En estos días en los que están
pasando tantas cosas, unas buenas (parece que la pandemia mejora de verdad),
otras malas (todo lo sucedido en Ceuta), y algunas directamente olvidables por
inviables (¿habrá un gobierno de verdad en Catalunya?) me he planteado un menú
cinematográfico muy variado. Hay un primer plato delicado y sutil, con una
enorme emoción, protagonizado por una vaca; un segundo plato, que se lee de un
tirón en un libro evocador y sugerente y un postre en forma de serie africana
de chocolate y muchas guindas.
Primer
plato: First Cow, de Kelly Reichardt
First
Cow
es un western. Es también una historia de amistad, entre dos hombres que se
ayudan uno a otro y entre un hombre y una vaca. First Cow, La Primera Vaca, es la nueva película de Kelly Reichardt
una de las directoras americanas más interesantes del siglo XXI. Todo empieza
con un prólogo ahora mismo: una chica que pasea por el campo con su perro descubre
unos esqueletos enterrados, huella de un pasado lejano, el que Reichardt
evocará en una historia ambientada en el Oregón de 1820, donde Cookie, un
cocinero ingenuo y King-lu, un chino inteligente, construirán una historia de
amistad y de colaboración entorno a una vaca, la primera vaca que llega al
territorio, propiedad de un rico granjero del lugar. Entre silencios y miradas,
estos dos seres perdidos encuentran en la vaca una fuente de riqueza. Robar su
leche cada noche hace que Cookie el cocinero, haga unas deliciosas galletas que
King-lu se dedica a vender en el mercado de ese poblado primitivo donde conviven
indios, tramperos y buscadores de oro. Mientras crece la amistad de los dos
hombres, en la que no hay ningún atisbo de sexualidad y si mucho sentimiento,
se va tejiendo una relación de Cookie con el animal al que visita cada noche
para ordeñarlo. Historia de hombres, donde no hay prácticamente ninguna mujer,
la sensibilidad de la directora se hace patente en la absoluta ausencia de
violencia, en la serenidad del paisaje, en la mirada más allá de lo inmediato. Reichardt coloca su
cámara a la altura de los ojos, busca el equilibrio perdido con la naturaleza y
deja un final abierto que conecta la historia de Cookie y King-lu con el
principio de la película. First cow
te deja con una sensación de paz, como cuando contemplas las aguas de un rio
que fluye mansamente. Aunque sepas que más adelante puede haber rápidos que lo
violenten, en ese punto donde tú estás, todo es serenidad. Sus dos horas pasan
sin darte cuenta, pero su recuerdo se queda en la memoria mucho tiempo. Para
acabar no puedo resistirme a copiar una frase de la mejor critica que he leído
del film: “He aquí la historia de dos amigos que, en plena fiebre del oro, en
vez de encontrar pepitas, se esmeran en hacer pastelitos de efectos
proustianos. El cine como refugio y utopía.” (Víctor Esquirol en Otros Cines).
Nota
1:
Un misterio que queda abierto ¿de quién es el tercer esqueleto?
Nota
2:
Justo hoy, sábado 22 de mayo, leo una noticia: Cinco condados de Oregón quieren
separarse de su demócrata estado para unirse al más conservador y republicano
Idaho. Los herederos de Cookie y King-lu dejaron una sociedad progresista; los
del granjero una sociedad reaccionaria.
Gutiérrez Aragón dirigió su
última película en el 2008. Pero un narrador nato como él, no podía dejar de
contar historias. Y así comenzó su carrera como escritor en el 2009 con la
novela La vida después de marzo.
Desde entonces, ha publicado tres novelas más, a las que suma este Rodaje que ya desde su titulo nos remite
a sus dos amores: el cine y la literatura. Cuando empiezas a leer la novela, te
das cuenta de que estás ante un texto inesperado: “¿Qué se necesita para hacer
una película? Se necesitan unos actores, una cámara, dinero y cierto talento.
