sábado, 15 de octubre de 2022

RURAL


Viendo cine me he dado cuenta que hay una corriente transversal, global, universal, en la sociedad. He encontrado ejemplos en distintas películas de un tema que aparece en paisajes muy alejados entre sí, en contextos muy diversos. Son películas que comparten una misma preocupación: la desaparición de una forma de vida rural en aras de un progreso colectivo. El problema es el mismo en los tres films que este año se han acercado a este resbaladizo asunto, lo que es distinto es el enfoque que se hace en cada uno de ellos (hay un cuarto, pero es ligeramente diferente y ya hablaré de él cuando se estrene). La corriente de pensamiento o de actuación mejor dicho, que reflejan estos trabajos es la que contrapone el bienestar colectivo con el sacrificio de unos pocos, el progreso general a costa de la pérdida de raíces, de tradiciones, de formas de vida. La pregunta que me hago, y se hacen muchos sociólogos, es la de si tenemos derecho a que el progreso se construya a costa de la tradición. O más sencillamente; nuestra necesidad de tener luz, de abrir un grifo y que salga agua corriente, de encender la calefacción o el aire acondicionado, en definitiva, nuestra urgencia vital nos lleva a utilizar recursos naturales que destruyen la naturaleza. No voy a entrar en las consecuencias de la guerra de Putin porque ese no es el tema en este caso, (aunque en realidad ESE ES EL TEMA). Aquí de lo que se trata o de lo que tratan estos films, es de algo que viene de antes, la transformación del espacio rural en espacio productor de energía para todos. Ya sucedió cuando se construían pantanos y vuelve a platearse ahora con las renovables. Es una polémica que desde ese campo expoliado se vive como una transformación al servicio de las ciudades. No importa que sea injusto verlo así: también en el campo y en los pueblos quieren luz, quieren agua, quieren calefacción, quieren internet, quieren gasoil para sus máquinas, quieren regadíos…. Además, lo queremos sin destruir, si es posible, todo el planeta. Eso nos lleva a intentar implantar las energías renovables, eso nos lleva a los horribles y monstruosos molinos de viento que afean y destrozan el paisaje rompiendo la armonía de las líneas, o las grandes “plantaciones” de placas solares que sustituyen los campos de árboles frutales arrancados, o las enormes torres eléctricas que parecen marcianos de la guerra de los mundos. El conflicto es serio, las soluciones difíciles. El cine lo ha encarado este año en por lo menos tres películas. Alcarrás, de Carla Simon, donde el progreso se ve como una agresión dolorosa; As bestas, de Rodrigo Sorogoyen, en el que el progreso viene acompañado de la violencia y la película turca que se estrena esta semana. La promesa de Hasan.

 


