“El cine de autor es el cine en
el cual el director tiene un papel
preponderante, dando una visión exclusivamente suya a un guion propio o ajeno; realiza su obra al
margen de las presiones y limitaciones que implica el cine de los grandes
estudios comerciales, lo cual le permite una mayor libertad a la hora de
plasmar sus sentimientos e inquietudes en la película. En el cine de autor, el
autor es normalmente identificable o reconocible por algunos rasgos típicos en
su obra.” (Wikipedia)
Me van a perdonar que empiece
esta entrada con una cita de la Wikipedia (respeto mucho esta web que utilizo
bastante, aunque siempre manteniendo una cierta distancia crítica). Pero en
este caso, no puedo estar más de acuerdo con su definición de “cine de autor”. Y
no cabe duda que los dos estrenos más importantes de esta semana son CINE DE
AUTOR, con mayúsculas.
El ventre del mar de Agustí Villaronga
La última película de Agustí
Villaronga es, quizás, las más personal y la más arriesgada y transgresora de
toda su compleja filmografía. Se trata de una adaptación de un texto de otro,
concretamente un capítulo de la obra Océano
mar del escritor italiano Alessandro Baricco, en la que el director/guionista deja muy clara
“una visión
exclusivamente suya”. Villaronga
encuentra en Baricco un eco de sus propias ideas y obsesiones: el mar, un mundo
encerrado en sí mismo, crueldad y belleza junto a un lirismo fantástico, en una
historia que se inspira en una terrible tragedia: el hundimiento de una fragata
de la marina francesa frente a las costas de Senegal en junio de 1816. La falta
de botes salvavidas, obligó a abandonar a su suerte 147 personas, soldados,
marineros, pasajero, en una balsa en medio del mar. Esta catástrofe quedó
inmortalizada para siempre en el famoso cuadro romántico La balsa de la Medusa de Théodore Géricault. Si el pintor dio su propia
visión de ese naufragio y Baricco lo noveló a su manera, Villaronga transforma
esta tragedia en el mar en una obra donde están claros los ecos de las modernas
tragedias en el mar de nuestros días, las pateras abandonadas en un
Mediterráneo muy poco acogedor. El ventre
del mar, es una película realizada “al margen de las presiones y
limitaciones”. Durante el confinamiento de la primavera del 2020, Villaronga
estaba en su Mallorca natal y desde su casa veía el mar. Eso y el placer de
reencontrarse con la literatura de Baricco, le llevó a escribir un guión
imposible de hacer en los marcos industriales convencionales. Con un
presupuesto mínimo, y el apoyo de productores que apostaron por el proyecto,
Villaronga rodó El ventre del mar
durante tres semanas del mes de agosto en una fábrica abandonada de Felanitx,
en Mallorca, donde se construyó un decorado abstracto que reproducía el
naufragio de la Balsa de la Medusa. Josep María Civit y Blai Tomás se hicieron
cargo de la fotografía en un precioso blanco y negro, con algunos recursos a degradados
de colores. Pero el peso de la película recae en los actores que interpretan
los dos personajes principales, únicos supervivientes del naufragio,
enfrentados en un juicio donde se intenta averiguar qué es lo que pasó
realmente. Roger Casamajor, un actor asociado al cine de Villaronga con el que
debutó en el año 2000 en El mar, es
el Dr Savigny; Óscar Kapoya, en su primera incursión en el cine, es el marinero Thomas
enamorado de Thérese, la actriz mallorquina Mamidu Diallo, la única mujer a bordo
de esa balsa de la muerte. La tercera premisa del cine de autor, la “libertad
a la hora de plasmar sus sentimientos e inquietudes” queda clara en el
tratamiento teatral y poco realista, en la crueldad abstracta de sus
comportamientos, pero sobre todo en la capacidad de Villaronga para extrapolar
este cuadro en imágenes a una realidad desgraciadamente demasiado cotidiana en
nuestro mundo, donde hombres y mujeres desesperados se lanzan al mar y sus
peligros sin importarles perder una vida que ya no vale nada para ellos. Villaronga
lo expresa muy bien: “La película empieza como si fuera de época, pero hay un momento en
el que ya no sabes muy bien en qué tiempo estás por el vestuario. No quería
dejarlo como algo que ocurrió hace doscientos años, sino que sigue pasando.
