(una
estación de tren siempre es promesa de una aventura)
Este es el título de una excelente novela de Antonio
Orejudo publicada el año 2000. También es el título de una película que se
estrena esta semana, opera prima de Aritz Moreno. Ventajas de viajar en tren es un film inesperado, sorprendente,
absurdo y divertido. Y muy crítico. Todo empieza con una inocente pregunta, la
que le hace un pasajero a la mujer que se sienta delante de él “¿Le apetece que
le cuente mi vida?” La mujer dice que sí y así empieza un laberinto de
historias que se abren a otras historias, se pierden en otras historias y
acaban por volver a la historia del principio, la de la mujer que responde que
sí a la inocente pregunta. Mientras tanto, hemos asistido a un desfile de
situaciones, personajes y espacios que abarcan un catálogo completo de perversiones
y manías en una espiral delirante que escritor y director cierran porque en
algún sitio hay que cerrar. Creo que solo alguien muy atrevido podía adentrarse
en este mundo de mundos sin miedo a caer en el ridículo. Seguramente la
inconsciencia y el valor de hacer una primera película han sido las mejores
bazas para que Aritz Moreno se propusiera adaptar esta novela con guión de
Javier Gullón y hacerlo con gran éxito. Y con la colaboración de un grupo de
actores estupendos. Ernesto Alterio como un psiquiatra que necesita otro
psiquiatra; Luis Tosar como soldado/basurero (en ambos caso recoge basuras);
Quim Gutiérrez como amante de los perros y sobre todo de las perras; Belén
Cuesta como hermana imaginada; Pilar Castro como pasajera del tren y centro
indiscutible de una de las historias. Y hay mas. Pero ya los descubrirán. Ventajas de viajar en tren no deja
indiferente. Te gusta o no te gusta. A mí si me gusta.
De
hecho, hay muchas ventajas de viajar en tren.
Ventaja 1:
mirar el paisaje, por ejemplo el de Vilafranca del Penedès, con sus viñas
otoñales y tranquilas donde esta semana ha comenzado un festival muy peculiar.
Se llama Most Festival Internacional de
Cinema del Vi i el Cava. Ya lo conocía, pero este año he tenido ocasión de
vivirlo al ser miembro del jurado que otorga los premios. Cuando accedí a
formar parte de este jurado no podía esperar que me iba a interesar y a
divertir tanto. Las ficciones eran ingeniosas, los spots bonitos, pero sobre
todo los documentales me han descubierto un montón de cosas que no sabía del
mundo del vino. Nunca habría imaginado que hubiera viñas que vienen de las
viñas salvajes de Estados Unidos prohibidas en Europa y que los que las
cultivan clandestinamente fueran auténticos rebeldes contra el sistema. Tampoco
sabía que había uvas que se sumergen en el mar antes de convertirlas en un vino
súper especial. Ni todo lo que se esconde detrás de algunas DO, una especie de
mafia de las denominaciones de origen contra la que muchos viticultores se
rebelan o quieren cambiar. Desconocía por completo la historia de la industria
del vino de Jerez, con su ascensión, éxito y fracaso a lo largo del siglo XX. Y
no podía pensar que en las Islas Azores se cultiva una viña y se hace un vino
que escapa a cualquier definición y control, un vino libre hecho de una manera,
no solo artesanal, sino ancestral. He aprendido muchas cosas que me han hecho mirar
las viñas de otra manera y apreciar mejor un buen vino después de conocer el
inmenso trabajo que hay detrás para hacerlo. Ha sido una gran lección.
Ventaja 2: leer un
libro, por ejemplo ¡Me cago en Godard!
de Pedro Vallín. Confieso que el libro me atrajo por dos cosas. El autor, al
que leo en sus crónicas políticas en La
Vanguardia, y el título con el que me sentí identificada aunque nunca lo he
expresado con tanta contundencia. La tesis de Vallín es muy sencilla: el cine
americano es de izquierdas, el cine europeo es de derechas, (con excepciones,
claro). Es una tesis provocadora y muy estimulante que el autor desarrolla,
expone y razona en la primera parte del libro, brillante y cargada de verdades
con las que desnuda el pensamiento único dominante. Leyéndolo, vemos que mas
que cagarse en Godard, lo que hace es explicar porque cree (y fundamenta) que
el cine de Hollywood es mucho mas progresista que el europeo. Las reflexiones
de Vallín van mas allá del cine y se adentran en el arte en general cuando
afirma que “El Arte hoy es un enigma en el que el plebeyo a menudo se pierde
pues todos sus signos son un arcano indescifrable para el común de los
mortales. Está lleno de mensajes en código, de modo que solo un miembro del
endógamo mercado en que opera puede desencriptarlo”. O cuando explica el
nacimiento de las vanguardias desde un punto de vista de clase. O cuando
encuentra en la historia y en la geografía las razones que justifican la
lejanía de uno y otro cine. O por qué las películas de Hollywood son “productos”
mientras que las europeas son “creaciones”. Es un placer leerlo asintiendo muchas
veces, preguntándose si es cierto lo que cuenta o discutiendo con él en
silencio. La segunda parte del libro es menos brillante, se centra mas en
ejemplos que ilustren sus tesis y eso siempre es menos divertido. Pero sigue
siendo provocador y te genera las ganas de hacer tus propias listas que
corroboren (o destruyan) sus criterios. Solo hay una cosa que echo en falta.
