sábado, 12 de marzo de 2022

EL ÁRBOL Y LAS HOJAS

 


 Jane por Charlotte, estreno en salas y en Filmin a partir del 6 de mayo

En el Festival de Berlín de 1988 tuve ocasión de entrevistar a Agnès Varda y a Jane Birkin, Fue una entrevista divertida, desenfadada y alegre como lo era el díptico que presentaban juntas, Jane B por Agnès V y Kung-Fu Master. Agnès Varda decía “En realidad esta es una experiencia de trabajo en común, la idea de una colaboración nueva entre una actriz y una directora. Yo he tomado de Jane todo lo que ella me ha querido dar, usándolo en beneficio de mi propio deseo”. En cuanto al segundo film, un divertimento políticamente incorrecto en el que una mujer de 40 años se enamora de un chico de 15, estaba escrito y protagonizado por Jane Birkin y contaba con la  colaboración de Mathieu Demy, hijo de Agnès y de Charlotte Gainsbourg hija de Jane. Treinta y dos años después, la misma Charlotte, ahora una mujer de cerca de cincuenta años, le propone a su madre Jane Birkin hacer algo muy parecido al retrato de Agnès Varda, de ahí el título claramente referencial de aquel film. Pero lo que allí era ligereza, en este caso es melancolía. Jane Birkin tiene 74 años, sigue siendo una mujer de una belleza andrógina y una voz susurrante y sensual, pero ha perdido algo de esa alegría de vivir que siempre la caracterizó. Madre e hija han tenido una relación conflictiva, extraña más bien. Birkin tuvo tres hijas; la primera, Kate, a los 20 años, hija de John Barry, la segunda, Charlotte, a los 24 años, hija de  Serge Gainsbourg, la tercera, Lou, a los 35 años, hija de Jacques Doillon. Con las tres ha tenido vínculos muy poco convencionales. Cuando Charlotte tenía 19 años, murió Serge Gainsbourg, su padre, pocos días antes de que muriera su abuelo, David, el padre de Jane Birkin. Este fue un momento difícil para las dos. Pero aun fue más difícil asumir y entender la muerte de su hermana Kate, un suicidio nunca bien aclarado, que acabo por separarlas. Era el año 2013. Seis años después, Charlotte, madre de tres hijos, siente la necesidad de acercarse a Jane, de conocerla. Y le propone seguirla en una gira de Tokio a Nueva York grabándola con una cámara y haciéndole fotos. El primer planteamiento del documental, quedó truncado con la pandemia. La gira que debía seguir por otras ciudades, se suspendió. Jane se refugió en su casa de Bretaña y allí fue a verla Charlotte acompañada de su hija pequeña Jo. Sin equipo profesional y sin apoyo de ningún tipo, Charlotte filma a su madre y a su hija, sus conversaciones, sus deseos, sus frustraciones, sus miedos, también sus alegrías y momentos buenos. Y poco a poco se va tejiendo entre las dos una especie de hilo envolvente de sus pensamientos. Ambas se abren y se exponen, ambas se entregan. Como en el film de Varda, Charlotte toma de Jane todo lo que ella le quiere dar y a su vez le regala a Jane su comprensión, su amor finalmente asumido. Creo que Jane por Charlotte debería servir de ejemplo para muchas madres e hijas. Pasar unos días juntas, hablar, pasear, contarse cosas. Vale la pena intentarlo, aunque no se convierta en una película.

De alguna manera debo justificar el titulo de esta entrada y una de ellas es ver a Jane Birkin como un árbol poderoso con tres hojas de distinto verde, sus tres hijas. Una de ellas, Kate, ha caído, las otras dos siguen firmemente aferradas a sus ramas.

