sábado, 20 de junio de 2020

A VUELTAS CON EL TIEMPO



Bueno, parece que por fin empieza la Nueva Normalidad. Por lo menos en el cine, aunque de una forma un poco clandestina, vergonzante incluso, las salas vuelven a abrir y esta semana hay ya varios estrenos. Pocos en comparación con lo que había,  pero menos es nada. Los que sueñan con las salas oscuras y las pantallas grandes, esta semana podrán disfrutar de películas interesantes. Al menos en algunas ciudades.
Dos de esas películas interesantes que se estrenan ahora se pudieron ver el pasado D’A Film Festival celebrado on line en pleno confinamiento. Una se titula Los lobos, la otra es Little Joe. Solo unas líneas para despertar la curiosidad, las dos lo merecen.



Los lobos
Bajo este amenazador título se esconde una película que habla de solidaridad, de compartir, de entenderse con los demás. Algo que no es muy habitual ni en el cine ni mucho menos en la realidad. Los lobos es la segunda película de un joven director mexicano Samuel Kishi. Cuenta la historia de una madre mexicana, Lucía, que llega a Alburquerque en Nuevo México, con sus dos hijos pequeños Max y Leo. Los tres acaban en un apartamento ruinoso en un motel donde viven asiáticos y latinos. Con la desconfianza metida en el cuerpo, Lucía les dice a sus hijos que no salgan del cuarto mientras ella está trabajando. Obligados a este encierro (por miedo al virus del odio) los niños se entretienen imaginando historias de los lobos que dibujan en los papeles que les lleva su madre y mirando por la ventana ese mundo lejano, desconocido atractivo y peligroso. Pero la América de Trump tiene rincones escondidos de solidaridad y Lucía y sus hijos acabarán por descubrirlos. Su misma sencillez de planteamiento y su limpia realización hacen de Los lobos una película que vale la pena ver.


Little Joe
La última película de esta directora austríaca inauguró el D’A Film Festival que le dedicaba su retrospectiva. Para contarla en pocas palabras (como pedía el personaje de Tim Robbins en El Juego de Hollywood) Little Joe es un cruce entre La pequeña tienda de los horrores, de Roger Corman y La invasión de los ladrones de cuerpos de Don Siegel. Alice es bióloga en un centro de investigación donde ha creado una nueva planta de una belleza deslumbrante, con unas propiedades terapéuticas insospechadas: hace feliz a quién respira su agradable perfume. Un dia Alice se lleva una de estas nuevas plantas a su casa como regalo para su hijo que la bautiza como Little Joe. Los dos descubrirán poco a poco todo lo que la planta puede hacer. Con una puesta en escena fría y aséptica, de colores planos y brillantes, esta película de ciencia ficción cotidiana es mucho más realista de lo que creemos. Little Joe plantea muchas preguntas sobre la ética de la investigación científica, sobre el funcionamiento de las emociones, sobre la vida de las plantas y en estos momentos en que estamos saliendo de la pandemia del COVID 19, nos alerta sobre la propagaciòn incontrolada de virus desconocidos.

