sábado, 26 de septiembre de 2020

DE FESTIVALES, SELVAS, VIEJOS Y PASTELES

 

Semana extraña (y van…) En San Sebastián sigue el festival más raro, pero también el más valiente, con sus proyecciones enmascaradas y sus ruedas de prensa a distancia. Este año se recordará por ser el Año del Bicho, pero también por ser el año en el que se rompieron definitivamente las barreras entre cine y televisión, entre películas y series. El festival ha sabido reconocer que la ficción audiovisual está en distintos lugares y ha ofrecido a las series la posibilidad de estrenarse “a lo grande” en el marco de su programación. No es el momento de hablar de Patria, que se comienza en HBO el domingo 27 de septiembre, fecha emblemática y cargada de significado emocional; ni de Antidisturbios, que llegará a Movistar el 16 de octubre con su potente denuncia política; ni de El estado contra Pablo Ibar, documento estremecedor sobre la justicia norteamericana o de la serie del presidente del jurado Luca Guadagnino, We Are Who We Are. Tiempo habrá de analizarlas. Aquí y ahora, lo que es importante es que el Festival les ha dado status de igualdad de condiciones con el Cine con mayúscula y eso es algo estupendo. Ha habido en Donosti muchas películas importantes, apetecibles, que estoy deseando ver. Tendré que esperar a que se estrenen. Pero he tenido la suerte de ver dos de las escasas propuestas latinoamericanas que se han presentado este año de penurias en la producción de América Latina. Se trata de una película mexicana y una chilena. La mexicana no tengo claro que se vaya a estrenar, la chilena sí que tiene fecha para llegar a las pantallas. Las dos son muy interesantes por distintos motivos

 

Selva trágica, de Yulene Olaizola

Selva trágica, es la quinta película de una directora de origen vasco nacida en México. Sucede en el año 1920 en la frontera entre Belice y Campeche, zona cauchera, salvaje y bastante inexplorada. En lo más profundo de la selva perviven los mitos y rituales mayas, preservados en la memoria de los indígenas que recogen el chicle para las grandes corporaciones internacionales. En ese espacio de sueño y pesadilla, una mujer, la hermosa Agnes, escapa de su posesivo amo británico y se adentra en la selva donde la encuentran un grupo de caucheros mexicanos. Jacinto, uno de los indígenas, reconoce en ella la figura de Xtabay, una diosa que desde lo más profundo de la selva controla el destino de los hombres. Rodada en planos largos y pausados, la belleza del lugar acaba por ser tan tóxica como la mujer que poco a poco destruye todo lo que la rodea. Es una película “exótica” que sin embargo me ha producido una sensación extraña de reconocimiento. De una manera inmediata, con Blanca Nieves y los siete caucheros; pero de una forma más profunda con una película que está muy enraizado en mi propia memoria: Canaima, dirigida por Juan Bustillo Oro en 1945 sobre una novela de Rómulo Gallegos y protagonizada por Jorge Negrete, Gloria Marín y Charito Granados. Canaima pasa en los mismos años, aunque en otra selva un poco más lejana, la del sur de Venezuela con el río Orinoco dominando el paisaje entre caciques, caucheros y viejos mitos indígenas. El film de Yulene Olaizola no se parece en nada al de Bustillo Oro, pero me lo ha recordado y me han entrado ganas de volver a verlo para comprobar si el poder evocador de misterios, aventuras y amores perdidos es algo fabricado por mi recuerdo o de verdad está en Canaima.

 

El Agente Topo, de Maite Alberdi.

