domingo, 29 de septiembre de 2019

DONOSTIA/SAN SEBASTIAN



(la de la coleta soy yo; la entrevistada es Belén Funes, la foto es de Marta Armengou)

He vuelto a San Sebastián, al festival. Ha sido estupendo. Hacía dos años que no venía y son ya doce los que han pasado desde que dejé de trabajar aquí. Tenía ganas de volver, aunque confieso, que también me daba un poco de miedo. Ni yo, ni el festival, ni la ciudad somos los mismos. Pero ha salido todo bien. Me he reconciliado con la ciudad, he recuperado el festival y también he descubierto que yo misma puedo ser muchas cosas. Donostia ha cambiado mucho, no solo desde los años de plomo en los que yo trabajaba aquí, también en estos dos últimos años en los que por distintas razones no he venido. Tengo la sensación de que han abierto las ventanas. Entra aire fresco, hay luz por todas partes. Claro que eso tiene sus inconvenientes, hay muchas más moscas y mosquitos (turismo) que nunca. Pero de verdad, prefiero los mosquitos a las arañas que pululaban por aquí en medio de la oscuridad. Sanse está bonita, más que nunca y espero que siga así. Aunque hay algunos nubarrones que amenazan con volver a cerrar las ventanas y que regresen las arañas, confío que la vitalidad de la ciudad sea capaz de evitarlo. En cuanto al festival, ha crecido tanto que casi no lo reconozco. Bueno si, porque su esencia es la misma: películas para el público y películas para los cinéfilos. Fiesta, una fiesta con todo: estrellas, alfombra roja, retrospectivas, este año el mexicano Roberto Gavaldón, películas arriesgadas en Tabakalera, un gran centro cultural para la ciudad, películas bonitas, también feas, hay que decirlo. En una programación de tantas secciones y tantos títulos, hay de todo. Tal como es ahora mismo San Sebastián, es imposible abarcarlo en su conjunto. Hay que seleccionar, hay que escoger. Yo, como todos, he tenido que hacerlo y en los cinco días que he estado aquí he visto 22 películas. No está mal. Ya iré hablando de ellas a medida que se estrenen. Me ha gustado mucho reencontrarme con gente con la que estive trabajando diez años y que a pesar del tiempo pasado, siguen recibiéndome con los brazos abiertos. Es una gran sensación, la de haber dejado atrás una cierta huella, al menos en algunas personas. Esto ya es personal, pero me ha gustado mucho ver que la hija de una de mis compañeras, a la que yo conocí cuando precisamente estaba embarazada de ella, ya está trabajando en el festival. De pronto, la vida se materializa, el tiempo toma sentido. Han pasado más de veinte años, pero aquí estamos todos, en nuestro sitio. Y yo en uno que me ha divertido mucho y que me ha hecho sentirme muy bien. Porque este año he vuelto al festival como crítico de cine, como periodistas, haciendo entrevistas para un programa de televisión. La primera vez que vine a San Sebastián en el lejanísimo año 1985, fue como parte de Cinema 3, con Jaume Figueras. Y ahora, 35 años después, vuelvo con otro programa de televisión, La Cartellera de BTV, con Marta Armengou. Cerrar un circulo, no sé si para siempre o aun dará otro giro la espiral de mi relación con San Sebastián, ha sido muy bonito. Sentirme otra vez periodista, vivir los pases de prensa desde el lado del que mira y no del que hace mirar, me ha hecho mucho bien. Escribo estas líneas poco antes de coger el tren de vuelta a casa. Por eso no me voy a extender en las películas que he visto, ya lo haré en su momento, pero era importante  para mi reconocer estos cambios. Gracias Festival (y por festival ellos saben a quién me refiero).


(Wang Xiaoshuai entrevistado en Donostia por Marta Armengou, la foto es mía)

Hasta siempre, hijo mio
Solo voy a hablar de una película de las que se han visto aquí, porque se estrena esta misma semana. Es el film chino Hasta siempre, hijo mío, de Wang Xiaoshuai. Llevo varias semanas hablando de los chinos. Pero es necesario, porque en el gran gigante asiático están haciendo un cine muy bueno. Después de la belleza sin par de ZhangYimou, de la fuerza  impresionante de Jia Zangkhe, del experimentalismo formal de Bi Gan y de la desesperanza de Hu Bo, Hasta siempre hijo mio se presenta como un espléndido ejemplo de melodrama lleno de humanismo. La historia abarca treinta años de la vida de dos familias. Empieza en 1986 y dura hasta ahora mismo. Es una película rio, no como nuestros ríos, esta es como el Rio Amarillo: largo, inmenso, avanza con lentitud pero de forma segura, hermosa en su grandeza. A través del drama que viven los protagonistas, Wang Xiaoshuai nos deja ver el drama de los grandes cambios que ha sufrido esa sociedad. La estructura es muy interesante, porque no es un film lineal, es un puzle de épocas y situaciones que se mueve a partir de un punto central, la muerte del hijo, para ir hacia delante y hacia atrás. Empieza con unos niños jugando en la orilla de un lago. Los efectos frustrantes y destructivos de la Revolución cultural de los años 60 condicionan la juventud de los personajes a los que encontramos en 1986, sufriendo la intransigente política del hijo único y la adhesión incuestionable al partido de los duros años de la dictadura de Deng Xiaoping y poco a poco vamos viendo la transformación de la sociedad hacia un capitalismo comunista y deshumanizado. Este melodrama es un retrato triste y emocionante de una sociedad que evoluciona, pero nunca cambia en su absoluto desprecio de la vida de los seres pequeños que son las personas. Historia de una pérdida, de una mentira, de una culpa que corroe y que debe ser expiada, de perdón y de humanidad. Lo mejor del trabajo del director es haber sido capaz de mostrar todos estos cambios en el paisaje, la ciudad, y el rostro de sus personajes, sin recurrir al maquillaje, las pelucas, el decorado. La luz conforma los tiempos y las actitudes y movimiento de los actores, informan del envejecimiento de los personajes, trabajo espléndido que les valió a Yong Mei y Wang Jingchun los Osos de Plata de interpretación en el Festival de Berlín. Hasta siempre, hijo mío, como todas las películas de Wang Xiaoshuai, está construida para combatir un proverbio chino que se ha convertido en dogma en la China contemporánea: “Mira hacia delante y olvida el pasado”. Para el director es muy importante no olvidar nada, hay que saber enfrentarse a los errores cometidos (como persones, como países, como sociedades) para intentar no repetirlos. Negarlos no es una solución, esconderlos no es una solución, olvidarlos no es una solución. Quizás por eso su cine es tan clásico en sus formes y tan potente en su discurso.





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