Esta semana rara (¿y cuál no
lo es?) en la que los coles han empezado en muchas autonomías y en otras, como
en Catalunya, esperan al lunes para que todos los niños y niñas puedan celebrar
a gusto la Diada descafeinada de este año, los estrenos parecen haberse dado un
respiro en espera de títulos mas importantes. Hay muy pocas películas dignas de
atención, dos de ellas creo que merecen no pasar desapercibidas. Son dos
películas pequeñas, periféricas, de las que llenan la programación de los
festivales en las sesiones de tarde y que muchas veces no tienen la atención de
la prensa mas especializada. Una es tunecina, la otra es búlgara, dos países
que no suelen prodigarse en las carteleras nacionales.
.
(un diván con gata en Arcos de la
Frontera)
Un diván en Túnez
Un
diván en Túnez es la primera película de Manele Labidi Labbé,
una joven nacida en París de origen tunecino, como su protagonista, Selma. Selma
ha estudiado en Francia y tiene un diploma de Psicología. Pero Selma ha decidido
instalarse en el país de sus padres y abrir una consulta en la casa familiar.
Concretamente en el tejado donde instala un precioso diván en el que espera
recibir a muchos pacientes. Selma toma esta decisión porque Túnez vive un
momento de ilusión producido por las cercanas primaveras árabes. El país se ha
librado de una dictadura y aun no ha caído en manos del fundamentalismo. De
hecho, por lo que cuenta la propia Manele Labidi, sigue siendo un lugar muy
apetecible para vivir, con una cierta tolerancia en la vida cotidiana, lo que
explica que no tuviera ningún problema para filmar en la ciudad. Selma es una
mujer moderna y libre y quiere ayudar a sus vecinos con su gabinete. Pero, a
pesar de las buenas intenciones de la protagonista (y la directora) muy pronto
tropezará con una serie de trabas burocráticas y religiosas, morales y
culturales que harán su trabajo un poco más difícil. Sin perder el sentido del
humor, esta comedia ligera y tranquila se convierte casi sin quererlo en un
retrato de las contradicciones que viven los países del norte de África, en los
que la cultura francesa ha dejado un poso de libertad que choca con las
tradiciones árabes más arraigadas. Irregular en sus personajes y anécdotas, Un diván en Túnez es una película
agradable y la mejor carta de propaganda para invitar a visitar el país.
Aunque, como de tantos otros sitios, no sabemos si allí están más o menos
sumidos en la dichosa pandemia del bicho.
(la mermelada casera de
membrillo, es muy importante)
El padre
El
padre es una película búlgara dirigida por la pareja Kristina
Grozeva y Petar Valchanov. Los descubrí hace unos años con una película extraña
y divertida llamada Un minuto de gloria.
Esta pareja tiene un humor muy peculiar, eslavo, distinto al mediterráneo, pero
en cambio, tengo la sensación de que conecta mucho con el humor de Azcona y
Berlanga. Estoy segura que esta comedia negra le habría gustado mucho al autor
de Los muertos no se tocan, nene. Todo
empieza en el entierro de la madre de Pavel y en el dolor de su padre,
negándose a aceptar que Valentina haya desaparecido. Cuando Vassili, el padre,
descubre que la madre muerta hace extrañas llamadas a una vecina, se
desencadena una serie de situaciones surreales en las que Pavel intenta
controlar el delirio de su padre, empeñado en conectar con su mujer desde el
más allá. No es un film perfecto, pero tiene varias cosas que lo hacen
apetecible. Entre ellas descubrir un país del que no sabemos prácticamente
nada. En Europa hay una serie de países que son tan exóticos y lejanos como
Marte, Bulgaria es uno de ellos, Eslovaquia es otro. Por no tener no tienen ni
un escritor de novela negra que les de popularidad y no se conocen series que
lleguen desde allí. La aventura de descubrir mundos lejanos está mas cerca de
lo que pensamos muchas veces, aunque ni siquiera sabemos si comparten con
nosotros la desgracia del bicho universal. Volviendo a El Padre, la historia permite a los directores hacer un retrato de
su país, de la corrupción que todo lo invade, la ineficacia de una burocracia
administrativa, la precaria salud pública, el contraste entre la vida rural y
la vida en la capital, sin dejar nunca de ser un claro y sincero proceso de
duelo compartido por un padre y un hijo. Ah¡ me olvidaba de lo más importante
de la película: la mermelada casera de membrillos, fundamental en el desenlace
de la historia.
Al releer estas líneas para
corregirlas me he dado cuenta de que las
dos películas son retratos involuntarios de sus respectivas realidades, una
especie de radiografía emocional de la sociedad que reflejan. Aunque solo sea
por eso, el cine se revela como un gran instrumento de conocimiento y análisis.
El regalo de esta semana es el magnífico árbol que acompaña al diván de Arcos.
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