Por fin se ha estrenado Dune. Digo por fin, porque la estaba
esperando con ganas. Y también con miedo, debo decirlo. El ciclo de novelas de Dune, escrito por Frank Herbert en los
años sesenta, del que conozco tres de los cinco libros, me gustó mucho cuando
lo leí hace mas de 40 años, me siguió gustando cuando lo releí mucho tiempo
después y juraría que me seguiría gustando si lo leyera otra vez ahora. También
soy de las pocas fans y defensoras del Dune
de Lynch, un film ajeno a su universo, pero al que supo dar una atmósfera especial
y sugerente. También el director canadiense Denis Villeneuve se confiesa fan de
la película de Lynch aunque aclara que su versión es más fiel a la novela que
un remake de la película. Lo voy a decir ya. El Dune de Villeneuve es magnífico. El director de un film como La llegada, tan afín y cercano en tantas
cosas a este Dune post lynchiano, y
de la revisión y puesta al día de Blade
Runner en la fría y cibernética Blade
Runner 2049, se ha enfrentado a la saga de Herbert desde una perspectiva
del siglo XXI. ¿Y esto qué quiere decir? Quiere decir que ha conseguido
transformar en una historia absolutamente contemporánea lo que era una aventura
mística sobre el poder de la droga y el control de las materias primas, representados
en la especia, el polvo del desierto que permite los viajes intergalácticos al
mismo tiempo que expande la mente. En este Dune
2021, la especia simboliza esos metales raros y escasos, indispensables para el
funcionamiento de un mundo digital post nuclear; las mujeres, Jessica, la madre
de Paul y Chani, la joven Fremen, son el elemento cohesionador del destino del héroe,
Paul Atreides; la revuelta de los Fremen, los hombres libres de Arrakis, se
puede entender como la lucha por un entorno más justo y equilibrado con la
naturaleza. En lo que coinciden tanto las novelas, como el Dune de Lynch y el Dune de
Villeneuve, es en el valor del agua como el único elemento realmente
indispensable para la vida. El misticismo y la épica de la tragedia de Dune anuncia el nacimiento de una nueva
era (no la del COVID): la era del agua. El fascinante desierto de Arrakis
esconde un tesoro, la especia custodiada por los gusanos de arena que cabalgan
los Fremen. Pero su auténtico valor es el del agua. No hay especia más
importante que esa. Paul Atreides lo sabe, lo saben los Fremen y lo sabemos
todos. Como el Lawrence de Arabia de
David Lean, evocado en más de una entrevista por Villeneuve como una fuente de
inspiración no solo por el poder fascinante de las dunas del desierto de
Jordania donde ambas películas se rodaron, sino por el propio personaje de Paul
Atreides, tan parecido en muchas cosas a Lawrence, este Dune grandioso y operístico, con una banda sonora espectacular, se
tiene que ver en cine, en un cine con una pantalla enorme y con un sonido
potente. Y al salir de verla, hay que pensarla y empezar a contar los días para
que se haga la segunda parte. Yo al menos.
San
Sebastián: Festival y una novela
El viernes empezó el Festival
de San Sebastián, segundo de la era del COVID. Este año voy a ir, tengo ganas
de recuperar la normalidad (relativa) del festival. Contaré cosas en el blog de
la semana que viene.
Pero el Festival también ha
estado presente esta semana de otra manera. El CINE así con mayúsculas, es una
fuente inagotable de historias, un abanico de posibilidades que se abren a
otras artes, otros lenguajes, la pintura, el teatro, la literatura, una novela.
Y es una novela la que me conecta con el festival, una novela de cine (y más
cosas). Se llama Els tres cognoms de
Lucía Van Haart (Los tres apellidos de Lucía Van Haart), de Quim Aranda. De
momento solo se ha publicado en catalán, pero espero que pronto salga en
castellano. Els tres cognoms… es una
novela de cine, o de cines, mejor dicho. Hay una sala de cine, el desaparecido
Cine Estudio Spring del Paseo de la Bonanova de Barcelona; hay un festival de
cine, el de San Sebastián en los glamurosos años de 1958 y 1959; hay un
director de cine, Alfred Hitchcock; hay una película, Con la muerte en los talones; hay una estrella de cine Eva Marie
Saint. Y hay un Macguffin estupendo, una doble historia de amor romántica,
trágica de aires casablanescos, la del protagonista Martín Genovés por la Lucia
de los tres apellidos y la otra, la que Martín investiga a lo largo de la
novela. ¿Cómo se come todo esto? Con imaginación. Situando la historia en el
escenario de una Barcelona desaparecida y casi olvidada, la preolímpica de los
años 70/80 y la pos olímpica de 1999, en el decorado privilegiado el de las viejas
redacciones de los periódicos anteriores a la era del Google, donde los
archivos de documentación eran cuevas de tesoros escondidos, cuando se hacía un
periodismo de investigación en la calle, y con un malvado al que me gusta
imaginar con la figura de Orson Welles. Todo esto funciona en una historia
escrita en varias lenguas y en varios lenguajes, con un misterio, ¿quién era
ese desconocido que aparece junto a Eva Marie Saint? y un suspense ¿qué pasó
realmente? Una novela de cine que es, también, Una historia de Barcelona.
El regalo de esta semana es un
paisaje con desierto habitado por una Fremen muy especial
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