Esta semana me ha pasado algo
muy curioso. Sumergida en la marea de las elecciones americanas, se me ha olvidado
el bicho. Hasta el punto que en los telediarios, cuando acababan de hablar de
Estados Unidos y pasaban al bicho, me parecía que trataban un tema lejano, del
pasado. ¿El virus? ¿Qué virus? Claro que no es más que una falsa impresión
provocada por la alegría de ver como la panocha salvaje de la Casa Blanca iba a
desaparecer de mi vista una buena temporada. ¿Si desaparecía el loco del tupé
amarillo, no podía desaparecer el bicho? No es tan fácil, ni tan sencillo,
aunque el anuncio de la eficacia de una posible vacuna viene a alimentar el
deseo de que esto acabe pronto. La parte buena de esta sensación es que, de
repente, ha dejado de obsesionarme la COVID19 y empiezo a verla como algo que
algún día superaremos. O en todo caso, creo que esta semana de “vacaciones” de
contagios, me ha dado una cierta distancia para tomarme con menos dramatismo
(lo tiene, hay enfermos, hay muertos) la dura cuesta del invierno donde
tendremos que convivir con aislamientos sociales, miedos latentes y
restricciones de todo tipo. De todos modos, los datos de la pandemia son
mejores que hace un mes. Parece como si hubiera habido un cambio de tendencia:
todo está mal, la enfermedad, la economía, la sociedad, pero se ve una luz al
final de un túnel, el horizonte se despeja de alguna manera. O no, no lo sé. En
todo caso, estoy segura de que si hubiera ganado Trump ese horizonte sería
mucho más negro, oscuro y tenebroso para el mundo. Las elecciones las hemos
ganado todos, no solo los demócratas.
Escribí estas líneas el martes de esta semana. Hoy viernes estoy un poco menos optimista. Sigo viendo una luz, pero muy apagada por el ruido insoportable de las trompetas trumpistas y sus 72 millones de votos (¡por dios, que miedo da!) que amenazan el horizonte. Lo que está pasando en Estados Unidos con las dificultades en el relevo en la presidencia, es un aviso de hacia dónde va el mundo. Una advertencia que vale la pena no obviar: la democracia tal como la conocemos no es algo consolidado y firme, cualquier dictadorzuelo populista de derechas o de izquierdas puede derribarla de un soplido, una llamarada o un pacto oscuro por un puñado de votos en el Congreso. Cuidado con este peligro y lo que esto significa para el mundo, para España, y para Catalunya.
Ante este panorama, mejor dejar
el mundo en paz un rato y hablar de cine. El que seguimos sin poder ver en
salas en Barcelona, pero que no por eso deja de estar vivo y ofreciendo
posibilidades. Como las de los festivales que se pueden ver en Filmin: el de
Sevilla, el Iberoamericano de Huelva y a partir del 16 de noviembre
L’Alternativa que se inaugura con una película magnifica: El año del descubrimiento.
El
año del descubrimiento
1992 fue un año importante
para España. Los grandes eventos mundiales, Olimpiadas en Barcelona, Expo de
Sevilla, celebración del Quinto Centenario del descubrimiento de América, no
solo centraron las miradas en España, mucho más importante que esto,
significaron la incorporación definitiva de nuestro país a la modernidad. Sin
negar para nada esto, la película de Luis López Carrasco, El año del descubrimiento, nos pone frente a una situación tan
importante y sobre todo tan real como la de los grandes fastos. La historia
local, pero no pequeña, de los enfrentamientos que se produjeron en la ciudad
de Cartagena en Murcia en 1992, cuando la reconversión industrial que iba a transformar
nuestro país obligó a cerrar las empresas y fábricas más importantes de la
ciudad provocando violentas protestas que acabaron con la quema del Parlamento autonómico.
Luis López Carrasco es uno de los fundadores del colectivo Los Hijos, grupo de
cine militante y político formado a raíz de la crisis económica y social del
2008, con una manera de hacer cine muy poco convencional. Esto explica porque El año del descubrimiento no es solo un
film político, también es un film que se replantea como enfrentarse a un
conflicto histórica desde ahora mismo con las armas de la imagen. Nacido en
Murcia, López Carrasco tenía once años cuando sucedieron los hechos de
Cartagena. Pero lo que le llevó a plantearse este film fue descubrir que la
gente más joven no sabía nada de lo que había pasado y lo que es más triste y
doloroso, algunos adultos que lo vivieron, lo había olvidado. La manera de pensar
la película fue en si misma diferente, arriesgada. López Carrasco reunió en un
bar de la ciudad a gentes de varias generaciones, de distintas procedencias sociales,
de profesiones muy diversas y les hizo hablar. Con una pantalla dividida en dos
partes, las conversaciones entre los grupos se suceden a veces como un diálogo,
a veces como un contrapunto, mezcladas con imágenes de archivo de la lucha y la
protesta. El resultado son 200 minutos fascinantes de gente hablando sobre el
pasado y sobre el presente, sobre lo que fue, lo que pudo ser, lo que es. Es
una lección de historia sobre la transición y lo que significó vista desde
ahora mismo. La España de los grandes eventos, y la España preCovid19 se
confrontan en este conflicto colectivo. La película se rodó a finales del 2018.
Es importante fijarnos en la fecha porque la situación del presente ha cambiado
radicalmente en este último año en el que el bicho ha venido para trastocar
todas las posibles previsiones de futuro que se hacen en el film. En ese
sentido, El año del descubrimiento no
es solo un documental magnífico sobre los hechos del 1992 en Cartagena, es
también un documental magnífico de la España del 2018. Dos tiempos conflictivos
que ya forman parte del pasado. Ese pasado que no podemos olvidar nunca si
queremos tener algún futuro.
(El año del descubrimiento se podrá ver en Filmin próximamente)
EL RINCON DE LAS SERIES
Todas
las criaturas grandes y pequeñas, Filmin
El crítico del Times James
Jackson dice de esta serie que es: “Un antídoto encantador para estos tiempos
de tristeza y destrucción”. No puedo estar más de acuerdo. Decidí verla sin
ninguna información y sin demasiadas esperanzas. El protagonista era un
veterinario y eso me llamaba la atención. Pero en cuanto empezó, me quedé
enganchada en las deliciosas aventuras de James Herriot en ese pequeño pueblo
inglés en compañía del estupendo Siegfried Farnon, su alocado hermano Tristan,
la linda Helen y la adorable señora Hall. Estamos en 1937 y el mundo aun es
habitable en ese rincón del Yorkshire. Fue después de ver los seis capítulos de
la serie cuando busqué algo más de información, y así descubrí los libros de
James Herriot sobre su experiencia como veterinario en los años 30 y 40 y que
existía una serie anterior emitida en Inglaterra entre 1978 y 1990. No tengo
claro que es lo que más me gustó de Todos
los animales grandes y pequeños. Por un lado me recordaba Doctor en Alaska,
pero sin el malhumor de Joel Fleishman; por otro lado su perfecta ambientación era
parecida a los mejores episodios de Poirot, pero con historias situadas en
escenarios muy distintos. Las dudas y miedos del joven veterinario frente a los
animales y las personas, su amor por Helen, su asombro ante la vida en general,
son sencillamente deliciosos. y están muy lejos del "buenismo" animalista. En fin. No me atrevo a decir que es una gran
serie, o una serie importante en el sentido de algunas ficciones
contemporáneas, pero para mí, y espero que para más personas, me reconcilia con
la vida y ha contribuido a hacerme sentir un poco más feliz. Muy adecuada para
una semana que empezó con un rayo de esperanza y acaba con ese rayo un tanto
deslucido y apagado.
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