De esta directora chilena recuerdo con gran cariño una película sobre las amigas de su abuela que se llamaba La once (hablé de ella en una entrada del 9 de julio del 2016). En La once ya se podía ver que Maite Alberdi no hacía documentales muy convencionales hecho que viene a confirmar este Agente Topo en el que prosigue su aproximación a las personas mayores, muy mayores, a través de una historia entre divertida, inverosímil y sobre todo inesperada. El resumen del Festival de San Sebastián dice: “Rómulo es un detective privado. Cuando una clienta le encarga investigar la residencia de ancianos donde vive su madre, Rómulo decide entrenar a Sergio, un hombre de 83 años que jamás ha trabajado como detective, para vivir una temporada como agente encubierto en el hogar. Ya infiltrado, con serias dificultades para asumir su rol de topo y ocultar su adorable y cariñosa personalidad, se acaba convirtiendo, más que en un espía, en un aliado de sus entrañables compañeras.”. No tengo muy claro que este trabajo sea un documental, tampoco es una ficción preparada. Más bien creo que la idea es provocar una situación, Sergio infiltrado en una residencia de ancianas (hay cuarenta mujeres por cuatro hombres) y ver que pasa. Con la complicidad de la dirección del centro y sobre todo del entrañable Sergio, la cámara de Alberdi se adentra en esa residencia de provincias y mira a sus habitantes con cariño y sin condescendencia. El Macguffin de la trama, encontrar las cosas malas que hacen contra los pobres ancianos, funciona solo como punto de partida. Es evidente que si la película se hizo con la colaboración de la institución, no iban a mostrar nada malo. Pero lo importante no es lo que hagan bien o mal las residencias para ancianos en todo el mundo, pasto de muerte y desolación de esta maldita pandemia, sino el poner en evidencia el abandono emocional por parte de sus familiares que padecen los viejitos recluidos en ellas, obligados a tejer complicidades entre ellos mismos y con sus cuidadores como refugio para su soledad. Como ejemplo, la clienta tan preocupada por su madre, no la ha visitado nunca ni ha puesto los pies en la residencia más que para dejarla allí. El agente topo llega en un momento especialmente delicado en el que la sensibilidad sobre qué hacer con los mayores se ha visto potenciada por la mortalidad provocada por el bicho de nombre de mascota. Hace pocos días leí en LaVanguardia un artículo que hablaba de “la campaña Old lives matter, Las Vidas Viejas Importan, impulsada por más de 40 organizaciones científicas, sanitarias y sociales de todo el mundo para sensibilizar a la población y luchar contra el edadismo, la discriminación contra la gente mayor basada en falsos prejuicios instalada en todas las sociedades.” Esta película se inscribe en este camino, con humor, elegancia, respeto y sensibilidad. Cuando se estrene volveré sobre ella. Para acabar con este tema me gustaría recordar una frase de Ingmar Bergman, que he leído en alguna parte: “Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada se hace más libre y la vista se vuelve más amplia y serena”.

¿Y de los estrenos? Solo unas líneas para dos estrenos de esta semana.

Una pastelería en Notting Hill, de Eliza Schroeder

Love Sarah, título de la película y nombre de la pastelería en Notting Hill, es una película pequeña y sin pretensiones ambientada en el Londres de ahora mismo. A pesar de partir de la pérdida de una persona muy querida, se trata de una historia muy feliz, optimista, con una gran carga de energía positiva. La Sarah del título original muere en un accidente nada más empezar la película y eso provoca que su hija, su mejor amiga y su madre se reúnan para realizar el sueño de Sarah: montar una pastelería. Sencilla y muy ligera, lo mejor de Love Sarah es que casi sin quererlo, se convierte en una especie de alegato en forma de pasteles contra el Brexit y a favor de la integración y la diferencia como algo enriquecedor. De este delicioso film se puede decir que es dulce, pero en ningún momento empalagoso. 

Tommaso, de Abel Ferrara

En realidad esta película debería llamarse Willem. Dafoe naturalmente. Willem Dafoe, imagen del Festival de San Sebastián este año, es el auténtico y casi único protagonista de un film irregular y autobiográfico del propio Ferrara. Tommaso es director de cine, vive en Roma, tiene una hija pequeña y un pasado turbulento de drogas y alcohol. Tommaso/Abel con el rostro y el cuerpo de Willem, recorren una historia que empieza de una forma naturalista y cotidiana, para poco a poco sumergirse en una pesadilla de delirios y memorias. Es sin duda la película más personal de Ferrara, la más desnuda. Solo un actor como Dafoe, con el rostro esculpido por el tiempo y buen conocedor de la violenta vida del director con el que ha trabajado en siete ocasiones desde 1998, podía encarnarle siendo fiel tanto a Ferrara como a sí mismo. Por cierto, para cerrar el círculo, Abel Ferrara ha estado en San Sebastián presentando un nuevo trabajo, Sportin Life, en el que vuelve a contar con Dafoe, imagen icónica del festival de este año en el que las flores han querido plantarle cara al bicho. 

El regalo de esta semana es el único retrato masculino que ha hecho Ramon. Es el retrato del Dr. Ignasi Ponseti, un gran amigo y un hombre sabio que hacía honor a la frase de Bergman.


 

 

 

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