(con Diego Galán en Sitges en 1995)
Adiós Diego
Lunes negro y triste este 15
de abril. Por la mañana me entero de la muerte de Diego Galán, por la tarde se
quema Notre Dame. Dos tristezas distintas, dos dolores diferentes, dos pérdidas
que me dejan un espacio vacío. Diego era una figura presente en mi vida desde
que le conocí en el Festival de Berlín de 1984. Yo llegué a Berlín sin tener
idea de cómo funcionaba un festival. Me colgué mi acreditación del cuello y
pensé que estaba todo hecho. Enorme error del que me sacó Diego, al que
entonces no conocía de nada, que se apiadó de mi inocencia y desvalimiento.
Diego me recomendó no llevar colgada la acreditación como si fuera un niño en
un aeropuerto; me enseñó la sala de prensa desde la que se enviaban las
crónicas a los periódicos, escritas a máquina y transmitidas por fax, teléfono
o telex; me acompañó al Zoo Palast, el magnífico edificio dónde tenían lugar
las proyecciones para prensa; en definitiva me inició en el mundo de los
festivales. Si, Diego me inició en este mundo fascinante y años
después, en 1998, me dio la oportunidad de trabajar con él en el Festival de
San Sebastián. Diego era divertido, mordaz, muy inteligente, muy cariñoso casi
siempre, pero tenía su lado Hyde y cuando le salía, más valía que te
escondieras detrás de una puerta. Pero trabajar con él era fácil, quizás no
fácil, sino estimulante, era un reto continuo. Te daba responsabilidades, pero
te exigía que las cumplieras como él quería. Aprendí mucho con Diego y de
Diego. Y consolidé una amistad a prueba de festivales y discusiones. En el
fondo, pelearse con Diego siempre tenía algo de emocionante. Hace un par de
años que no lo veía, pero seguíamos en contacto por mail y a veces me comentaba
alguna entrada del blog o yo le comentaba alguna Cámara oculta de las que escribía en El País. Diego ha dejado una huella en la crítica de cine de este
país, en la cultura de este país. Pero para mí, lo importante es que dejó una
huella en mí. Ya nunca me mandará ramos de flores como disculpas o sonreirá de
medio lado, pero si estará en mi memoria para siempre.
(una imagen de Notre Dame que no volveremos a ver)
Notre Dame
En cuanto a Notre Dame, que
puedo decir. La tristeza enorme
de ver caer la aguja gótica, de ver las llamas naranjas y azules saliendo del
corazón de la iglesia, es infinita. No se sabe aun que lo ha provocado. ¿Un
error humano? ¿Una imprudencia en las obras de reconstrucción? ¿O un sutil y
muy sofisticado atentado a uno de los símbolos de la cultura y la civilización
democrática europea? Mi vena conspiranoica vuelve a aparecer, pero no puedo dejar de pensar que justo ahora, en vísperas
de unas elecciones europeas decisivas, quemar esta obra que es de todos y que
representa una historia común, es un golpe perfecto. Espero equivocarme, bueno,
seguro que me equivoco y que todo fue fruto de un accidente por el estado en que
estaba la catedral. Por suerte, pasados unos días, podemos ver que los daños no
son tan graves como se pensó, aunque siempre quedará la imagen de la aguja
cayendo como un icono del final de una manera de entender la cultura. Y otra
cosa. Yo no la reconstruiría. Al menos no igual que era. Eso sería falsear la
historia, convertir Notre Dame en una Sagrada Familia en Paris. No, yo haría lo
que se hacía en otros tiempos, pensar en ella desde el presente. Y eso
significa dos cosas: dejar la herida, pero garantizando la seguridad. O hacer
un sincretismo entre el pasado y el presente (¿qué era el gótico respecto al
románico o el barroco respecto al gótico?). Pero claro, lo que yo piense
seguramente no le interesara a nadie. Conservar la ruina es un recuerdo vivo de
lo que estamos haciendo con nuestra cultura. Rehacerla como era, es falsear esa
memoria. Reconstruirla desde el presente, es mirar al futuro.
