sábado, 12 de septiembre de 2020

RADIOGRAFÍAS

Esta semana rara (¿y cuál no lo es?) en la que los coles han empezado en muchas autonomías y en otras, como en Catalunya, esperan al lunes para que todos los niños y niñas puedan celebrar a gusto la Diada descafeinada de este año, los estrenos parecen haberse dado un respiro en espera de títulos mas importantes. Hay muy pocas películas dignas de atención, dos de ellas creo que merecen no pasar desapercibidas. Son dos películas pequeñas, periféricas, de las que llenan la programación de los festivales en las sesiones de tarde y que muchas veces no tienen la atención de la prensa mas especializada. Una es tunecina, la otra es búlgara, dos países que no suelen prodigarse en las carteleras nacionales. 

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(un diván con gata en Arcos de la Frontera)

Un diván en Túnez

Un diván en Túnez es la primera película de Manele Labidi Labbé, una joven nacida en París de origen tunecino, como su protagonista, Selma. Selma ha estudiado en Francia y tiene un diploma de Psicología. Pero Selma ha decidido instalarse en el país de sus padres y abrir una consulta en la casa familiar. Concretamente en el tejado donde instala un precioso diván en el que espera recibir a muchos pacientes. Selma toma esta decisión porque Túnez vive un momento de ilusión producido por las cercanas primaveras árabes. El país se ha librado de una dictadura y aun no ha caído en manos del fundamentalismo. De hecho, por lo que cuenta la propia Manele Labidi, sigue siendo un lugar muy apetecible para vivir, con una cierta tolerancia en la vida cotidiana, lo que explica que no tuviera ningún problema para filmar en la ciudad. Selma es una mujer moderna y libre y quiere ayudar a sus vecinos con su gabinete. Pero, a pesar de las buenas intenciones de la protagonista (y la directora) muy pronto tropezará con una serie de trabas burocráticas y religiosas, morales y culturales que harán su trabajo un poco más difícil. Sin perder el sentido del humor, esta comedia ligera y tranquila se convierte casi sin quererlo en un retrato de las contradicciones que viven los países del norte de África, en los que la cultura francesa ha dejado un poso de libertad que choca con las tradiciones árabes más arraigadas. Irregular en sus personajes y anécdotas, Un diván en Túnez es una película agradable y la mejor carta de propaganda para invitar a visitar el país. Aunque, como de tantos otros sitios, no sabemos si allí están más o menos sumidos en la dichosa pandemia del bicho.

 

(la mermelada casera de membrillo, es muy importante)

El padre

El padre es una película búlgara dirigida por la pareja Kristina Grozeva y Petar Valchanov. Los descubrí hace unos años con una película extraña y divertida llamada Un minuto de gloria. Esta pareja tiene un humor muy peculiar, eslavo, distinto al mediterráneo, pero en cambio, tengo la sensación de que conecta mucho con el humor de Azcona y Berlanga. Estoy segura que esta comedia negra le habría gustado mucho al autor de Los muertos no se tocan, nene. Todo empieza en el entierro de la madre de Pavel y en el dolor de su padre, negándose a aceptar que Valentina haya desaparecido. Cuando Vassili, el padre, descubre que la madre muerta hace extrañas llamadas a una vecina, se desencadena una serie de situaciones surreales en las que Pavel intenta controlar el delirio de su padre, empeñado en conectar con su mujer desde el más allá. No es un film perfecto, pero tiene varias cosas que lo hacen apetecible. Entre ellas descubrir un país del que no sabemos prácticamente nada. En Europa hay una serie de países que son tan exóticos y lejanos como Marte, Bulgaria es uno de ellos, Eslovaquia es otro. Por no tener no tienen ni un escritor de novela negra que les de popularidad y no se conocen series que lleguen desde allí. La aventura de descubrir mundos lejanos está mas cerca de lo que pensamos muchas veces, aunque ni siquiera sabemos si comparten con nosotros la desgracia del bicho universal. Volviendo a El Padre, la historia permite a los directores hacer un retrato de su país, de la corrupción que todo lo invade, la ineficacia de una burocracia administrativa, la precaria salud pública, el contraste entre la vida rural y la vida en la capital, sin dejar nunca de ser un claro y sincero proceso de duelo compartido por un padre y un hijo. Ah¡ me olvidaba de lo más importante de la película: la mermelada casera de membrillos, fundamental en el desenlace de la historia.

Al releer estas líneas para corregirlas  me he dado cuenta de que las dos películas son retratos involuntarios de sus respectivas realidades, una especie de radiografía emocional de la sociedad que reflejan. Aunque solo sea por eso, el cine se revela como un gran instrumento de conocimiento y análisis.

El regalo de esta semana es el magnífico árbol que acompaña al diván de Arcos.



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