Bueno, parece que por fin
empieza la Nueva Normalidad. Por lo menos en el cine, aunque de una forma un
poco clandestina, vergonzante incluso, las salas vuelven a abrir y esta semana
hay ya varios estrenos. Pocos en comparación con lo que había, pero menos es nada. Los que sueñan con las
salas oscuras y las pantallas grandes, esta semana podrán disfrutar de
películas interesantes. Al menos en algunas ciudades.
Dos de esas películas interesantes
que se estrenan ahora se pudieron ver el pasado D’A Film Festival celebrado on
line en pleno confinamiento. Una se titula Los
lobos, la otra es Little Joe.
Solo unas líneas para despertar la curiosidad, las dos lo merecen.
Los lobos
Bajo este amenazador título se
esconde una película que habla de solidaridad, de compartir, de entenderse con
los demás. Algo que no es muy habitual ni en el cine ni mucho menos en la
realidad. Los lobos es la segunda
película de un joven director mexicano Samuel Kishi. Cuenta la historia de una
madre mexicana, Lucía, que llega a Alburquerque en Nuevo México, con sus dos
hijos pequeños Max y Leo. Los tres acaban en un apartamento ruinoso en un motel
donde viven asiáticos y latinos. Con la desconfianza metida en el cuerpo, Lucía
les dice a sus hijos que no salgan del cuarto mientras ella está trabajando.
Obligados a este encierro (por miedo al virus del odio) los niños se
entretienen imaginando historias de los lobos que dibujan en los papeles que
les lleva su madre y mirando por la ventana ese mundo lejano, desconocido
atractivo y peligroso. Pero la América de Trump tiene rincones escondidos de
solidaridad y Lucía y sus hijos acabarán por descubrirlos. Su misma sencillez
de planteamiento y su limpia realización hacen de Los lobos una película que vale la pena ver.
Little Joe
La última película de esta
directora austríaca inauguró el D’A Film Festival que le dedicaba su
retrospectiva. Para contarla en pocas palabras (como pedía el personaje de Tim
Robbins en El Juego de Hollywood) Little Joe es un cruce entre La pequeña tienda de los horrores, de
Roger Corman y La invasión de los
ladrones de cuerpos de Don Siegel. Alice es bióloga en un centro de
investigación donde ha creado una nueva planta de una belleza deslumbrante, con
unas propiedades terapéuticas insospechadas: hace feliz a quién respira su
agradable perfume. Un dia Alice se lleva una de estas nuevas plantas a su casa
como regalo para su hijo que la bautiza como Little Joe. Los dos descubrirán
poco a poco todo lo que la planta puede hacer. Con una puesta en escena fría y
aséptica, de colores planos y brillantes, esta película de ciencia ficción
cotidiana es mucho más realista de lo que creemos. Little Joe plantea muchas preguntas sobre la ética de la
investigación científica, sobre el funcionamiento de las emociones, sobre la vida
de las plantas y en estos momentos en que estamos saliendo de la pandemia del
COVID 19, nos alerta sobre la propagaciòn incontrolada de virus desconocidos.
EL RINCÓN DE LAS SERIES
(me
gusta pensar que este cuadro de Ramon es una representación de Clío, la Musa de
la Historia)
Creo que debo justificar el
título de esta entrada, A vueltas con el
tiempo. Para eso quiero hablar de una serie española que a mí me gusta
mucho, aunque soy consciente de que quizás no guste a todo el mundo: El Ministerio del Tiempo. Está en su
cuarta temporada y se puede ver entera en HBO. Se trata de un experimento creado
en el 2015 por Javier y Pablo Olivares. Su punto de partida es fácil de
explicar: existe en España un oculto Ministerio encargado de velar por que la
historia no se altere, aunque muchas veces sus agentes preferirían cambiarla,
provocando consecuencias insospechadas que podrían modificar el rumbo del
mundo. Para eso, utilizan el Libro de las Puertas que los lleva allí donde se
ha descubierto una posibles anomalía histórica de cualquier tipo. No todos los
episodios tienen el mismo interés o funcionan igual, pero siempre son
entretenidos y hay algunos francamente brillantes. Pero si hablo de esta serie
en este post es porque estos días he sentido la necesidad de que existiera “un
ministerio del tiempo” que garantizara la historia tal como ha sido, no tal
como nos gustaría que hubiera sido desde nuestro presente. El revisionismo
histórico es algo inherente a la propia historia: se lee el pasado en función
del presente. Pero eso no quiere decir que “se borre el pasado” como pretenden
hacer algunos revisionistas actuales: la historia, como saben muy bien en El
Ministerio del Tiempo, no se puede borrar. Viene esto a cuento de la polémica
retirada de Lo que el viento se llevó de
la plataforma HBO, o los continuados ataques a estatuas de personajes, entre
