sábado, 5 de septiembre de 2020

LAS NIÑAS Y HONEYLAND

 


Tengo un problema. No me ha gustado la película Las niñas. Lo siento. Probablemente sea culpa mía, no lo niego. Pero delante del coro de alabanzas y de elogios que se ha construido a su alrededor, me encuentro un poco perpleja. No digo que esté mal, ni mucho menos. Tampoco estoy segura que esté tan bien como se ha dicho. A ver. Se la ha comparado con Verano del 93 por las similitudes: ópera prima de una mujer joven, historia autobiográfica, años noventa. Pero esos son elementos muy circunstanciales. En realidad, las dos películas no tienen nada que ver. Las niñas es una película honesta y muy personal, y en ese sentido no tengo nada que objetarle. Pilar Palomero hace un buen debut, y las niñas, las actrices, están muy bien casi todas. (De todos modos me parece un poco exagerado comparar a Andrea Fandos con la Ana Torrent de El espíritu de la colmena, solo porque tiene los ojos negros y grandes, mira mucho y calla más). Pero para mi, la película tiene varios problemas. Uno de los que me plantea, es el de la contradicción que percibo en ella entre una intención muy emocional y sensible con una puesta en escena absolutamente cerebral, casi fría. Por mucho que nos cuenten que las niñas improvisan y que la directora las dejó a su aire, tengo la sensación de que la película tiene una estructura rígida y una elaboración de laboratorio. En cuanto al argumento mi perplejidad crece aun más. Mientras la veía me preguntaba en qué época estaba pasando. A no ser por la banda sonora y una línea de diálogo que hace referencia al sida, Las niñas podría estar datada en los años sesenta y sería exactamente igual. No me meto en todo lo que sucede en el colegio de monjas porque, por suerte para mí, nunca fui a un colegio de monjas. A la edad de Celia y Brisa, yo estaba en el Instituto Verdaguer. Eran los años 1962 a 1967, en pleno franquismo, pero aunque el Instituto lo dirigía un cura, tanto el profesorado como las alumnas disfrutábamos de una libertad de pensamiento muy grande. Supongo que en mi época, los colegios de curas y monjas debían ser más represores y carcas que el instituto, no lo dudo. A lo mejor lo eran asi en los 90, y quién sabe, incluso lo siguen siendo ahora mismo. Si Pilar Palomero lo cuenta, debe ser verdad y no voy a ser yo la que se lo discuta. Sin embargo, el entorno de la calle, de la vida familiar, sí que se lo puedo discutir. Porque me cuesta creer que en la Zaragoza del año 1992, se viviera de una forma tan absolutamente encarcarada y con tantos secretos y represiones (no digo que no fuera así, pero me cuesta). La relación de Celia con su madre es para mi incomprensible en esa época. Una mujer de poco menos de treinta años, que ha sacado adelante a su hija ella sola, no reacciona como una esposa y madre del Opus en los años sesenta (1). Lo siento, pero me parece inverosímil. Y me molesta ver que en ese mundo de niñas no hay presencias masculinas y las poquísimas que hay están mal dibujadas. Pero lo que me preocupa de Las niñas y me hace pensar, es comprobar que el tipo de educación que ya en mi adolescencia era carca, reaccionaria y oscurantista, se siguiera practicando en los años 90. Es probable que cada uno extrapole su propia experiencia, como ha hecho Pilar Palomero, pero desde luego las niñas y adolescentes que yo traté en los años 90 no eran en absoluto como estas chicas zaragozanas. Y si ya existía esa terrible similitud entre el colegio monjil de los sesenta franquistas y el de los noventa de las olimpiadas y la Expo, ¿por qué tengo que creer que no sigue siendo igual ahora mismo o hace diez años? En definitiva los votantes de Vox y del Carlismo Nacionalista salen de algún sitio y los colegios de curas y monjas son un granero estupendo para cultivarlos. Esta semana en la que vuelven los niños a la escuela y toda la preocupación está encaminada a ver cómo se organiza el caos provocado por el bicho, quizás deberíamos pensar un poco más en el caos mental que se puede estar creando en las mentes de niños y niñas. ¿Se sigue proyectando Marcelino pan y vino en los colegios? Inquietante pregunta. No sé si Las niñas se convertirá en la película del año como fue Verano del 93. Ojala, porque el cine español necesita títulos referenciales. Pero esto no quita que para mi haya sido una pequeña decepción. Sinceramente, me habría gustado que Las niñas me gustara más.


Honeyland

Honeyland, se vio en el último Docs Barcelona y ahora se estrena en algunos cines casi de forma clandestina. Es una película de Macedonia y está dirigida por Tamara Kotevska y Ljubomir Stefanov. El resumen de su argumento en Filmaffinity es muy bueno: “Documental sobre la última mujer recolectora de abejas de Europa. Hatidze es una mujer cerca de la cincuentena de un pequeño pueblo en Macedonia que cría colonias de abejas en unos cestos hechos a mano que deja escondidos entre las rocas. Sin protección ni ayuda, es capaz de amansarlas para poder extraer la miel y venderla en la capital. Todo es idílico hasta que, de repente, unos nuevos vecinos se instalan cerca de las colmenas, estorbando su paz y la de sus abejas. La intrusión de los recién llegados, una familia con siete niños ruidosos, acompañados de 150 vacas, provocará un conflicto que podría destruir la forma de vida de Hatidze para siempre.” Honeyland es me gusta mucho, es una película muy impresionante, llena de lecciones estupendas. La principal es que hay que respetar a la naturaleza, dejarle la mitad de la miel a las abejas, no querer acapararla toda y compartirla con ellas, es una idea preciosa que se debería aplicar a todo en la vida. Como darle importancia a los rituales indispensables para vivir. Los rituales le sirven a Hatidze para amansar a las abejas porque hablan su propio idioma. Los rituales privados de cada uno, nos ayudan a enfrentarnos a la cotidianidad. Tener rituales no quiere decir ser rutinario, todo lo contrario. Hatidze y su anciana madre viven en perfecto equilibrio entre ellas y con el mundo que las rodea. Por eso el contraste entre sus vidas y la familia que viene a destruir su entorno y su tranquilidad, es tremendo. No es que esa familia sean malas personas, ni mucho menos. Simplemente no han aprendido a respetar lo que tienen cerca, ni las abejas, ni el ganado, ni los niños y menos aun a la estupenda Hatidze. Es gente sin tradición, sin rituales, desarraigada. Cuando al final se van, dejan tras de si la desolación. Pero Hatidze saldrá adelante. Honeyland es muy hermosa y al mismo tiempo terrible. Hatidze es un personaje de ahora mismo, pero sería igual en la edad media o en la prehistoria. La vida en equilibrio es un privilegio que por desgracia hemos perdido. Y más en estos últimos tiempos en los que ya ni siquiera contamos con el falso equilibrio en el que vivíamos hasta que apareció el bicho. Honeyland me gusta mucho. De verdad.

(1)Tengo una teoría un poco descabellada respecto a los silencios de la madre que interpreta Natalia de Molina. Cuando van al pueblo porque ha muerto su padre, madre e hija acuden al cementerio a ver su tumba. Natalia acaricia la lápida de una manera especial. Ese gesto, junto con la mirada de la abuela a la niña y el hecho de que nunca le haya contado como murió su propio padre y donde está enterrado, me hace pensar que Celia es fruto de un abuso por parte del padre/abuelo, que corroe a Natalia impidiéndole contarle la verdad. Pero esto no deja de ser una elucubración mía que seguramente no tiene nada que ver con la historia.

 

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