Curiosa coincidencia la de
encontrase en la cartelera con dos películas con títulos de astros: Hijos del sol, Todas las lunas. Las dos
películas me gustan, no son obras maestras, pero las dos valen la pena, aunque
por motivos muy diferentes.
HIJOS DEL SOL
El sol que aparece en el
título de esta película iraní hace referencia a una escuela donde estudian y se
acogen niños de la calle en el Teherán de ahora mismo. Está dirigida por Majid
Majidi, uno de los directores de lo que se puede llamar “la primera ola” del
“nuevo cine iraní” que empezó en 1987 con una película de Abbas Kiarostami, ¿Dónde está la casa de mi amigo?.
Kiarostami puso en el mapa del cine mundial una cinematografía que hasta
entonces había permanecido casi oculta, al menos desde 1979, cuando la caída
del Sha provocó el nacimiento de La República Islámica de Irán, un régimen
teocrático, fundamentalista y terriblemente represor de todas las libertades,
incluida la de divertirse o la cultural (se retiraron de todos los museos los cuadros
que representaban la figura humana, prohibida por el profeta; se restringió la
entrada a Persépolis, cuna de la cultura persa, considerada infiel y pagana por
su relajación moral; se instauró el velo para las mujeres; se obligó a comenzar
todas las películas con la frase “en el nombre de Dios”…) Todas estas
restricciones y algunas más, siguen vigentes cuarenta años después en un país
aislado que no consigue encajar en su entorno, pero si exportar su
intolerancia. En este contexto de represión política y religiosa, Kiarostami
encontró tres vías para hacer cine sin sufrir la censura del régimen del ayatollah
Jomeini.
La primera de todas, fue
acogerse a los programas de protección infantil donde el cine no se consideraba
“ofensivo”. Esa fue una de las razones que explican porque en sus primeras
películas, y las de otros cineastas como Majidi, los niños tuvieran un
protagonismo absoluto. De hecho, la película que sirvió a Majidi como
presentación internacional en 1997, Niños
del paraíso, era la historia de dos hermanos pequeños y la que se estrena
ahora, está protagonizada por cuatro niños de doce años.
El segundo gran acierto de
Kiarostami para sortear la censura, fue contar historias que nunca pasaban
dentro de las casas. La acción sucede casi siempre en los exteriores. De esta
forma, se evitaba la censura impuesta por el Ministerio de Orientación Islámica
que vigilaba atentamente la representación en el cine de las relaciones
hombre-mujer y sobre todo el estricto cumplimiento de las reglas obligadas en
cuanto a vestuario femenino. El hecho de que las normas del buen comportamiento
islámico se respeten a rajatabla en la calle, pero se rompan en los interiores,
les forzaba a evitar la entrada en las casas para no caer en el ridículo de
mostrar a las mujeres tapadas en su hogar y sin tocar a sus maridos. En el caso
de Hijos del sol, este problema se
evita de forma muy inteligente: no hay mujeres y ni siquiera hay casas. La
madre de Ali está en un hospital donde todas las enfermas y las enfermeras van
con velo. Y el otro personaje femenino, una niña, solo la vemos en la calle y
el metro donde las mujeres, separadas de los hombres, van todas veladas.
El tercer acierto del cine
iraní que comenzó con Kiarostami, tiene una connotación de protesta muy velada.
En muchas de las películas de estos cineastas, los personajes siempre buscan
algo: un director de cine
buscando a sus actores; un hombre buscando a una mujer; una niña buscando un
billete en la calle; una niña buscando su casa; un niño buscando sus
parientes;... un niño buscando un tesoro en el film de Majidi que ahora se
estrena. Este hecho tiene sus raíces más profundas en la cultura de Persia, es
decir en el sufismo, una filosofía más que una religión, basada en la búsqueda
de la verdad, en la puesta en duda constante de las cosas, en la investigación
continúa y en la belleza. El sufismo ha sido y es un movimiento mal visto en
Irán por unas autoridades político religiosas estrictamente dogmáticas que no
aceptan la posibilidad de la duda. Por eso, la aparente banalidad de buscar
algo o alguien se convierte en una sutil forma de resistencia hacia un poder
ideológico dominante.