Lo último no es absolutamente imprescindible.” A partir de aquí, Rodaje nos arrastra por un tiempo y una ciudad
tan lejanos como el Oregón de Kelly, de la mano de un escritor que lo único que
necesita es un personaje, un ordenador y mucho talento. El tiempo es el de
abril de 1963, la ciudad, un Madrid primaveral y oscuro. El personaje, un joven
guionista en busca de un productor en un contexto político teñido de miedo y de
humor negro, de tragedia y de ensueño. Toda la historia sucede los seis días en
los que el mundo se movilizó para impedir la muerte de Julián Grimau, militante
del Partido Comunista fusilado por Franco el 20 de abril de 1963. En esos días,
nuestro guionista se mueve entre las reuniones del partido comunista en casa de
Juan Bardem y el rodaje de El verdugo
de Berlanga en los Estudios CEA, siempre intentado escapar de la policía mientras
vive un amor no correspondido que le sume en la melancolía. La gracia de Rodaje es que todo está contado como un
cuento. Más que de neorrealismo, que podría ser el caldo de estilo de una
historia como ésta, Gutiérrez Aragón inventa una especie de neoirrealismo, fantásticamente
fantasmagórico, especialmente en el capítulo del cine. Si tuviera que definir
este libro diría que es un road city book
por ese Madrid donde el pobre Pelayo carga con su guión inacabado durante
seis días y seis noches, sin poder quedarse nunca en ningún sitio, al mismo
tiempo que vive su particular película de amor con una Laura idealizada y se
sumerge en submundos misteriosos, escondidos tras las fachadas de los cines. No
hay muchas novelas o películas que transcurran en esos años en los que España empezaba a salir
del agujero negro de la alargada posguerra de los cincuenta. Pelayo no es
exactamente el autor, un joven santanderino que llegó a Madrid a mediados de
los años sesenta, pero en cierta manera es él y muchos más, de antes e incluso
de después. Rodaje me hizo recordar
una frase de David Lynch que encontré en el estupendo libro Espacio para soñar. Lynch dice: “Yo creo
que las cosas ocurren como se supone que tienen que ocurrir. Cuando te haces
viejo te acuerdas de cuando te dedicabas a lo tuyo, lo comparas con lo de ahora
y ni siquiera puedes explicarles a los jóvenes como eran entonces las cosas,
porque les importa una mierda. La vida sigue. Un día, los tiempos de ahora
serán sus recuerdos y ellos tampoco podrán contárselo a nadie. La vida es así”.
Sí, la vida es así, pero está bien que alguien comparta la memoria personal y
colectiva, aunque sea tamizada por la irrealidad.
Nota
1:
A punto de cumplirse el centenario de Luis G. Berlanga, se reestrenan algunas
de sus películas. En Flixolé se pueden ver casi todas y también las de Manuel
Gutiérrez Aragón. Disfrútenlas.
Postre:
Queen Sono Netflix
Este es un postre de
chocolate, con guindas, ya lo he dicho al principio. La reina del título es la
protagonista de la primera gran serie africana producida por Netflix. En el marasmo
infinito del catálogo de la plataforma, puede pasar desapercibida. Yo la he
descubierto gracias a una amiga que está
muy al tanto de todo lo que pasa en la cultura africana. La verdad es que Queen Sono me ha interesado mucho, a
pesar de que no es una serie redonda. Resulta muy estimulante ver personajes
tópicos y reconocibles de un género muy codificado, el cine de espías, en un
contexto tan distinto como el de esta serie. La explico muy rápidamente: Queen
Sono es una espía sudafricana de treinta años que trabaja con el invisible
Grupo de Operaciones Especiales de su país, en misiones peligrosas en toda África.
Su base está en Johannesburgo, pero Queen y su pequeño equipo se mueve por todo
el continente. De hecho, esta serie tiene un mensaje sutil y subliminal. África
es una unidad ,aunque haya muchos países: todos son África. Queen es muy
hermosa, decidida, inteligente, pero arrastra un dolor: su madre, una activista
que luchó contra el Apartheid, fue asesinada delante de ella cuando tenía cinco
años. La trama que sostiene la serie y que, lamentablemente ha quedado
inconclusa porque Netflix ha cancelado la segunda temporada, es la búsqueda de
los responsables de la muerte de su madre. Esa es su particular investigación,
la del Grupo de espionaje es la de combatir la corrupción del gobierno
sudafricano, que alcanza las más altas esferas y la de desenmascarar a una inquietante
compañía de seguridad privada rusa con base en Nairobi y una mujer al frente,
la terrible Ekaterina, una especie de mezcla entre el Dr No y Putin, que no
duda en financiar y proporcionar armas a grupos guerrilleros para después
acudir a ofrecer sus servicios a los
gobiernos corruptos para acabar con los atentados de los movimientos
supuestamente de liberación. En realidad nada demasiado nuevo en sus tramas ni
en sus personajes, pero si atractivo en sus espacios y situaciones que nos
demuestran que hay un África viva, rica y diversa de la que no sabemos casi
nada. Ojala Netflix, y otras plataformas tan potentes como ella, sigan
apostando por producir en países de todo el mundo. Queen Sono es la primera que hacen en Sudáfrica. No debería ser la
única.
Nota
1:
Lo que ha sucedido esta semana en Ceuta nos alerta de que África es un polvorín
y nos obliga a pensar en ese continente olvidado y explotado. En realidad hay
tres Áfricas: la sahariana, de la que forman parte Marruecos, Túnez, Libia,
Argelia, Egipto, de origen árabe y religión musulmana; la subsahariana, con
Mauritania, Mali, Níger, Chad, Sudán y Etiopia, de raza negra dominada por el
yihadismo mas feroz e intolerante y de una gran pobreza; y el África negra
propiamente dicha, la que va desde Senegal a Kenia y baja hasta Sudáfrica, una
de las zonas más ricas del planeta, también de las mas explotadas, con múltiples
idiomas y una espiritualidad mas animista que musulmana. La serie Queen Sono reivindica sobre todo esta
África negra en un Panafricanismo histórico y cultural.
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