Las plataformas han llegado
para cambiar nuestros hábitos de ver cine. Nunca antes se había consumido
tantas películas y series como ahora. Por el precio de una entrada, tienes un
mes entero de una oferta inabarcable, infinita. Esto es una ventaja sin duda.
Al alcance de la mano se abre un abanico de posibilidades sin moverte del
sillón. Las salas de cine tradicionales sufren y aun sufrirán más si no
consiguen dar un salto cualitativo respecto a lo que ofrecen las plataformas.
Igual que el Cinemascope surgió para combatir la televisión, ahora los cines de
estreno tendrán que refundarse para ofrecer algo distinto y único a unos
espectadores que (la pandemia y el confinamiento han ayudado) se han
acostumbrado a ver las películas en la comodidad de su casa. Estoy segura que
los cines sabrán repensarse en su funcionamiento, algunos desaparecerán, otros
encontrarán la manera de que el Cine, con mayúscula, sea algo único. Incluso las plataformas saben
que una película en un Cine Bueno es algo que vale la pena no perder de vista.
Por eso algunas, Netflix, Filmin, Amazon, estrenan sus películas en cines unas
semanas antes de que lleguen a la más democrática y universal pantalla casera.
Es el caso del estreno más importante, siempre desde mi personal punto de
vista, de esta semana: El poder del perro,
de Jane Campion, que estará disponible en Netflix a partir del 1 de diciembre.
(normalmente no uso cuadros de
otros, rompí la norma la semana pasada con La
balsa de la Medusa, y hoy la vuelvo a romper con El perro semihundido de Goya, la mejor ilustración que se me ocurre
para esta interesante película)
El poder del perro, Jane Campion
El
poder del perro es un western. Pero no un western como los de
siempre, ni siquiera un western crepuscular al estilo de Clint Eastwood. El poder del perro es un western rodado
en paisajes de Nueva Zelanda que pasan por ser la Montana de los años 20 del
siglo pasado. Esa es la primera diferencia con los westerns clásicos: El poder del perro no sucede en el siglo
XIX de la Conquista del Oeste, pasa en 1924, después de la Primera Guerra
Mundial. Hay vaqueros y ricos hacendados como en los títulos más clásicos. Pero
en lugar de un saloon con chicas, hay un cine con pianista. Tampoco hay indios,
solo algunos pocos supervivientes que malviven en los márgenes, los caballos
conviven con los coches y hay prejuicios y odios como siempre. Pero eso no
impide que sea un western. El poder del
perro está basado en un libro de Thomas Savage, quizás el escritor, junto
con Annie Proulx, la autora de Brokeback
Mountain que firma el prefacio de la edición española del libro de Savage,
que mejor ha retratado ese mundo del oeste nostálgico y desubicado en un siglo
dominado por el progreso y las máquinas. El
poder del perro es la historia de un hombre, Phil, incapaz de adaptarse a
su época, anclado en la tradición y sumergido en sus tormentos personales y de
otro hombre, Pete, que llega a la vida de Phil para cuestionar todos sus
valores y contradicciones. El casi adolescente Pete, con su comportamiento
femenino y su sensibilidad a flor de piel frente a la rudeza y crueldad de
Phil, es sin embargo, mucho más peligroso en su turbio sentido de la moralidad.
El resumen de la película no deja ver el auténtico tema de la historia: “Montana, 1924. Phil y George son hermanos y socios, copropietarios del rancho
más grande del valle. Cabalgan juntos, transportando miles de cabezas de
ganado, y siguen durmiendo en la habitación que habían tenido de niños, en las
mismas camas de bronce. Phil es alto y anguloso, George rechoncho e
imperturbable. Phil es muy inteligente y podía haber sido cualquier cosa que se
propusiera, George es tranquilo y no tiene aficiones. A Phil le gusta provocar,
George carece de sentido del humor, pero tiene ganas de amar y de ser amado.
Cuando George se casa con Rose, una joven viuda de porte orgulloso y sonrisa
rápida, y la trae a vivir a la hacienda junto con su hijo Pete, Phil comienza
una campaña implacable para destruirlos a los dos. Pero los más débiles no
siempre son quienes uno cree.” En esta última frase está encerrado el fondo de
este film de una belleza sublime en sus paisajes. Porque los más débiles no son
los que nos creemos, ni en la película ni en la vida. Campion adapta el libro
con total libertad, siendo muy fiel al tono, el aroma, el sentido, pero
poniendo el acento en la morbosa relación de poder y seducción entre Phil y
Pete más que en el cruel comportamiento de Phil respecto a Rose y su hermano
George. La directora neozelandesa que vuelve al cine después de 12 años, saca
todo el partido del paisaje y de los actores, Benedict Cumberbatch es un Phil
despreciable en su coraza de debilidad y Kodi Smit-McPhee, llena de
ambigüedad moral y peligro latente a su aparentemente desamparado Pete. Con ser
los dos excelentes propuestas de casting, tengo que reconocer que mientras leía
el libro, antes de ver la película, los rostros y cuerpos que yo ponía a Phil y
Pete eran los de Sam Shepard y el Anthony Perkins de La gran prueba, un western extraño y olvidado de William Wyler que
este poder del perro me ha traído a la memoria.