Majidi, como Kiarostami hasta su muerte, y al
contrario que Makhmalbaf o Asghar Farhadi, nunca ha querido dejar Irán y sigue
construyendo su filmografía paso a paso, sorteando todos los obstáculos censores
como puede, siendo fiel a si mismo. En este sentido Hijos del sol es quizás su mejor trabajo. La búsqueda del tesoro
escondido, (si quisiéramos buscarle un sentido oculto, ese tesoro podría ser la
libertad que no tienen en su país) le da pie a mostrar las contradicciones de
la sociedad de ahora mismo entre una modernidad impostada (el centro comercial
donde los niños buscan tesoros en Internet) y la miseria de una sociedad que no
sabe qué hacer con sus niños si no es adoctrinarlos religiosamente. Estos Hijos del sol de Majidi nos recuerdan
que el neorrealismo sigue siendo una manera útil de contar la realidad.
Todas las lunas es la segunda película de Igor Legarreta, un
director vasco de la nueva generación. En el cine vasco más actual hay una
triple corriente narrativa que con ligeras variantes se va repitiendo. Por un
lado, el retrato de la actualidad que representa muy bien Loreak, de Jon Garaño y José Mari Goenaga; por otro, el intento de
cerrar heridas del pasado reciente que encontramos en la serie Patria de Aitor Gabilondo; y una tercera
vía que ahonda en el pasado lejano, en el folklore y las viejas tradiciones rurales
de Euskadi, con títulos como Errementari,
de Paul Urkijo o estas lunas de Legarreta. Lo más curioso, en concreto de estas
dos, es que ambas parten de las guerras carlistas del XIX (tan vigentes aún en
nuestros días donde el carlismo más reaccionario sigue campando tanto en
Euskadi como en Catalunya), pero trascienden el momento histórico para
sumergirse en lo fantástico. Todas las
lunas es un cuento de vampiros que empieza en 1876 y acaba en 1936. Su
protagonista es una niña convertida en inmortal a pesar de ella misma,
condenada a no crecer nunca y a ver como las gentes que quiere mueren a su
lado. Es un relato fantástico y triste, de soledad y silencio, con un fondo de
añoranza de una madre y un encuentro salvador de un padre. Es muy bonita, los
paisajes son perfectos y los actores muy bien escogidos, especialmente Haizea
Carneros, la niña sin nombre que acaba siendo Amaia.
GHOSTS
Hay un tercer estreno interesante esta semana. Se trata de Ghosts/Fantasmas, el debut como directora de una joven turca llamada Azra Deniz Okyay. Pasa en Estambul, a lo largo de un día entero en el que un corte de electricidad deja a la ciudad paralizada durante el día y a merced del peligro durante la noche Este apagón urbano es una buena metáfora del apagón cultural que está sufriendo Turquía con el giro fundamentalista y represivo de su presidente Erdogan y que films como éste quieren denunciar. Los fantasmas del título son cuatro personajes, tres mujeres y un hombre, que entrecruzan sus vidas durante este día sin luz en el que una adolescente aspirante a bailarina pierde su empleo, una madre cuyo hijo está en prisión, busca dinero para ayudarlo, una activista del feminismo monta un espectáculo y un hombre que explota a sirios y a turcos, prepara un negocio de drogas. Con este argumento, Ghosts parece un film de corte político kenloachiano. Pero la gracia de la directora es contar las cuatro historias de forma fragmentada, componiendo una especie de rompecabezas de vidas cruzadas que poco a poco se va armando sobre las calles del centro de un Estambul en transformación, abandonado, marginal, una ciudad que no suele aparecer en las guías turísticas. Radical en su apuesta narrativa, con un uso de la música muy interesante, el film de Azra Deniz Okyay no tiene miedo a la confusión o a dejarse llevar por el deseo de ver a una de las protagonistas en un largo baile por las calles de la ciudad. Los fantasmas de Estambul exigen, quizás, una cierta aceptación y colaboración del espectador, pero si se conecta con ellos, el resultado es muy estimulante.
El regalo de esta semana es un cuadro abstracto con
fantasmas, lunas y dos pequeños soles.
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