(Carmen y su retrato. La foto
es de Rosa Feliu)
En el mes de marzo del 2014,
tuve una charla con Carmen Vives. La idea era hacer un libro que se llamaba Cuadros en casa, donde gente que tiene
cuadros de Ramon, hablaba de cómo vivía con ellos. El libro nunca se ha llegado
a escribir, pero ahora, en estos momentos de tristeza, me alegro mucho de conservar
esta entrevista en la que reconozco su propia voz. Este es mi homenaje y mi
recuerdo para ella.
“¿Desde cuándo tengo el retrato?
No lo sé… espera, creo que lo pone en el cuadro. Es del 2004. La época del año
no la recuerdo, pero supongo que debería ser en invierno, porque no soy
consciente de haber ido al estudio de Ramón con calor. Claro que en ese estudio
¡nunca hacia calor!
Hace diez años que lo tengo y siempre ha estado en la
entrada de la casa. Yo tenía un cuadro precioso de Ramón, de la época
abstracta, colgado en la
sala. Pero nunca me imaginé poner el retrato allí, no los
veía uno enfrente del otro. Y en cambio, no sé porqué, pensé en la entrada. Hay
una luz especial y produce una sensación muy agradable llegar a casa y ver algo
que te gusta. Me gustan los cuadros bajos, no me gustan las cosas altas. Así
que aproveché los ganchos de una litografía que tenía antes y lo probé. Quedaba
perfecto, a la altura que yo quería, con la mesita que estaba debajo. Y ahí se
quedó. El cuadro llena el espacio y creo que no sabría estar sin él.
El cuadro es lo primero que veo cuando me levanto por la
mañana y salgo de la
habitación. También es lo último que veo al irme a dormir por
la noche. Realmente ,
creo que en otro sitio de la casa no lo viviría tanto. Aquí lo veo cada vez que
entro o salgo, o voy de una punta a otra del pasillo. Es un movimiento en cruz:
entro o salgo de casa, y lo veo; circulo por el pasillo, y lo veo. Nunca se me
ha ocurrido ponerlo en otro lugar. Además, creo que es bonito que haya una
imagen de la persona que vive en la casa en la entrada, recibiendo.
Recibiéndome a mí y a los que vienen a verme. Cuando alguien entra es lo
primero que ve. Aunque quizás la gente lo ve más cuando sale. A lo mejor al
entrar no se fijan tanto, pero al despedirse, lo ven y es cuando me comentan
“¿eres tú verdad?”. El cuadro no es fotográfico, y sin embargo lo relacionan
conmigo enseguida. Por la expresión, por algo. Nadie me ha preguntado nunca
“¿Quién es?” O no dicen nada, o me preguntan, afirmando, eres tú.
El cuadro es muy bonito de día, pero también es muy bonito
de noche porque la lamparita que hay al lado da una luz muy tenue. Siempre
tengo flores para acompañarlo. Dependiendo de la época, pongo simplemente unas
hojas verdes de eucalipto, o ramas de almendros en flor, que le dan una calidez
oriental. Me gustan mucho las mimosas, con el amarillo. Los cuadros piden
compañía, seguro. Como yo no tengo gatos que le acompañen, tengo objetos y
flores. Siempre tengo objetos que me gustan cerca de él. Sería incapaz de poner
algo ahí solo porque fuera útil. Por ejemplo, nunca dejo una bolsa de plástico
cuando vengo de la compra.
No se me ocurre. Hay un recipiente de madera y un atril donde
suele haber algún catálogo que yo haya hecho. Es un lugar muy especial. Tiene
un punto de altar, aunque suene raro.
Me reconozco mucho, la verdad es que sí. Ramón me dio la
opción de elegir entre dos cuadros. El pintó dos retratos y fue tan generoso
que me dejó elegir el que más me gustara. Quizás en el otro me parecía más.
