“Se entiende por artefacto cualquier objeto fabricado
con cierta técnica para
desempeñar alguna función específica. Los artefactos son producto de sistemas
de necesidades sociales y culturales (también llamados intencionales aunque
dicha expresión ha entrado en desuso), y se les emplea generalmente para
extender los límites materiales del cuerpo. En dicho sentido, todo aparato es
un artefacto, pero no todo artefacto es un aparato.”
Creo que esta definición de la
palabra “artefacto” le gustaría mucho a Godard como primera introducción a El libro de imágenes, su nuevo artefacto
audiovisual. Me resulta por completo imposible resumir el argumento de este
trabajo inclasificable. Quizá lo mejor sea recurrir al propio Godard que decidió
que se explicara el film con tres frases: Nada
excepto silencio. Nada excepto una canción revolucionaria. Una historia en
cinco capítulos, como los cinco dedos de una mano.
A punto de cumplir 90 años,
Godard sigue haciendo el cine que quiere sin tener en cuenta ni mercados, ni
gustos, ni siquiera fidelidades a nada ni a nadie. Un cine que puede controlar
y manipular sin moverse de casa. Si podemos dividir la enorme obra
cinematográfica de Godard nos salen cuatro (no cinco) grandes periodos: el del
cine narrativo (1960-1967), el del cine militante (1967-1980), el del cine de
la reconciliación con el relato (1980-1987) y el del cine de la memoria, (1987-2017),
el más largo y sin duda el más experimental y creativo de toda su carrera que
concluye brillantemente en este libro de imágenes.
Godard nunca ha puesto las
cosas fáciles con su cine. Incluso en las más convencionales de sus películas,
hay saltos narrativos y elementos distorsionadores. Pero nunca hasta ahora
había hecho un producto que es un reto al espectador, un desafío en toda regla.
Narrativo e ideológico. El director manipula la imagen, la distorsiona, altera
su color y su formato, encadena un montaje rompedor y fragmentario en sus
relaciones, y utiliza una banda sonora especialmente pensada para provocar al
espectador. Estos son algunos de los rasgos distintivos de este ensayo poético,
cinéfilo y político. Me atrevo a decir que este film, más que cualquiera de sus
anteriores, no se puede ver desde una óptica convencional: ir a una sala,
sentarse y ver una película. Godard en El
libro de imágenes, exige una participación, vivir la experiencia, pero también
propone otra cosa: no intentes entenderlo todo, no te creas capaz de seguirla
en su integridad. En este sentido, unos subtítulos arbitrarios que dejan fuera
más de la mitad del discurso del propio Godard con su voz cansada y los
diferentes diálogos multilingües (no siempre subtitulados) de los muchos
fragmentos de películas utilizados, hacen buena una de las mejores frases de
todo el libro de imágenes: la lengua no
hace el lenguaje.
Si prescindimos del esfuerzo
de entender la lengua y nos centramos en entender el lenguaje, este experimento
se convierte en un viaje apasionante por la historia de la cultura y del cine
para todos los que tengan memoria de estas películas, muchas de ellas
olvidadas. El juego de ver cuántas se identifican es una tentación que sólo
algunos pueden jugar. Porque, y en esto queda claro que estamos ante la obra de
un hombre mayor, no un viejo, Godard nunca será un viejo, es que la mayor parte
de los filmes y los textos literarios utilizados seguramente son completamente
desconocidos para un público menor de 35 años. Dividido en cinco capítulos como
los cinco dedos de la mano, este libro de imágenes nos lleva desde los remakes
hasta los trenes, (una de sus pasiones, compartida por otros cineastas, en el
que, para mi, es el más bonito capítulo del film),de la historia del cine a la
historia real, de una revolución fracasada (la soviética) a una revolución en
marcha (la islámica). En este sentido quizás el capítulo menos críptico y, vuelvo
a lo personal, el menos interesante desde mi punto de vista por ser muy poco
critico, es el que dedica a Arabia y el mundo árabe. No al Islam, o no exclusivamente
al Islam, sino a una manera de entender el mundo alternativa a la occidental,
capitalista y eurocéntrica que ha dominado la cultura occidental. Esa cultura
que, paradójicamente, nutre con sus novelas, ensayos, músicas y películas todo
el imaginario de su discurso teórico. Contradicción que intenta contrarrestar
utilizando, como ya hizo en filmes anteriores, imágenes reales robadas en las
televisiones árabes.
El
libro de imágenes ganó una Palma de Oro Especial en Cannes del
año pasado. No podía ser de otra manera. Había que reconocer el trabajo ingente
de elaboración de este collage fragmentado de la contemporaneidad, pero no se
podía considerar en igualdad de condiciones que el resto de filmes en
competición. Godard no es Dios, pero si es único.
Un
apunte sobre Cafarnaúm.
La semana pasada se estrenó Cafarnaum, de Nadine Labaki, Como no
hice entrada, se me quedó pendiente comentarla. La verdad es que no tenía muy
claro escribir de ella. No es una película que me entusiasme, aunque sí creo
que es un film importante. Pero ante las críticas que he leído estos días, si
me gustaría pronunciarme sobre el film. Cafarnaum
tiene uno de los principios más impactantes del cine de los últimos tiempos: no
desvelo nada, está en el tráiler: un niño denuncia a sus padres ante un
tribunal por haberle traído al mundo. Difícilmente se puede superar ese inicio.
La película está condenada a ir hacia abajo en un tobogán de penurias, hasta
remontar el vuelo en la parte final. Solo esa secuencia justifica el premio que
obtuvo en Cannes. Lo que sigue es el vagar de un airado niño de doce años por
las calles de Beirut, arrastrando un carrito de cacerolas con un bebe negro dentro.
El niño es muy guapo, es muy listo, y las imágenes que busca la directora son,
a veces, no siempre, hermosas en su dolorosa realidad. Quizás por eso una buena
parte de la crítica la ha acusado de porno miseria. Yo creo que no lo es. Mientras
pensaba en esto me venían a la cabeza las novelas de Dickens, ¿es Oliver Twist porno miseria?, o algunos
cuadros de niños de Murillo, ¿pinta el sevillano porno miseria? Creo que no, o
al menos no lo que yo defino como porno miseria: hacer espectáculo de la parte
más sórdida del mundo. Aclaro, no es un juicio de valor sobre la obra, tampoco
es un juicio moral, mi aproximación a la porno miseria tiene mas que ver con la
sensibilidad. Y pongo dos ejemplos de autores que me gustan mucho y que admiro.
Buñuel en Los olvidados no hace porno
miseria; González Iñárritu en Biutiful si
hace porno miseria. Por eso pienso que Cafarnaum
no es porno miseria.
……………..
La semana pasada estuvimos en
Arcos de la Frontera presentando Flores en la frontera y una exposición de las
acuarelas de Ramon para el libro. En el blog de La Casa Grande, el hotel de
Elena Posa que lo ha publicado, he escrito un pequeño resumen de esa
presentación. Si alguien lo quiere ver este es el enlace:
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