Vallín utiliza para sustentar sus tesis dos elementos: los argumentos, es decir
lo que se cuenta, y la producción, es decir cómo se hace. Pero deja de lado el
lenguaje cinematográfico propiamente dicho, la capacidad de crear imágenes
visuales potentes que también es algo importante y sustancial del cine. Pero
eso es posiblemente tema de otro libro. Lo mejor es leer ¡Me cago en Godard! ya sea para enfadarse con él, ya sea para
compartir sus ideas.
Ventaja
3:
nunca te encontraras con Las niñas bien
de la directora mexicana Alejandra Márquez que, por supuesto, jamás pondrían
los pies en esa cosa tan poco elegante como es un tren (sobre todo en México).
Pero que no las encuentres en el tren no es motivo para no ir a verlas en el
cine y disfrutar con sus desgracias de niñas ricas que no saben vivir de otro
modo. Son las niñas popof de la alta
sociedad mexicana, burguesas acomodadas e inútiles, clasistas y racistas
condenadas a desaparecer, que la directora observa sin crueldad, como
personajes de un pasado lejano que ya no existe arrollado por la crisis y la
modernidad. Las niñas bien es un
film impecable visualmente, con unas
localizaciones y una ambientación perfectas, que se ve con la sonrisa congelada
al observar la decadencia moral y material de estas mujeres que creyeron
tenerlo todo. Y que, por supuesto, nunca viajarán en ningún tren.
(lo que queda del muro, memoria en piedra)
Ventaja 4:
cerrar los ojos y recordar un hecho importantísimo que sucedió hace treinta
años: la caída del muro de Berlín. Yo estuve allí. Casi en directo. Menos de un
mes antes, estaba en Berlín como jurado de lo que entonces se llamaban Premios
Félix, que la recién fundada
Academia de Cine Europeo otorgaba por segunda vez. La experiencia fue
extraordinaria, pero una de las mejores cosas fue darnos cuenta de que el mundo
estaba cambiando. Escribí de esto en el libro La vuelta al mundo en 20 festivales. Lo copio aquí porque me sirve
para recordar ese hecho extraordinario: “La ciudad vivía uno de sus momentos
más importantes históricamente. La caída del muro parecía inminente, todo el
mundo estaba excitado. Una noche Aina Bellis, secretaria y alma de los Félix,
me llevó a pasear por Kreuzberg. Caminamos mucho rato junto al muro,
contemplando los grafittis y entramos en la famosa iglesia de Marianemplatz
cuyos muros formaban parte del Muro. Fue un paseo magnífico que acabó en una pequeña
taberna bebiendo vino. Ni una ni otra podíamos imaginar que esa iba a ser una
de las últimas oportunidades de ver el muro. Poco menos de un mes más tarde, el
símbolo de la Guerra Fría
desaparecería para siempre. Pero aún tuvimos tiempo de vivir una jornada
histórica. Impulsados por Donner, fuimos a Berlín Oriental el día que Gorbachov
presidía un gran desfile patriótico junto con Honecker. Pasamos por Checkpoint
Charlie con cierto temor (Jörn Donner era miembro del parlamento finlandés y
podía tener problemas diplomáticos), pero una vez en la zona oriental nos dimos
cuenta de que habíamos llegado a una gran fiesta. La contradicción entre el
desfile oficial con las banderitas y los niños uniformados y los grandes grupos
de jóvenes que se manifestaban por su lado exigiendo cambios radicales,
producía un cierto vértigo. Llegamos hasta la famosa avenida Unter den Linden
donde se congregaban las fuerzas de seguridad y alcanzamos a ver y oír a
Gorbachov en un discurso que iba a hacer historia. Fue la última vez que
Honecker apareció en público. El mundo estaba a punto de dar un giro radical.
Tras casi cuarenta y cinco años de guerra fría, de política de bloques, de
espías y de ideologías opuestas, la caída del muro de Berlín se iba a llevar
por delante, no sólo las piedras que lo sustentaban, sino una manera de
entender la sociedad.” Hoy, 9 de noviembre, se cumplen 30 años de ese día especial
en que Europa empezó a unirse. No por mucho tiempo, como vemos con temor y
tristeza a la vista de los pujantes nacionalismos populistas que nos acechan.
Pero no nos dejemos abatir. La ventaja de viajar en tren es que puedes abrir
los ojos y ver que el mundo sigue adelante. Con sus gentes que van a trabajar y
que quieren vivir. En paz si es posible.
Una última ventaja de viajar en tren. Si estás de
viaje no tienes que pensar a quien votarás: ¡felices votaciones a todos!
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