EL RINCÓN DE LAS SERIES

(me gusta pensar que este cuadro de Ramon es una representación de Clío, la Musa de la Historia)
Creo que debo justificar el título de esta entrada, A vueltas con el tiempo. Para eso quiero hablar de una serie española que a mí me gusta mucho, aunque soy consciente de que quizás no guste a todo el mundo: El Ministerio del Tiempo. Está en su cuarta temporada y se puede ver entera en HBO. Se trata de un experimento creado en el 2015 por Javier y Pablo Olivares. Su punto de partida es fácil de explicar: existe en España un oculto Ministerio encargado de velar por que la historia no se altere, aunque muchas veces sus agentes preferirían cambiarla, provocando consecuencias insospechadas que podrían modificar el rumbo del mundo. Para eso, utilizan el Libro de las Puertas que los lleva allí donde se ha descubierto una posibles anomalía histórica de cualquier tipo. No todos los episodios tienen el mismo interés o funcionan igual, pero siempre son entretenidos y hay algunos francamente brillantes. Pero si hablo de esta serie en este post es porque estos días he sentido la necesidad de que existiera “un ministerio del tiempo” que garantizara la historia tal como ha sido, no tal como nos gustaría que hubiera sido desde nuestro presente. El revisionismo histórico es algo inherente a la propia historia: se lee el pasado en función del presente. Pero eso no quiere decir que “se borre el pasado” como pretenden hacer algunos revisionistas actuales: la historia, como saben muy bien en El Ministerio del Tiempo, no se puede borrar. Viene esto a cuento de la polémica retirada de Lo que el viento se llevó de la plataforma HBO, o los continuados ataques a estatuas de personajes, entre ellos el monumento de Colón en Barcelona. Jordi Juan lo resume muy bien en un artículo del 16 de junio en La Vanguardia: “El revisionismo de la historia nos puede llevar a tomar decisiones que van mucho más allá del sentido común y bordean el ridículo. La estatua de Colón, un símbolo mítico de la ciudad, no puede ser ahora dinamitada para protestar contra el racismo existente en nuestra sociedad. Todo nuestro esfuerzo y apoyo para erradicar esta xenofobia del presente pero no perdamos la energía en acciones propagandísticas que miran al pasado”. La ola de antiracismo que se ha desatado en el mundo por el asesinato brutal e injustificado de George Floyd en Minneapolis es una buena prueba de esto. Reaccionar ante la brutalidad policial y no solo denunciarla, sino perseguirla e intentar erradicarla, es una cuestión de higiene democrática. Pero lo urgente no es protestar en Barcelona o Madrid por la muerte de George Floyd, lo urgente y necesario es denunciar las discriminaciones y racismos de ahora mismo en nuestro país, como la de esos seis Mossos de Manresa o las actuaciones de policías locales en Badalona o en París, o en Madrid. El racismo excluyente está aquí mismo y no afecta solo a los negros. La xenofobia  rampante de algunos políticos internacionales, nacionales y locales, es un hecho y no tiene que ver con el color de la piel, sino con una idea mucho más oscura: sentirse simple y sencillamente superiores. No hace falta ni remontarse al pasado ni apoyarse en lo que sucede en otros países para denunciar este racismo del siglo XXI que en rigor yo no llamaría racismo, o al menos no tal como se entendía el racismo en los años sesenta o en los años treinta del siglo pasado, sino de la brutalidad excluyente que se ejerce contra cualquiera que se considere marginal al sistema. En Estados Unidos, los negros son más pobres y están peor preparados que los blancos como consecuencia de una sociedad desiquilibrada y enferma en la que se ha sembrado el odio de una manera muy peligrosa. Seguramente por eso han muerto muchos mas negros contagiados de COVID 19, seguramente por eso son objeto de una mayor represión. Pero la violencia contra ellos, no es solo, aunque también, por su color de piel. En la estupenda serie The Good Fight de Movistar, en su cuarta temporada hay un capítulo, creo que el 3, que pone en evidencia que el racismo tiene muchos matices y se manifiesta de muchas maneras, no solo con la violencia y no solo con los marginados, y no solo de blancos a negros. El racismo no es una cuestión de color o de raza, es una cuestión de poder. La violencia policial y social se ejerce sobre todo contra un colectivo marginal de gente pobre en el que hay blancos, negros y latinos, a los que alguien tan supremacista como Trump le gustaría ver reducidos a simple fuerza de trabajo explotada, es decir, esclavos. Igual que al xénofobo presidente húngaro Viktor Orban quisiera acabar con “Todas las minorías que que no entren en la imagen cristiana idealizada”. Esto no es exactamente racismo, es algo mucho más profundo y despreciable: es la hegemonía de los ciudadanos de primera contra los ciudadanos sin derecho a tener derechos. Timothy Snyder lo explica mejor que yo en una entrevista en La Vanguardia:  “… pero yo creo que no le va a salir bien (a Trump) porque muchos blancos, especialmente los jóvenes, han comprendido que el racismo no sólo es una injusticia hacia los negros, sino que es una estrategia para extender la idea de que nada se puede hacer para cambiar las cosas, que todo esto es inevitable, que lo único a lo que podemos aspirar es a contenerlo y que para ello nada mejor que un sistema oligarca y tirano. Muchos blancos se han dado cuenta que este tipo de racismo no solo afecta a los negros sino también a ellos” (Thimoty Snyder en La Vanguardia 16 dejunio)

Nota: Una pequeña aclaración que explica porque me gusta la película Érase una vez en Hollywood o la serie Hollywood. Desde la ficción, es decir desde el cine, la literatura, la pintura, se puede hacer lo que se quiera. El creador es libre de interpretar la historia como le de la gana. Otra cosa es que ese criterio se aplique en la vida real, en la política. Tarantino puede decidir que Mason no mató a Sharon Tate o Hollywood contar que Rock Hudson se paseaba de la mano de su novio negro. Pero lo que no podemos hacer es borrar el crimen de Mason de la historia o pensar que los negros y homosexuales vivían así en 1947. La ficción es libre de reconstruir a su antojo; la historia es la que es y no se puede cambiar. Solo estudiarla y aprender de ella.




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