EL RINCÓN DE LAS
SERIES
La asistenta Netflix, diez
episodios de 55 minutos
Es una lástima que esta serie haya pasado un tanto desapercibida en el marasmo de la oferta diaria de la plataforma. Vale la pena recuperarla no solo por lo que cuenta, “las vicisitudes de Alex, una madre soltera que recurre a limpiar casas para tratar de llegar a fin de mes mientras huye de una relación abusiva y lucha por salir de la indigencia para darle a su hija Maddy una vida mejor”, sino por todo lo que no se ve pero está ahí, muy presente. Me explico. La asistenta está basada en la autobiografía de una mujer que se llama Stephanie Land. Land vivió una experiencia tóxica con su pareja y se ganó la vida limpiando casas para sacar adelante a su hija mientras escribía en cuadernos su experiencia con sus clientes y con su entorno. Margaret Qualley, interpreta a Alex con una solvencia y ambigüedad asombrosa. Solvencia para dar credibilidad a un personaje demasiado lleno de aristas y ambigüedad porque a veces cuesta sentir empatía con ella y su orgulloso y demasiado responsable comportamiento. Pero lo que no se ve y se nota es que Margaret Qualley es la hija de Andie MacDowell que en la serie interpreta a su madre, la inestable Paula, incapaz de darle a su hija Alex lo que necesita. El hecho de saber que son madre e hija en la realidad cubre esta relación de una capa de dudas de hasta qué punto es solo una ficción lo que estamos viendo. Alex se erige en el centro de control de su vida hacia arriba, haciéndose responsable de su madre y hacia abajo, cuidando y sobre protegiendo a su hija, olvidándose en ese viaje tanto de sí misma, como de la gente que la rodea. Pero sigamos con las cosas que no se ven. Alex acude a los servicios sociales del estado para buscar ayudas que le permitan cubrir sus necesidades. Lo aparente es la denuncia de una burocracia que pone todas las trabas del mundo a la gente más desfavorecida, pero lo que se percibe es que esas ayudas funcionan y sirven: el refugio de mujeres maltratadas funciona; las ayudas a la guardería funcionan; las ayudas a la vivienda funcionan, las becas de estudio funcionan. La basura blanca, de la que Alex es una buena representante, encuentra en los servicios sociales del estado una ayuda para superar sus problemas. Alex es víctima del maltrato psicológico por parte de su compañero Sean, como su madre lo fue de su padre Hank. Lo aparente en esta serie es que los hombres son malos, borrachos y maltratadores, pero en realidad ni Sean, ni Hank, son esos seres despreciables que podíamos imaginar en una película de corte feminista/ progresista. Los hombres que rodean a Alex intentan ayudarla y lo único que le piden es que a su vez los ayude a ellos. Ella ni se deja ayudar ni es capaz de ayudarlos. De ahí esa sensación de falta de empatía con ella sobre todo en su relación con Sean y con Nate el amigo que la encuentra en uno de sus peores momentos. Alex trabaja para una agencia de limpieza a domicilio y es explotada hasta lo soportable por Yolanda, la mujer que organiza el trabajo. Lo aparente es la precariedad y la explotación de los trabajadores sin protección social, pero Yolanda no es una “buena patrona” en ningún sentido, ella misma es la primera explotada y en realidad hace lo posible para darle a Alex un trabajo imprescindible si quiere mantener a su hija. Los dueños de las casas que Alex limpia son ricos, odiosos y despreciables. Lo aparente es que efectivamente Regina la rica abogada dueña de la primera casa que Alex limpia, o la pareja de lesbianas de otra lujosa casa, son las malas de la película, pero lo que vemos es como Regina acaba siendo la mejor amiga de Alex, y las lesbianas son las únicas que le abren sus puertas de par en par. Todas estas contradicciones entre lo aparente y lo que cuenta La asistenta, son las que hacen que sea una serie mucho más interesante de lo que parece solo por su sinopsis. Es cierto que a veces cuesta creerse a Alex, pero es porque ella también es una cosa aparentemente y otra en la realidad de su contexto. Aparentemente fuerte, independiente, inteligente, responsable, Alex es insegura, está llena de dudas y miedos y tiene una enorme falta de confianza en sí misma. Que todo acabe bien no es desvelar ningún spoiler, es simplemente confirmar que la vida es mucho más compleja que los simplistas mensajes de propaganda habituales.
El regalo de esta semana es
uno de los pocos perros que Ramon ha dibujado, a mi me gusta mucho. Incluyo
detalle y cuadro entero.
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