ellos el monumento de Colón en Barcelona. Jordi Juan lo resume muy bien en un
artículo del 16 de junio en La Vanguardia:
“El revisionismo de la historia nos puede llevar a tomar decisiones que van
mucho más allá del sentido común y bordean el ridículo. La estatua de Colón, un
símbolo mítico de la ciudad, no puede ser ahora dinamitada para protestar
contra el racismo existente en nuestra sociedad. Todo nuestro esfuerzo y apoyo
para erradicar esta xenofobia del presente pero no perdamos la energía en
acciones propagandísticas que miran al pasado”. La ola de antiracismo que se ha
desatado en el mundo por el asesinato brutal e injustificado de George Floyd en
Minneapolis es una buena prueba de esto. Reaccionar ante la brutalidad policial
y no solo denunciarla, sino perseguirla e intentar erradicarla, es una cuestión
de higiene democrática. Pero lo urgente no es protestar en Barcelona o Madrid por
la muerte de George Floyd, lo urgente y necesario es denunciar las
discriminaciones y racismos de ahora mismo en nuestro país, como la de esos
seis Mossos de Manresa o las actuaciones de policías locales en Badalona o en
París, o en Madrid. El racismo excluyente está aquí mismo y no afecta solo a
los negros. La xenofobia rampante de
algunos políticos internacionales, nacionales y locales, es un hecho y no tiene
que ver con el color de la piel, sino con una idea mucho más oscura: sentirse
simple y sencillamente superiores. No hace falta ni remontarse al pasado ni
apoyarse en lo que sucede en otros países para denunciar este racismo del siglo
XXI que en rigor yo no llamaría racismo, o al menos no tal como se entendía el
racismo en los años sesenta o en los años treinta del siglo pasado, sino de la brutalidad
excluyente que se ejerce contra cualquiera que se considere marginal al sistema.
En Estados Unidos, los negros son más pobres y están peor preparados que los
blancos como consecuencia de una sociedad desiquilibrada y enferma en la que se
ha sembrado el odio de una manera muy peligrosa. Seguramente por eso han muerto
muchos mas negros contagiados de COVID 19, seguramente por eso son objeto de
una mayor represión. Pero la violencia contra ellos, no es solo, aunque también,
por su color de piel. En la estupenda serie The
Good Fight de Movistar, en su cuarta temporada hay un capítulo, creo que el
3, que pone en evidencia que el racismo tiene muchos matices y se manifiesta de
muchas maneras, no solo con la violencia y no solo con los marginados, y no
solo de blancos a negros. El racismo no es una cuestión de color o de raza, es
una cuestión de poder. La violencia policial y social se ejerce sobre todo contra
un colectivo marginal de gente pobre en el que hay blancos, negros y latinos, a
los que alguien tan supremacista como Trump le gustaría ver reducidos a simple
fuerza de trabajo explotada, es decir, esclavos. Igual que al xénofobo
presidente húngaro Viktor Orban quisiera acabar con “Todas las minorías que que
no entren en la imagen cristiana idealizada”. Esto no es exactamente racismo,
es algo mucho más profundo y despreciable: es la hegemonía de los ciudadanos de
primera contra los ciudadanos sin derecho a tener derechos. Timothy Snyder lo
explica mejor que yo en una entrevista en La
Vanguardia: “… pero yo creo que no
le va a salir bien (a Trump) porque muchos blancos, especialmente los jóvenes,
han comprendido que el racismo no sólo es una injusticia hacia los negros, sino
que es una estrategia para extender la idea de que nada se puede hacer para
cambiar las cosas, que todo esto es inevitable, que lo único a lo que podemos
aspirar es a contenerlo y que para ello nada mejor que un sistema oligarca y
tirano. Muchos blancos se han dado cuenta que este tipo de racismo no solo
afecta a los negros sino también a ellos” (Thimoty Snyder en La Vanguardia 16 dejunio)
Nota: Una pequeña aclaración
que explica porque me gusta la película Érase
una vez en Hollywood o la serie Hollywood.
Desde la ficción, es decir desde el cine, la literatura, la pintura, se puede
hacer lo que se quiera. El creador es libre de interpretar la historia como le
de la gana. Otra cosa es que ese criterio se aplique en la vida real, en la
política. Tarantino puede decidir que Mason no mató a Sharon Tate o Hollywood contar que Rock Hudson se
paseaba de la mano de su novio negro. Pero lo que no podemos hacer es borrar el
crimen de Mason de la historia o pensar que los negros y homosexuales vivían
así en 1947. La ficción es libre de reconstruir a su antojo; la historia es la
que es y no se puede cambiar. Solo estudiarla y aprender de ella.
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