Jane por Charlotte, estreno en salas y en Filmin a partir del 6 de mayo
En el Festival de Berlín de
1988 tuve ocasión de entrevistar a Agnès Varda y a Jane Birkin, Fue una entrevista
divertida, desenfadada y alegre como lo era el díptico que presentaban juntas, Jane B por Agnès V y Kung-Fu Master. Agnès Varda decía “En
realidad esta es una experiencia de trabajo
en común, la idea de una colaboración nueva entre una actriz y una directora.
Yo he tomado de Jane todo lo que ella me ha querido dar, usándolo en beneficio
de mi propio deseo”. En cuanto al segundo film, un divertimento políticamente
incorrecto en el que una mujer de 40 años se enamora de un chico de 15, estaba
escrito y protagonizado por Jane Birkin y contaba con la colaboración de Mathieu Demy, hijo de Agnès y
de Charlotte Gainsbourg hija de Jane. Treinta y dos años después, la misma
Charlotte, ahora una mujer de cerca de cincuenta años, le propone a su madre
Jane Birkin hacer algo muy parecido al retrato de Agnès Varda, de ahí el título
claramente referencial de aquel film. Pero lo que allí era ligereza, en este
caso es melancolía. Jane Birkin tiene 74 años, sigue siendo una mujer de una
belleza andrógina y una voz susurrante y sensual, pero ha perdido algo de esa
alegría de vivir que siempre la caracterizó. Madre e hija han tenido una
relación conflictiva, extraña más bien. Birkin tuvo tres hijas; la primera,
Kate, a los 20 años, hija de John Barry, la segunda, Charlotte, a los 24 años, hija
de Serge Gainsbourg, la
tercera, Lou, a los 35 años, hija de Jacques Doillon. Con las tres ha tenido vínculos
muy poco convencionales. Cuando Charlotte tenía 19 años, murió Serge
Gainsbourg, su padre, pocos días antes de que muriera su abuelo, David, el padre
de Jane Birkin. Este fue un momento difícil para las dos. Pero aun fue más difícil
asumir y entender la muerte de su hermana Kate, un suicidio nunca bien
aclarado, que acabo por separarlas. Era el año 2013. Seis años después,
Charlotte, madre de tres hijos, siente la necesidad de acercarse a Jane, de
conocerla. Y le propone seguirla en una gira de Tokio a Nueva York grabándola
con una cámara y haciéndole fotos. El primer planteamiento del documental,
quedó truncado con la pandemia. La gira que debía seguir por otras ciudades, se
suspendió. Jane se refugió en su casa de Bretaña y allí fue a verla Charlotte acompañada
de su hija pequeña Jo. Sin equipo profesional y sin apoyo de ningún tipo,
Charlotte filma a su madre y a su hija, sus conversaciones, sus deseos, sus
frustraciones, sus miedos, también sus alegrías y momentos buenos. Y poco a
poco se va tejiendo entre las dos una especie de hilo envolvente de sus
pensamientos. Ambas se abren y se exponen, ambas se entregan. Como en el film
de Varda, Charlotte toma de Jane todo lo que
ella le quiere dar y a su vez le regala a Jane su comprensión, su amor
finalmente asumido. Creo que Jane por Charlotte debería servir de
ejemplo para muchas madres e hijas. Pasar unos días juntas, hablar, pasear,
contarse cosas. Vale la pena intentarlo, aunque no se convierta en una
película.
De alguna
manera debo justificar el titulo de esta entrada y una de ellas es ver a Jane
Birkin como un árbol poderoso con tres hojas de distinto verde, sus tres hijas.
Una de ellas, Kate, ha caído, las otras dos siguen firmemente aferradas a sus
ramas.
Pero en
realidad el título nace de un libro
El árbol del Señor Shaun/L'Arbre del Senyor Shaun, de Mireia Vidal
Mireia es mi
hermana. Es guionista, pero sobre todo, es escritora de cuentos para niños.