Pero en realidad el título nace de un libro


 El árbol del Señor Shaun/L'Arbre del Senyor Shaun, de Mireia Vidal

Mireia es mi hermana. Es guionista, pero sobre todo, es escritora de cuentos para niños. Mejor dicho, de álbumes ilustrados para niños, adolescentes, adultos y gente mayor. Este nuevo trabajo está ilustrado con unos preciosos y delicados dibujos de Neus Caamaño. El protagonista es el Señor Shaun, un hombre mayor con un bonito árbol en el centro de su jardín. Al Señor Shaun le gusta mucho su árbol, pero le gusta muy poco recoger las hojas que caen sin parar al suelo. Un día, cansado de recogerlas, decide cortar el árbol. Al principio siente liberación, pero poco a poco va perdiendo luz y alegría. El día que descubre una tierna plantita en el lugar donde estaba el árbol, la vida vuelve a tener sentido para él. Esta historia tan bonita, tiene muchas lecturas que cada uno puede hacer según su estado de ánimo y sus sentimientos. Pero lo que más me ha interesado es la que yo me he hecho al leer la historia del Señor Shaun estos días de barbarie y de violencia. De pronto me he dado cuenta de lo poco que valoramos nuestro árbol y lo mucho que nos quejamos de las hojas que caen sin parar, sin darnos cuenta de lo valioso que es lo que tenemos y lo mucho que vale la pena esforzarse para conservarlo. En estos momentos en los que el Señor Oscuro de las Tierras de Mordor nos amenaza con sus huestes de orcos/mercenarios y su fuego destructor, tenemos que ser más conscientes que nunca de nuestro árbol/libertad y cuidarlo aunque sus hojas a veces nos parezcan molestas. ¡Gracias Mireia!

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Rusofilias

Y en este contexto mundial, me atrevo a decir que entre las hojas que quiero recoger y el árbol que quiero cuidar hay muchos autores, escritores, cineastas rusos que respeto y admiro. Detesto a Putin. Detesto todo lo que significa. Detesto ese tipo de rusos serviles que buscan y necesitan un amo que les mande y les diga lo que tienen que hacer: llámese Iván el Terrible, Iosef Stalin, Vladimir Putin. Detesto lo que está haciendo en Ucrania y lo que ha hecho y sigue haciendo en su país. Detesto lo que lleva años intentando hacer en Europa desestabilizando las democracias, combatiendo la Unión Europea con su apoyo a todos los movimientos que crean descontento. Brexit, Procés en Cataluya, Chalecos Amarillos en Francia. Le detesto. Pero eso no significa que deteste a Rusia y a los rusos. No a todos, al menos. Me parece importante separar lo que Putin hace de la gente de Rusia y sobre todo de lo que los rusos han aportado a la historia y la cultura del mundo. Me gustan Dostoievski y Tolstoi, con ellos he aprendido a comprender el alma atormentada de los rusos; me gustan Chejov y Turghénev, con ellos he conocido el alma sensible de los rusos; me gustan Grossman y Bulgákov, los dos demostraron el poder de la resistencia ante la tiranía; me gustan Tchaikosky y Stravinski, con ellos he disfrutado del romanticismo y el vanguardismo; me gustan Tarkovski por su trascendencia y Sokúrov por su inteligencia y Klimov o Larisa Shepitko por saber moverse en la sombra del poder para hacer una obra personal. Sí, hay muchas cosas que me gustan de Rusia y por eso creo que hay que ser muy cuidadoso para no caer en la fácil descalificación de lo ruso. Y también hay que aceptar que para los creadores rusos contemporáneos no es nada fácil posicionarse en contra del régimen tiránico y despótico de Putin. Entiendo que tengan miedo y que no digan nada, nadie quiere acabar envenenado o en Siberia, como en los buenos tiempos del camarada Stalin. No entiendo, en cambio, los que se posicionan a favor. Callar me parece humano, elogiar me parece indigno. Por eso la postura del Festival de Cannes y el de San Sebastián me parece bien: no habrá delegación oficial rusa, pero se aceptará a los directores rusos que se presenten de forma individual. Cerrarles las puertas a todos no es bueno para nadie. La rusofobia es tan mala como cualquier otra fobia racial o religiosa. No me gustaría caer en ella, por más que Putin este dándome cada día mas y mas motivos. (Por cierto, y esto es una acotación personal, hay otra clase de rusofilia, la de los que consideran que Putin tiene razón y ya era hora de que alguien parara los pies a las democracias europeas. Son más de los que nos pensamos y no todos están en la ultraderecha).

 El regalo de esta semana son unas hojas que le gustarían al Señor Shaun.




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