( el regalo de hoy son fotos de Ramon de la primera rosa del año)
Estas semanas que se alargan
como un eterno día de la marmota, tan solo alterado por si hay sol o llueve, si
hemos podido dormir o no, si tenemos esperanza en que esto acabe pronto o por
el contrario nos puede el desánimo, me doy cuenta de que he (hemos) atravesado
algunas líneas invisibles, que, por suerte, no tienen nada que ver con la
excelente serie de Mariano Barroso de la que hablo un poco mas adelante. En
realidad las líneas invisibles se parecen mucho a los anticuerpos que comentaba
la semana pasada: la línea entre solidaridad o individualismo; la línea entre
confianza y desconfianza; la línea entre una ética colectiva y una falta de moral.
Lo mismo con otras palabras.
Pero hay una línea invisible y
tenue que no me había dado cuenta que estoy (estamos) muy cerca de atravesar:
la del miedo a salir otra vez a la calle. No miedo a la enfermedad o el
contagio, para nada. Miedo a volver a la normalidad de ir a un trabajo a una
hora fija, sin la ventaja de hacerlo a la hora que queremos; miedo a tener que volver a luchar contra viento y marea para abrirte un espacio
en el horizonte; miedo a perder ese contacto inesperado con tus gentes mas cercanas que
sabes que no volverá a producirse cuando cada uno vuelva a hacer su vida
(Carlos Zanón hablaba de eso en LV del día 21); miedo, simplemente, a vivir
como antes. Miedo que se cruza con otra línea invisible, la del deseo de hacer
y no hacer todo eso. Volver a levantarte a una hora fija para ir a trabajar; tener la esperanza de
conseguir algo en la vida; recuperar a las gentes que quieres y están lejos y hace un montón que no ves ni abrazas. Son un miedo
y un deseo irracionales que el encierro potencia y hay ratos que te domina uno
(el miedo) y hay ratos que no aguantas el dolor del otro (deseo).
En fin dejemos esta metafísica
del comportamiento para los que sean capaces de entender cuáles serán sus
secuelas en nuestro ánimo y vamos a hablar de la estupenda serie de Mariano
Barroso que se ha estrenado hace pocos días en Movistar +, en dura batalla
contra la acumulación de oferta cultural que es imposible abarcar. La línea invisible se puede considerar
el segundo capítulo de la revisión de la historia de España que está haciendo
el director y que comenzó con la excelente El
día de mañana. Barroso, presidente de la Academia y hombre inteligente y
muy preocupado por la sociedad que le ha tocado vivir, sabe que la historia no
hay que olvidarla ni meterla debajo de la alfombra. Al contrario, hay que volver
a ella y explicarla para entender el presente que es, en cierto modo, resultado
del pasado. En El día de mañana se
fijaba en la Barcelona de los años sesenta para contar como una generación
nacida después de la guerra, se enfrentaba al futuro incierto que le ofrecía la
dictadura. Ahora, con La línea invisible,
se fija en los jóvenes vascos que a mediados de los años sesenta, decidieron
traspasar la línea invisible del asesinato en nombre de unos supuestos ideales
nacionalistas.
Es curioso comprobar que ni
Mariano Barroso, ni ninguno de los dos guionistas, Mitxel Gaztambide y
Alejandro Hernández, o el autor de la idea, Abel García Roures, tienen edad
para haber vivido en directo la historia que cuentan. Pero si tienen edad para
haber vivido y sufrido la terrible y asesina carrera de ETA que llegó a matar
853 personas entre el 7 de junio de 1968 y el último atentado mortal del año
2010. Es lógico que a ellos les interese mirar ese momento para intentar
comprender que impulsó a estos jóvenes a convertirse en una maquinaria mortal. Y
es ahí donde la serie se hace completamente contemporánea y necesaria para
recordar a los que ahora tienen veinte años y que no saben nada de ETA, que
volver a caer en los mismos errores es tremendamente fácil. “Las peores
pesadillas comienzan como sueños”, ha dicho Mariano Barroso. Por eso empieza su
historia contando como el movimiento dejó atrás lo que era colectivo y común
con todos los antifascistas de España que luchaban contra la dictadura, para
hacer de ETA un movimiento ultracatólico, muy vinculado al carlismo y con una clara intención nacionalista. Una especie de
nacionalcatolicismo abertzale, especular del nacionalcatolicismo español. Los
jóvenes idealistas que querían combatir a Franco fueron presa fácil para los
grandes manipuladores de su ingenuidad revolucionaria. Son estos dirigentes
quienes, desde la comodidad de sus casas y su posición de poder les empujan al precipicio sin mancharse las manos ni
arrugarse la raya del pantalón, les hacen cruzar las líneas que ellos mismos se
cuidan mucho de no traspasar. El personaje del Inglés, que interpreta Asier
Etxeandia, le dice a Maxi, uno de los dos jóvenes que intervino en el asesinato
del comisario Melitón Manzanas, “Apretar, hay que apretar”, palabras que nos recuerdan un momento que el dichoso bicho ha dejado un poco en suspenso y que desearía que no volviera
a reaparecer, aunque haya políticos que se empeñan en no olvidar cual es su misión
en esta vida y no dejan de insistir una y otra y vez en la
misma idea, como si se tratara de otra clase de día de la marmota. Mostrar que
abertzales y policías eran seres humanos con sueños, debilidades, errores,
resulta realmente sorprendente. Que se dibuje a Txabi Etxebarrieta, considerado
el primer mártir del movimiento, como un chico inteligente, poeta y escritor,
capaz de caer en una especie de fanatismo religioso/nacional que le lleva a cometer el innecesario e inconsciente
asesinato del joven guardia civil José Antonio Pardines, producto de una mezcla
de miedo, pánico, pérdida de sentido de la realidad y anfetaminas, es algo que
seguramente no gustará a los que han glorificado su figura. Como tampoco les
gustará que se enseñe al comisario Manzanas, como un vasco que hablaba
euskera y nunca se desprendía de su boina, cariñoso con su hija, aunque
autoritario e implacable en la lucha contra esa hidra de la que, como nos ha
pasado ahora con el bicho, al principio pensó que no era nada importante. Indispensable
y necesaria, La línea invisible,
junto con Patria, libro y serie y ETA, el final del silencio, de Jon
Sistiaga, se deberían enseñar en todas las universidades, incluso en todas las
escuelas –cuando se pueda volver a ellas–, donde se está forjando una nueva generación
sin memoria del pasado, ni siquiera del mas reciente. Hace ya diez años que ETA
dejó de matar, los que ahora están apretando por orden de los políticos que
siguen sin mancharse las manos ni arrugarse el pantalón, casi ni la recuerdan.