Mejor dicho, de álbumes ilustrados para niños, adolescentes, adultos y gente
mayor. Este nuevo trabajo está ilustrado con unos preciosos y delicados dibujos
de Neus Caamaño. El protagonista es el Señor Shaun, un hombre mayor con un
bonito árbol en el centro de su jardín. Al Señor Shaun le gusta mucho su árbol,
pero le gusta muy poco recoger las hojas que caen sin parar al suelo. Un día,
cansado de recogerlas, decide cortar el árbol. Al principio siente liberación,
pero poco a poco va perdiendo luz y alegría. El día que descubre una tierna
plantita en el lugar donde estaba el árbol, la vida vuelve a tener sentido para él. Esta historia tan bonita, tiene muchas lecturas que cada uno
puede hacer según su estado de ánimo y sus sentimientos. Pero lo que más me
ha interesado es la que yo me he hecho al leer la historia del Señor Shaun
estos días de barbarie y de violencia. De pronto me he dado cuenta de lo poco
que valoramos nuestro árbol y lo mucho que nos quejamos de las hojas que caen
sin parar, sin darnos cuenta de lo valioso que es lo que tenemos y lo mucho que
vale la pena esforzarse para conservarlo. En estos momentos en los que el Señor
Oscuro de las Tierras de Mordor nos amenaza con sus huestes de
orcos/mercenarios y su fuego destructor, tenemos que ser más
conscientes que nunca de nuestro árbol/libertad y cuidarlo aunque sus hojas a
veces nos parezcan molestas. ¡Gracias Mireia!
Rusofilias
Y en este
contexto mundial, me atrevo a decir que entre las hojas que quiero recoger y el
árbol que quiero cuidar hay muchos autores, escritores, cineastas rusos que
respeto y admiro. Detesto a Putin. Detesto todo lo que significa. Detesto ese
tipo de rusos serviles que buscan y necesitan un amo que les mande y les diga
lo que tienen que hacer: llámese Iván el Terrible, Iosef Stalin, Vladimir
Putin. Detesto lo que está haciendo en Ucrania y lo que ha hecho y sigue
haciendo en su país. Detesto lo que lleva años intentando hacer en Europa
desestabilizando las democracias, combatiendo la Unión Europea con su apoyo a
todos los movimientos que crean descontento. Brexit, Procés en Cataluya, Chalecos
Amarillos en Francia. Le detesto. Pero eso no significa que deteste a Rusia y a
los rusos. No a todos, al menos. Me parece importante separar lo que Putin hace
de la gente de Rusia y sobre todo de lo que los rusos han aportado a la
historia y la cultura del mundo. Me gustan Dostoievski y Tolstoi, con ellos he
aprendido a comprender el alma atormentada de los rusos; me gustan Chejov y
Turghénev, con ellos he conocido el alma sensible de los rusos; me gustan
Grossman y Bulgákov, los dos demostraron el poder de la resistencia ante la
tiranía; me gustan Tchaikosky y Stravinski, con ellos he disfrutado del
romanticismo y el vanguardismo; me gustan Tarkovski por su trascendencia y
Sokúrov por su inteligencia y Klimov o Larisa Shepitko por saber moverse en la
sombra del poder para hacer una obra personal. Sí, hay muchas cosas que me
gustan de Rusia y por eso creo que hay que ser muy cuidadoso para no caer en la
fácil descalificación de lo ruso. Y
también hay que aceptar que para los creadores rusos contemporáneos no es nada
fácil posicionarse en contra del régimen tiránico y despótico de Putin.
Entiendo que tengan miedo y que no digan nada, nadie quiere acabar envenenado o
en Siberia, como en los buenos tiempos del camarada Stalin. No entiendo, en
cambio, los que se posicionan a favor. Callar me parece humano, elogiar me
parece indigno. Por eso la postura del Festival de Cannes y el de San Sebastián me parece bien: no habrá delegación oficial rusa, pero se aceptará a los
directores rusos que se presenten de forma individual. Cerrarles las puertas a
todos no es bueno para nadie. La rusofobia es tan mala como cualquier otra
fobia racial o religiosa. No me gustaría caer en ella, por más que Putin este
dándome cada día mas y mas motivos. (Por cierto, y esto es una acotación
personal, hay otra clase de rusofilia, la de los que consideran que Putin tiene
razón y ya era hora de que alguien parara los pies a las democracias europeas. Son
más de los que nos pensamos y no todos están en la ultraderecha).
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