Esta semana hay tres
películas que merecen ser destacadas. De una ya hablé un poco en la entrada de
los festivales: Un hombre fiel, de Louis Garrel. Las otras dos son Sombra,
de Zhang Yimou y La carga, de un director de nombre impronunciable,
Ognjen Glavonicse. Las tres son
especiales por distintas razones.
Un hombre fiel,
Segundo
largometraje de Louis Garrel, actor fetiche de la nueva, nueva ola francesa,
que ha dejado atrás ya la etiqueta de “hijo de Philip Garrel”. Un hombre fiel es una deliciosa comedia
de enredos, un trío amoroso entre un hombre y dos mujeres en el París de ahora
mismo. Un cuento moral rohmeriano que bebe en el viejo director y en Jean
Eustache, más que en el cine de su padre
o en el de la nouvelle vague. De Rohmer tiene la ligereza de los diálogos, los
paseos, las miradas de personajes que siguen a otros sin ser vistos. De
Eustache, toma la idea del trío posible. Con la diferencia de que lo que en La mama et la putain era un larguísimo
drama de lágrimas y palabras, en el caso del hombre fiel es una corta comedia
de sonrisas y palabras. Quizás por eso Jean Claude Carrière, coguionista con
Louis, afirma que Un hombre fiel está
más cerca de Mirabeau que de Truffaut. Preciosa y tan estimulante como una infusión
de ginseng y limón. Indispensable en estos tiempos de correcciones políticas
represoras.
Sombra
Me
he alegrado mucho de reencontrarme con el mejor Yimou, el de Sorgo rojo, el de La linterna roja o La casa de las dagas voladoras. No es que el
otro Yimou no me guste, el de las películas intimistas, pequeñas, de historias
cotidianas. Pero este me encanta. Me gusta el sentido del espectáculo visual, de la coreografía, del uso del vestuario y la
concepción de los espacio. Para situar
estas sombras ambientadas en una corte que parece sacada de una obra de
Shakespeare donde como se decía hace mucho tiempo “muere hasta el
apuntador”, Yimou se ha inspirado en una
antigua técnica china de pintura con lavado de tinta, que le permite usar una
paleta de grises, negros y blancos absolutamente bella. Sombra es una especie de Kagemusha.
El clásico film de Kurosawa mostraba como los poderosos utilizan sombras,
dobles, para escapar de atentados, o para multiplicarse en distintos sitios a
la vez o simplemente para engañar y manipular a todos. Sombra es la sombra de
un hombre poderoso, pero es mucho más. Es un juego de tronos en dos horas que de repente adquiere una actualidad
inesperada. Sombra nos hace pensar
que quizás estemos viviendo bajo el mando de las sombras de otros: ¿O no son algunos
políticos más que sombras y fakes de otros que les manejan a su antojo?
Hermosa, fascinante, un poco larga para algunos (a mi no me lo parece), Sombra es como un té negro especiado con
unas gotas de vainilla. Vale la pena verla, hace pensar.
La
carga
Este
film es otra cosa. Esta película no es hermosa, no es ligera, no es fácil. Pero
si es importante. Lo es porque la guerra de los Balcanes que tiñó de sangre la
antigua Yugoeslavia a finales del siglo XX, sigue siendo una asignatura
pendiente, en el cine y en la historia. Ognjen Glavonicse se acerca a ese tiempo oscuro,
violento, y sobre todo incomprensible en su crueldad, sin mostrar nada. Nunca
vemos la guerra, nunca vemos la violencia directa, pero sentimos la opresión
que no deja respirar y obliga al protagonista a refugiarse una y otra vez en su
camión, el único lugar donde se siente más o menos seguro. La cámara
prácticamente nunca sale de la cabina del camión y cuando lo hace, es para
mostrar pequeños fragmentos de una sociedad desgarrada y sin futuro. El
director habla de aislamiento y ocupación: el aislamiento del personaje en su
camión, la ocupación del espacio exterior por la guerra que sentimos pero no
vemos. Se ha comparado este film con El
salario del miedo, que Georges Clouzot dirigió en 1953. Pero en realidad
solo tienen en común la idea del camión y lo que transporta. En el caso del
film francés, la carga y el miedo están provocados por algo físico, la dinamita
que puede explotar. En el caso de de La
carga de Glavonić, la carga es metafísica, la lleva el personaje dentro de
sí mismo y el miedo no es al exterior sino a lo que él mismo arrastra. La
carga es más un café muy cargado, amargo y sin azúcar, un film necesario, sobre todo para las nuevas
generaciones que corren el peligro de olvidar lo que pasó hace apenas veinte
años.
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