Esta semana se cumple un año
del inicio del confinamiento. ¡Un año! Parece mentira que hayamos podido vivir
y sobrevivir este año complicado, raro y absurdo que nos ha enmascarado y nos
ha aislado de una manera inhumana. Probablemente cuando se escriba la historia
de este periodo dentro de muchos años, se defina el 2020 como el El año de la pandemia que cambió la
manera de relacionarse de la gente. Pero no solo eso. Sin darnos casi cuenta,
hemos interiorizado una serie de comportamientos, sensaciones e incluso carencias
que dejaran una huella en lo personal y en lo colectivo. Pero hoy y aquí no
quiero dedicarle más espacio al “Año 1 de la Era de Bicho” a las puertas del “Año
2 de la Era del Bicho”. Quiero, en cambio, hablar de dos estrenos y una serie
que tienen a los niños y las niñas como protagonistas.
Minari, Historia de mi familia
Estamos en los años 80. El
niño de esta película se llama David, tiene 7 años, vive en una gran caravana
aparcada en un campo de cultivo de Arkansas con su familia, inmigrantes
coreanos. El director
norteamericano de origen coreano ha esperado a realizar su cuarto largometraje
para atreverse a contar y no contar su propia historia. Hay mucho de
autobiográfico en Minari, pero
también hay mucho de recuerdo de un paisaje, un lugar, unas gentes con las que
convivió directamente. Y hay un personaje magnífico: la abuela coreana que
llega a la caravana con su libertad y su irreverente manera de comportarse, y de
hablar. La abuela trae de Corea semillas de minari, una planta comestible
parecida al perejil o a los berros, muy resistente, fácil de adaptar en
terrenos difíciles, de crecimiento rápido y con la peculiaridad de que la
segunda cosecha suele ser mucho mejor que la primera. Es una gran metáfora para
esta historia. Igual que el minari de la abuela crece y se adapta en los
márgenes de un riachuelo, la familia de David/Chung creció y se adaptó a la
nueva tierra de Arkansas. Pero lo que más me gusta de este film es su sencillez
en la manera de plantear los conflictos, que los hay, las dificultades, que las
sufren, y las alegrías, que las tienen, con una serenidad y una sutiliza en la
que el humor juega un importante papel y la nostalgia nunca cae en la
sensiblería. Recordar es importante y hacerlo sin miedo y sobre todo sin
mistificaciones, es un ejercicio necesario. Minari es memoria del pasado pensada
para enlazar con el futuro que representa la tercera generación de minaris en
Estados Unidos, personas completamente integradas que, sin embargo, no olvidan
sus raíces. Es muy bonita.
Una niña
El niño/niña de este documental es otra cosa. Copio
el resumen de la sinopsis que facilita la distribuidora: “Sasha, de 7 años, siempre ha sabido que es una niña, aunque
naciera atrapada en un cuerpo de niño. A medida que la sociedad fracasa, al no
tratarla como a las demás niñas de su edad, sea en su vida diaria en la
escuela, en clases de ballet o en fiestas de cumpleaños, su comprensiva y
empática familia lidera una batalla constante frente a la violenta rigidez de
los prejuicios sociales, para hacer que su diferencia sea entendida y aceptada
por todo el mundo.”. Está claro. El tema es un niño/niña trans y su lucha por
ser aceptado desde que es muy pequeño/a. Si esta película fuera una ficción, me
parecería estupendo poner en primer plano la dificultad de integración, los
prejuicios de la sociedad, los estereotipos de los roles y la lucha de la
familia porque se acepte a Sasha como es y no como se supone que debería ser.
Pero es un documental. A ver. Todo lo que tiene de reivindicación y de
reconocimiento y aceptación de una realidad que existe, me parece muy bien.
Entiendo a esa madre y a esa hermana y a ese padre y a ese hermano. Entiendo a
Sasha, incluso la quiero y quiero que la dejen ser lo que quiera ser. Mi duda y
mi incomodidad nace de la sensación de “peeping tom” que me produce ver a esta
niña REAL, pasando por el calvario de las entrevistas con la psicóloga,
permanentemente observada por una cámara que la sigue en todos sus movimientos:
en las clases de ballet, en los juegos, con sus hermanos, con sus padres. Que
hace falta un documento como éste, si, pero me pregunto si tenían/tenemos derecho
a someter a esa niña de 7años al escrutinio constante. Sasha es una niña que
quiere ser feliz, pero cuando de vez en cuando se le escapa la mirada a la
cámara, tengo la impresión que me está preguntando “¿Qué haces ahí, mirándome?”.
