(la de la coleta soy yo; la
entrevistada es Belén Funes, la foto es de Marta Armengou)
He vuelto a San Sebastián, al
festival. Ha sido estupendo. Hacía dos años que no venía y son ya doce los que
han pasado desde que dejé de trabajar aquí. Tenía ganas de volver, aunque
confieso, que también me daba un poco de miedo. Ni yo, ni el festival, ni la
ciudad somos los mismos. Pero ha salido todo bien. Me he reconciliado con la
ciudad, he recuperado el festival y también he descubierto que yo misma puedo
ser muchas cosas. Donostia ha cambiado mucho, no solo desde los años de plomo
en los que yo trabajaba aquí, también en estos dos últimos años en los que por
distintas razones no he venido. Tengo la sensación de que han abierto las
ventanas. Entra aire fresco, hay luz por todas partes. Claro que eso tiene sus
inconvenientes, hay muchas más moscas y mosquitos (turismo) que nunca. Pero de
verdad, prefiero los mosquitos a las arañas que pululaban por aquí en medio de
la oscuridad. Sanse está bonita, más que nunca y espero que siga así. Aunque
hay algunos nubarrones que amenazan con volver a cerrar las ventanas y que regresen
las arañas, confío que la vitalidad de la ciudad sea capaz de evitarlo. En
cuanto al festival, ha crecido tanto que casi no lo reconozco. Bueno si, porque
su esencia es la misma: películas para el público y películas para los
cinéfilos. Fiesta, una fiesta con todo: estrellas, alfombra roja,
retrospectivas, este año el mexicano Roberto Gavaldón, películas arriesgadas en
Tabakalera, un gran centro cultural para la ciudad, películas bonitas, también
feas, hay que decirlo. En una programación de tantas secciones y tantos
títulos, hay de todo. Tal como es ahora mismo San Sebastián, es imposible
abarcarlo en su conjunto. Hay que seleccionar, hay que escoger. Yo, como todos,
he tenido que hacerlo y en los cinco días que he estado aquí he visto 22 películas.
No está mal. Ya iré hablando de ellas a medida que se estrenen. Me ha gustado
mucho reencontrarme con gente con la que estive trabajando diez años y que a
pesar del tiempo pasado, siguen recibiéndome con los brazos abiertos. Es una
gran sensación, la de haber dejado atrás una cierta huella, al menos en algunas
personas. Esto ya es personal, pero me ha gustado mucho ver que la hija de una de
mis compañeras, a la que yo conocí cuando precisamente estaba embarazada de
ella, ya está trabajando en el festival. De pronto, la vida se materializa, el
tiempo toma sentido. Han pasado más de veinte años, pero aquí estamos todos, en
nuestro sitio. Y yo en uno que me ha divertido mucho y que me ha hecho sentirme
muy bien. Porque este año he vuelto al festival como crítico de cine, como
periodistas, haciendo entrevistas para un programa de televisión. La primera
vez que vine a San Sebastián en el lejanísimo año 1985, fue como parte de Cinema 3, con Jaume Figueras. Y ahora,
35 años después, vuelvo con otro programa de televisión, La Cartellera de BTV, con Marta Armengou. Cerrar un circulo, no sé
si para siempre o aun dará otro giro la espiral de mi relación con San Sebastián,
ha sido muy bonito. Sentirme otra vez periodista, vivir los pases de prensa
desde el lado del que mira y no del que hace mirar, me ha hecho mucho bien. Escribo
estas líneas poco antes de coger el tren de vuelta a casa. Por eso no me voy a
extender en las películas que he visto, ya lo haré en su momento, pero era
importante para mi reconocer estos
cambios. Gracias Festival (y por festival ellos saben a quién me refiero).
(Wang Xiaoshuai entrevistado en
Donostia por Marta Armengou, la foto es mía)
Hasta siempre, hijo mio
Solo voy a hablar de una
película de las que se han visto aquí, porque se estrena esta misma semana. Es
el film chino Hasta siempre, hijo mío,
de Wang Xiaoshuai. Llevo varias semanas hablando de los chinos. Pero es
necesario, porque en el gran gigante asiático están haciendo un cine muy bueno.
Después de la belleza sin par de ZhangYimou, de la fuerza impresionante de Jia Zangkhe, del
experimentalismo formal de Bi Gan y de la desesperanza de Hu Bo, Hasta siempre hijo mio se presenta como
un espléndido ejemplo de melodrama lleno de humanismo. La historia abarca treinta
años de la vida de dos familias. Empieza en 1986 y dura hasta ahora mismo. Es
una película rio, no como nuestros ríos, esta es como el Rio Amarillo: largo, inmenso,
avanza con lentitud pero de forma segura, hermosa en su grandeza. A través del drama
que viven los protagonistas, Wang Xiaoshuai nos deja ver el drama de los
grandes cambios que ha sufrido esa sociedad. La estructura es muy interesante,
porque no es un film lineal, es un puzle de épocas y situaciones que se mueve a
partir de un punto central, la muerte del hijo, para ir hacia delante y hacia
atrás. Empieza con unos niños jugando en la orilla de un lago. Los efectos
frustrantes y destructivos de la Revolución cultural de los años 60 condicionan
la juventud de los personajes a los que encontramos en 1986, sufriendo la
intransigente política del hijo único y la adhesión incuestionable al partido
de los duros años de la dictadura de Deng Xiaoping y poco a poco vamos viendo
la transformación de la sociedad hacia un capitalismo comunista y deshumanizado.
Este melodrama es un retrato triste y emocionante de una sociedad que
evoluciona, pero nunca cambia en su absoluto desprecio de la vida de los seres
pequeños que son las personas. Historia de una pérdida, de una mentira, de una
culpa que corroe y que debe ser expiada, de perdón y de humanidad. Lo mejor del
trabajo del director es haber sido capaz de mostrar todos estos cambios en el
paisaje, la ciudad, y el rostro de sus personajes, sin recurrir al maquillaje,
las pelucas, el decorado. La luz conforma los tiempos y las actitudes y
movimiento de los actores, informan del envejecimiento de los personajes,
trabajo espléndido que les valió a Yong Mei y Wang Jingchun los Osos de Plata
de interpretación en el Festival de Berlín. Hasta
siempre, hijo mío, como todas las películas de Wang Xiaoshuai, está
construida para combatir un proverbio chino que se ha convertido en dogma en la
China contemporánea: “Mira hacia delante y olvida el pasado”. Para el director
es muy importante no olvidar nada, hay que saber enfrentarse a los errores cometidos
(como persones, como países, como sociedades) para intentar no repetirlos.
Negarlos no es una solución, esconderlos no es una solución, olvidarlos no es
una solución. Quizás por eso su cine es tan clásico en sus formes y tan potente
en su discurso.
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