Políticamente es algo muy complicado, no creo que con una película ayude mucho.
Baricco va más allá del puro 'Informe semanal' y habla del conflicto humano.”
Un conflicto que desgraciadamente no solo tiene el mar por escenario. Esta
semana, sin ir más lejos, el frío, el hambre, la desesperación de El ventre del mar la hemos podido ver en
la frontera de Bielorusia con Polonia donde miles de refugiados han sido
expulsados a una tierra de nadie tan inhóspita como el mar, por la maldad de
unos tiranos que los usan como escudos humanos sin tener en cuenta sus
sentimientos ni sus vidas. El ventre del
mar es hermosa en su experimentación, pero sobre todo es importante en su
actualidad.
(producida entre otros por Filmin, la película
se podrá ver muy pronto en la plataforma)
El rey de todo el mundo, de Carlos Saura
La segunda película de “autor” de esta semana
es El Rey de todo el mundo, ultimo
experimento musical/narrativo de Carlos Saura. Saura tiene 90 gloriosos y
espléndidamente creativos años. Lleva 60 años haciendo cine y tiene intención
de seguir (de hecho tiene dos proyectos en cartera). Desde hace 40 años (da
vértigo escribir estas cifras) el director aragonés ha demostrado una
particular inclinación hacia el cine musical. Alternando con otros films más o
menos narrativos, Saura ha emprendido una revisión musical desde el flamenco de
Sevillanas, a la jota aragonesa,
pasando por el tango, el fado o la opera, siempre “dando
una visión exclusivamente suya”. Creador de imágenes de una belleza increíble,
a la que no es ajena su colaboración con Vittorio Storaro, Saura ha decidido
ahora poner su mirada sobre la música
popular mexicana: corridos, huapangos, danzones, rancheras. El resultado es una
película/espectáculo. No un espectáculo como eran Sevillanas o Jota, El rey de
todo el mundo es una película que cuenta una historia, mejor dicho dos historias.
La que se recrea en el propio musical, una especie de Romeo y Julieta o de West Side Story contado como La calle 42, es decir a partir de los
ensayos de los bailarines antes del estreno; y la que envuelve a su
protagonista principal, una excelente bailarina mexicana, Greta Elizondo, en
una Guadalajara convulsa por la presencia de las mafias del narcotráfico. Una y
otra historia se complementan y se potencian, y aun siendo ambas muy
convencionales y previsibles, la suma de las dos produce un resultado
inesperado. Una vez más, y gracias a su larga carrera y prestigio Saura “realiza
su obra al margen de las presiones y limitaciones”, disfrutando con los bailes,
las coreografías, las canciones y haciendo disfrutar a los espectadores, o al
menos a mí que me sentí transportada a mi infancia, cuando yo misma cantaba La Adelita o bailaba un jarabe tapatío.
Saura no se duerme en los laureles de una fama más que merecida, y sigue
indagando en el lenguaje del cine, del teatro, de la música donde encuentra
“una mayor libertad a la hora de plasmar sus sentimientos e inquietudes”. Quizás
no soy objetiva a la hora de elogiar este estupendo trabajo, tengo que reconocer
que me pasé parte de la proyección tarareando las canciones y buscando en esa
Guadalajara los ecos de los dos viajes que hice a su Festival. La experiencia
personal de cada espectador se pone en juego en cada película que ves. Es
inevitable. Por eso reconozco que yo disfruté mucho de El Rey del todo el mundo. Ojala disfruten también todos los espectadores.
El regalo de esta semana está dedicado especialmente a Agustí Villaronga.
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