Una niña es necesaria colectiva y
socialmente; pero no estoy tan segura que sea buena para Sasha. Me gustaría que
dentro de diez años, cuando sea una adolescente de 17, se hiciera un nuevo
documental con ella para ver si participar en este experimento le hizo bien, la
ayudó, como la afectó. No sé si lo harán, pero creo que estaría bien dejarle a
ella que nos lo contara.
EL RINCÓN DE LAS SERIES
La infamia
Las niñas en La infamia, serie de tres capítulos que se puede ver en Filmin, son
un poco mayores que David y Sasha. Tienen 13 y 14 años. Viven en Rochdale,
cerca de Manchester, un barrio de clase media baja en el que hay una gran
colonia de pakistanís. Aunque se acaba de estrenar, la serie está realizada
hace cuatro años, en el 2017, y cuenta un caso real, copio de las informaciones
de la serie, “que conmocionó a la opinión pública británica: los abusos sexuales que entre 2008 y 2012
sufrieron 47 adolescentes blancas de clase baja a manos de adultos de origen
paquistaní. La gravedad del asunto no se reduce a los hechos probados,
sino que permea hasta enmohecer las capas últimas del sistema: la trabajadora
de los servicios municipales de salud sexual, Sara Rowbotham denunció la
existencia de más de 180 casos de abuso a menores desde 2003 hasta 2014,
denuncias que fueron constantemente desoídas por la policía”. Este escándalo
fue desvelado por Andrew Norfolk, jefe de investigación de The Times, que en el año 2011 publicó un reportaje denunciado una
red de pederastas dominada por hombres británicos de origen pakistaní. Norfolk
y la guionista Nicole Taylor, sabían que tanto el reportaje del periódico, como
la serie, iban a ser utilizados por los partidos de ultraderecha nacionalistas
y xenófobos y atacados por una parte de la izquierda buenista que los acusaría
de racistas o islamófobos. Pero eso no les impidió escribir la serie que en
Gran Bretaña se llamó Three Girls y
ahora se estrena como La infamia, un
titulo sin ninguna duda mucho más adecuado. Justamente hoy, jueves, 11 de marzo
en el que se cumplen 17 años del terrible atentado de Atocha, he leído una
entrevista con Alejo Schapire, un periodista argentino afincado en Francia que
publica el libro La traición progresista.
Schapire se considera un hombre de izquierdas traicionado por las izquierdas
institucionalizadas que se han erigido en nuevas generadoras de dogmas. Y entre
esos dogmas está el del buenismo condescendiente hacia el Islam: “La izquierda ve al islam político como
un sistema de autodefensa cultural e ideológica frente a la agresión del
imperialismo. Entiende, en nombre del relativismo cultural, que ellos expresan
de una manera un poco torpe esta denuncia de la opresión del colonizador… Los
partidos que presuntamente llevan la bandera de la emancipación, a través del
relativismo cultural, empiezan a justificar formas de oscurantismo y a apoyar
un símbolo de opresión machista clarísimo, como el velo.” Son dos de sus
respuestas en la entrevista de Juan Soto en El
Confidencial del 11 de marzo del 2021 que me han parecido absolutamente
pertinentes para entender las reacciones al artículo de Norfolk y a la serie La Infamia. Incluso para entender porque
la policía se negó a creer a esas niñas, blancas y pobres que denunciaban a
hombres adultos pakistanís. Por un lado la extendida tendencia a no darle
credibilidad a este tipo de niñas; por otro lado el miedo, “cuidado que son
pakistanís, no sea que digan que somos racistas”. Racismo que los acusados en
el juicio pretendieron utilizar en su imposible defensa. La infamia, junto con Creedme,
la serie de Netflix de la que hablé el 11 de enero del 2020 y The Honour, en Filmin, que comenté el 16
de enero del 2021, forma una trilogía indispensable. Basadas las tres en hechos
reales, escándalos y juicios teñidos del desprecio a las víctimas y el miedo a
los verdugos, son productos que van más allá de la simple ficción y se
convierten en herramientas de combate necesarias.
La traición progresista, Alejo Schapire, Península, 2021.
El regalo de esta semana es una rama de flores
de granado. Dedicado a los niños y las niñas.
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