigue afectando a todos. Estoy hablando de El vicio del poder y de Brexit. La primera se ha estrenado este viernes, la segunda se puede ver en HBO. Las dos integran un díptico sobre el pasado, el presente y el futuro francamente desesperanzador.
(Christian Bale, el Cheney de cine, Dick Cheney el Cheney de verdad)

Vamos por la primera, El vicio del poder cuenta el auge y esplendor de un personaje siniestro, mediocre, un gris burócrata que supo ver las oportunidades que le pasaban por delante gracias a lo que su inteligente y manipuladora esposa le susurraba en voz baja. Estamos hablando de Dick Cheney, el hombre en la sombra que fue todopoderoso vicepresidente de Estados Unidos en el mandato de George W. Bush, entre el año 2001 y el 2008, es decir , los años del ataque a las Torres Gemelas, la guerra de Irak y el auge de Al Qaeda y del EI. El excelente guión de Adam McKay, que firma también la dirección, sigue la vida de este hombre gordo y sin corazón (literalmente) a través del relato de un narrador anónimo que acaba siendo fundamental en la historia. Las elipsis, los giros, los cortes, los diálogos, nos enseñan poco a poco la formación de este hombre terrible, que convirtió la administración de Bush hijo en una oficina siniestra con la ayuda de personajes aun más siniestros que él, cómo Donald Rumsfeld o el propio Bush, retratado sin piedad en toda su estupidez. Es un espectáculo como cine, es una lección como historia, es una prueba de en manos de quien estamos y es también una explicación de la propia figura de Donald Trump. Cuando la vean, no se vayan antes de que acaben los créditos: hay una secuencia imprescindible.

(los dos Cummings, el de mentiras y el de verdad)

Vamos por la segunda. Brexit, The Uncivil War, es una película realizada para la televisión con guión de James Graham y dirección de Toby Haynes, uno de los realizadores de la serie de Sherlock que lanzó al estrellato a Benedict Cumberbatch, protagonista absoluto de este Brexit que narra cómo se fraguo y se condujo la campaña para abandonar la Unión Europea en el referéndum de junio del 2016. El personaje central es Dominic Cummings, un asesor político profesional que puso su inteligencia y su conocimiento de las nuevas técnicas de manipulación del pensamiento de las masas al servicio de una única idea: abandonar la Unión Europea. A Cummings, si hemos de creer y creemos, como lo representa esta historia, le era bastante indiferente una cosa que otra: quedarse o irse. No tenia (o tiene) una ideología clara. Simplemente le propusieron un reto y lo asumió hasta llevarlo al triunfo. El cómo lo consiguió, es lo que cuenta este film, en el que lo más terrible no es darse cuenta de quien manejaba los hilos del Brexit y porqué, sino darte cuenta de lo que él descubrió. Los tres millones de británicos opacos a los que ningún partido prestaba atención, que no votaban ni se sentían implicados en la política, esos tres millones a los que Cummings supo cómo llegar tocando las fibras de lo emocional, la reivindicación de un pasado glorioso del Imperio Británico y la exaltación del nacionalismo excluyente y xenófobo mas iracundo, gracias a un eslogan potente: Take Back Control/Recupera el control. Hay muchos momentos impactantes en una historia que sucede a una velocidad de vértigo, donde no paran de hablar y que merece una segunda e incluso una tercera visión, cosa que permite el que se haya estrenado en una plataforma. Todos los personajes son reconocibles y están en primera página de actualidad; todo lo que dicen nos suena familiar y muy presente en nuestro país, tanto en Catalunya como en Andalucía donde seguramente han tenido un Cummings local que supo ver los 400.00 andaluces opacos que nadie había tenido en cuenta antes.
Tanto una como otra película nos permiten sacar conclusiones: muchos políticos no son más que marionetas en manos de los que realmente mueven los hilos a los que no conocemos, grandes corporaciones económicas y equipos generadores de informaciones falsas que conducen a la gente, el pueblo, por donde les da la gana. La otra es lo que podemos llamar un efecto colateral positivo. Hablaba al principio de este texto de desesperanza. Pero el hecho de que ambas existan y hayan sido producidas en un país donde manda un loco como Trump y en otro donde se está fraguando un retroceso democrático de consecuencias imprevisibles, es una prueba de que la democracia occidental, que respeta  los derechos individuales y la libertad de pensamiento, sigue siendo el único sistema válido para la convivencia. Que existan estas dos películas es un rayo de esperanza de que no acabaremos aplastados por la bota de la mediocridad, la manipulación, el aprovechamiento y el desprecio a la libertad. Porque ¿se imaginan películas así en la Rusia de Putin, la China de Xi Jinping, el Brasil de Bolsonaro? No verdad. Pues eso.


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