Pero en éste, me atrajo la composición,
los colores, el rojo tan potente que tiene en la espalda, la expresión de la cara. Claro que no soy
yo a nivel realista o hiperrealista, pero me identifico y me reconozco. Es un
cuadro con mucho color y mucha luz.
El retrato, si te planteas hacerlo de personas que conoces,
es muy sugerente porque estableces un trato y un contrato con la persona que se
deja retratar. Recuerdo el posado como un momento muy tranquilo. Eran horas,
quizás tres o cuatro, que estabas inmóvil, bueno, quieta. Mientras tanto
conversábamos. Era muy agradable estar en ese estado de relax y oír el
carboncillo, como iba trazado el dibujo. Hacia un ruido especial sobre la tela. Yo creo que hicimos
dos o tres sesiones. Una primera de planteamiento, cuando volví la segunda vez,
él ya lo tenia bastante avanzado y quizás volví una tercera sesión. Pero no
más. Y luego la sorpresa de verlo pintado ¡y que hubiera dos! y además la
acuarela preparatoria, que me regaló. Cuando hizo la exposición en la Fundación Vila Casas ,
colgó los dos cuadros, el que me quedé yo y el otro.
(Carmen feliz con sus dos
retratos en la exposición de la Fundación Vila Casas)
Me acuerdo la primera vez que fui consciente de cuanto me
gustaban los retratos. Fue en la galería de los Uffizi en Florencia, debía
tener diecisiete años. Aquellos retratos florentinos, de personajes del mundo
del comercio y el poder político. Con aquellos tocados, las caras. Fue de
verdad un choque. Los retratos son muy emocionantes. Cuando voy a ver
exposiciones o en los museos, siempre los busco. Cuentan mucho de la gente. Siempre hay
algún atributo en un segundo plano que te dice cosas de esa persona. Su estola,
su peinado, su tocado… A veces es un paisaje o una ciudad al fondo muy pequeña.
En mi retrato no hay ningún elemento que complete la composición. Es el
rostro puro con unas manchas de colores. Lo que si es sorprendente es la
dimensión de la figura en el cuadro. Es muy fuerte, porque es mucho más grande
que la realidad. Esto
pasa también con la
escultura. La escultura es siempre mucho más grande. Por eso,
cuando ves una escultura a tamaño, tienes la sensación de que es pequeña. En el
otro retrato, yo estoy más pequeña. Es una visión más frontal y estoy enmarcada
con unos recuadros que me dejan como al fondo. No es que yo quisiera ser más
grande, pero éste me daba mas presencia que el otro. Ramón hace bien en hacer
los retratos más grandes porque el ojo se encarga de ajustarlos.
Hace diez años que tengo el cuadro, pero hace muchos más que
conozco a Ramón. Creo que le conocí a través de América Sánchez. Hace poco
encontré una foto de una exposición de Ramón en la Galería Ciento en la que
estamos América y yo visitándola. Eso debía ser el 1984. Empecé a tratarlo con
más continuidad y nos hicimos amigos un poco más tarde. Desde entonces siempre
hemos estado en contacto. A veces pasamos meses sin vernos, pero sabes que está
ahí. Cuando vuelves a encontrarte, parece que no ha pasado el tiempo. Conectas
enseguida."
(Barcelona, 21 de marzo, 2014)
Seis años después, el 25 de
marzo del 2020, Carmen entró en un hospital. Estuvo luchando por su vida
durante dos semanas. Pero al final el maldito virus pudo con ella. Murió el 9
de abril. Su recuerdo y su presencia estarán ahí, sin que pase el tiempo. Un beso Carmen.
(una de las imágenes mas
felices de Carmen, en el cumpleaños de Ramon el año 2017.
Sentada al lado de Ramon, su pelo blanco y su
elegancia son inconfundibles)
Querida Nuria, que precioso artículo y qué hermoso homenaje a vuestra amiga. Días de tristeza y también de amistad. Un abrazo.
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