Gracias a Dios
Gracias a Dios es uno de los estrenos importantes de
esta extraña semana, dominada por un incendio, lluvias torrenciales en buena
parte de España, debates de ida y vuelta y procesiones envueltas en plástico.
El lunes fue negro, pero toda la semana ha estado teñida de oscuridad. Como la
oscuridad que describe esta película luminosa. ¿Cómo se come esto? Simplemente
siendo un director tan libre y poco dogmático como François Ozon. La oscuridad
surge de la terrible historia de abusos a decenas de niños a lo largo de
treinta años por parte de un sacerdote de Lyon ante la mirada, a veces
cómplice, otras veces simplemente silenciosa, de la jerarquía de la iglesia católica
y las familias. No es un tema nuevo, ni en la realidad, los curas han estado
abusando de niños y niñas toda la vida, ni en el cine. Esto no le resta valor y
coraje a la propuesta de Ozon. Pero a mí lo que me gusta es que esté tema
espinoso esté narrado sin histerismo en un relato que se va desplegando como un
abanico. Primero está cerrado, cuando Alexandre descubre con horror que el cura
que abusó de él sigue “educando” niños. Poco a poco, se va abriendo el abanico
y vamos incorporando personajes que toman el relevo de la primera persona de la
narración, pero sin perder nunca los anteriores, de esta forma se va dibujando
un paisaje de horror, complicidades, hipocresía y silencio. Gracias a Dios es un film que fluye como
un río, a veces de forma lenta, pero nunca se estanca. Ozon ha hecho una película
importante.
Donbass
El
otro estreno grande de la semana es Donbass,
película ucraniana necesaria, imprescindible, útil para recordarnos que ahí
mismo, en una esquina de Europa, hay un país que vive en una guerra civil
latente y de la que no se habla, un país ocupado por un ejército extranjero del que nadie dice nada. Ucrania
está sufriendo una guerra de independencia de la región de Donbass, que los pro
rusos quieren separar de un estado europeo para ser parte de la Rusia de Putin.
Una guerra de intolerancia, crueldad, barbarie y mentiras, de la que sabemos
poco o nada. El film de Sergei
Loznitsa es un pequeño grano de arena para empezar a pensar en lo que está
pasando allí. Ya desde su titulo Donbass,
el director hace una declaración de intenciones. Para los independentistas
Donbass es un nombre prohibido, ellos se llaman Nueva Rusia. Pero no es la
única prueba del compromiso de este director con una realidad terrible.
Construido como una ronda de trece episodios en los que un personaje de uno
sirve de enlace con el siguiente, Donbass
es un viaje circular al infierno de la barbarie, la crueldad, la intolerancia y
la manipulación de una sociedad violenta y corrupta. Desagradable, incómoda y
caótica, como la propia sociedad que refleja, Donbass dibuja un panorama de políticos corruptos, soldados
desmotivados, periodistas que no entienden nada, hasta llegar a una escena casi
insoportable, no tanto por su propia violencia, sino porque la podemos
reconocer como propia: un hombre acusado de luchar contra la independencia, es
insultado, maltratado cruelmente por una muchedumbre enloquecida ante la mirada
cómplice de los policías que le debían custodiar. Donbass es una lección de historia, es cine militante, es cine
político. Peros sobre todo es cine que nos hace reflexionar como un espejo
donde nos vemos reflejados sin que nos guste nada lo que vemos.
(La casualidad o no, ha hecho que se estrene esta película el mismo fin de semana en que se celebran elecciones en Ucrania. La guerra del Donbass aparece en muchos artículos y opiniones, pero tengo la sensación que ninguno de los dos candidatos en liza serán una solución para ese país.)
(La casualidad o no, ha hecho que se estrene esta película el mismo fin de semana en que se celebran elecciones en Ucrania. La guerra del Donbass aparece en muchos artículos y opiniones, pero tengo la sensación que ninguno de los dos candidatos en liza serán una solución para ese país.)
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