Está bien que alguien les diga ¡cuidado!, es muy fácil pasar la línea y una vez
cruzada, ya no hay marcha atrás.
La
corte de Ana
También de historia de este
país habla un documental que vi hace unos días en Movistar +. Un documental de
Fernando Méndez Leite sobre Ana Belén. Se llama La corte de Ana y se estructura en dos largas entrevistas con ella
complementada con testimonios de amigos, directores y compañeros de
su larga trayectoria. Es un trabajo riguroso pero muy entretenido, con
anécdotas desconocidas y momentos emocionantes. Los fragmentos de películas o
de actuaciones ilustran las respuestas de Ana y de los demás. El resultado es
muy estimulante por varias cosas. Primero, porque nos descubre o nos confirma,
la calidad humana de Ana Belén. Segundo, porque su recorrido vital es el de una
generación que nació en los años 50, se formó en la dictadura y eclosionó en la
transición (la misma de las dos series de Mariano Barroso). Es un documento
sobre el país tanto como sobre ella misma. Y en tercer lugar porque provoca el
deseo de ver sus películas de escuchar sus canciones. Para cumplir ese deseo
busqué en Youtube que había de ella y me encontré con uno de los conciertos de
la gira El gusto es nuestro en
diciembre de 1997 en Buenos Aires. Lo escuché y además de disfrutar con su
alegría, descubrí que algunas de esas canciones describían nuestra actual y
claustrofóbica situación. Así que hice un experimento: este es el resultado.
(deseo)
Hoy
puede ser un gran día
Plantéatelo
así
Aprovecharlo
o que pase de largo
Depende
en parte de ti
Hoy
puede ser un gran día
Date
una oportunidad
(ahora
mismo)
Si
te jode que un experto en bombardeos (pandemias)
Te
lo explique y tú no entiendas de qué va el juego
Levanta
el dedo, levanta el dedo
No
es tu guerra, no es tu guerra
Pero
piensas que estos meses que te han robado
Son
tan largos, son tan largos
No
hay mejor defensa que cruzar los brazos
(los
pactos imposibles)
España
camisa blanca de mi esperanza
Reseca
historia que nos abraza con acercarse
Solo
a mirarla
Paloma
buscando cielos mas estrellados
Donde
encontrarnos sin destrozarnos
Donde
sentarnos y conversar
(una
contaminación deseada)
Contamíname,
contamíname
Contamíname
pero no con el humo que asfixia el aire
Pero
si con tus ojos y con tus bailes
Pero
no con la rabia y los malos sueños
Pero
si con tus labios que anuncian besos
Conamíname,
mézclame contigo
Que
bajo mi rama tendrás abrigo
(esperanza)
Escucha
hermano, la canción de la alegría
El
canto alegre del que espera un nuevo día
Ven
canta sueña cantando, vive soñando el nuevo sol
En
que los hombres volverán a ser hermanos
(en
san Juan lo celebraremos)
Gloria
a Dios en las alturas,
recogieron
las basuras de mi calle, ayer a oscuras
y
hoy cuajada de bombillas.
Y
pusieron un cartel con la foto de los tres
y
banderas de papel verdes, rojas y amarillas.
Y
al darles el sol la espalda,
revolotean
las faldas
bajo
un manto de guirnaldas
para
que el cielo no vea,
en
la noche de San Juan,
cómo
comparten su pan, su mujer y su galán,
gentes
de cien mil raleas.
Apurad
que allí os espero
si
queréis venir pues cae la noche
y
ya se van nuestras miserias a dormir.
La corte de Ana en Movistar+
El gusto es nuestro, 10 de diciembre de
1997 en Buenos Aires
Coincido totalmente con tu preocupación para que los jóvenes no vuelvan a repetir errores del pasado. Pero no hay que esconder que el franquismo nunca desapareció por mucha transformación que nos presentaron, y por tanto las resistencias hay que entenderlas en sus circunstancias. Como sueco me costó entender el problema nacional al llegar a Barcelona, donde llevo más de media vida ahora. No he sido nacionalista y no lo soy, pero que en el estado español hay un problema nacional gordo y que no se pueda ignorar, con el tiempo he ido aprendiendo. Para mi no es una cuestión de identidad sino de justicia social que se encuentra, tanto en Euskadi como en Catalunya por debajo de las banderas. Mirando la persecución de jóvenes disidentes en Euskadi, Navarra y Catalunya creo que es evidente.
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