La promesa de Hasan, Semih Kaplanoglu

La trilogía Huevo, Leche y Miel, (aprovecho para recordar que se puede ver integra en Filmin) ya nos había demostrado que el director turco Kaplanoglu tenía un don especial para filmar la vida rural siguiendo los ritmos de la naturaleza, el tiempo, las estaciones. Su cine es contemplativo, en absoluto aburrido, un cine sin prisas, con un aliento en el que el realismo se entremezcla con la ensoñación sin que ninguno de los dos salga perjudicado. Con esta última película, Kaplanoglu va un poco más allá al introducir en su fórmula un elemento religioso con una doble cara. El puro materialismo de la esposa de Hasan, que lo único que quiere es ir de peregrinación a la Meca como si fuera a Benidorm, y el extraño espiritualismo de Hasan encarnado en un árbol centenario. Pero el director no se queda en esta simple idea y se atreve a colocar en el centro de la historia a estos dos personajes con los que es casi imposible empatizar. Casi se puede definir La promesa de Hasan como un Anti-Alcarras. Si allí la familia era adorable y su lucha era por salvar una forma de vida, aquí, Hasan y su mujer son odiosamente egoístas y avaros. De dinero y de sentimientos. Cuando el progreso llama a la puerta de Hasan en forma de ingenieros que quieren instalar una enorme torre eléctrica en el centro de sus tomateras, el hombre solo pretende que no lo hagan en sus contaminados y llenos de pesticida tomates. Para conseguirlo maniobra y manipula y logra que la torre se instale en un campo yermo cercano al suyo. Un campo donde se levanta majestuoso un árbol centenario y hermoso. Para Kaplanoglu, el campesino no es un ser bueno, inocente y lleno de virtudes que los malvados capitalistas destruyen, en eso se parece más a la excelente cinta de Sorogoyen. Hasan también es un capitalista simple y sencillamente. Si algo le hace dudar, si algo le lleva a intentar cumplir esa promesa del título, es la sensación de haberse traicionado a sí mismo y no ser capaz de perdonarse. Kaplanoglu filma con una luz exquisita, una fotografía que saca partido del más mínimo detalle, un ritmo que late suavemente dejando pasar el tiempo. La promesa de Hasan es una película larga, si, pero no se hace larga. Si Alcarrás era un paseo nostálgico por un paisaje lleno de olores y As bestas es un escarpado camino a través de un campo lleno de piedras, La promesa de Hasan se parece más a un todoterreno atravesando un sembrado sin contemplaciones. Tres miradas distintas de una misma realidad.

 

EL RINCÓN DE LA DECEPCIÓN



Blonde de Andrew Dominik Netflix

He tardado un poco en escribir de esta película de Netflix. He tardado porque me daba mucha pereza. Intenté verla dos veces y las dos veces se me resistía, la dejaba a los diez minutos sin conseguir engancharme. A la tercera me dije que aguantaría sus tres horas. Y las aguanté, por militancia, por profesionalidad. Puedo entender las dos reacciones de los espectadores: los que caen hipnotizados bajo su modernidad y los que sienten un profundo rechazo por la historia. Pero la verdad me cuesta un poco más entender las críticas super elogiosas y casi extasiadas que ha provocado el film de Andrew Dominik. Antes de seguir quiero dejar claro una cosa: Ana de Armas hace un trabajo muy difícil, muy arriesgado y lo afronta con una fuerza y una seguridad que son de admirar. Vaya esto por delante. Pero ella sola no es capaz de salvar el desastre de Blonde. Al menos para mí y por lo que he visto estos últimos días, para mucha más gente que ha levantado su voz para criticar este injusto retrato de una estrella.

Blonde no es un biopic sobre Marilyn Monroe. Creo que eso empieza a explicar el rechazo de los espectadores a los que se les ha vendido una cosa y se les da otra. El problema se complica aun mas cuando esa otra cosa es la adaptación de una novela, no una biografía, no un ensayo, Una Novela, de Joyce Carol Oates sobre una imagen, la suya, de la figura de Norma Jean. No he leído la novela y desde luego ver el film de Dominik no me despierta ningunas ganas de hacerlo. El psicologismo fácil de mostrar a Norma Jean como una mujer frustrada en busca de un padre (por favor llamar “daddy” a Joe DiMaggio es de vergüenza ajena) me parece tan viejo y trasnochado, como esa visión de la mujer victimizada por un mundo de hombres que se aprovecha de ella sin piedad, convirtiendo su vida en un vía crucis de dolor, humillación y sufrimiento constante, sin un resquicio no digo ya de luz o de esperanza, sino de valor y capacidad para enfrentarse a esa situación. Yo no sé que le pasaba a Marilyn por la cabeza en su corta pero intensa vida, parece que Carol Oates si lo sabe. Aunque tengo la impresión que lo que le sucede a la desgraciada Norma Jean es más una proyección de las frustraciones de la autora del libro que de la estrella de Hollywood. Reducir el personaje a una mujer en busca de un padre y con el deseo de tener un hijo, es muy pobre. Si a este material de base le sumamos una puesta en escena completamente equivocada, con la intención de hacer una película europea (¡que daño hace el recuerdo del cine europeo de los años sesenta!) sobre uno de los mitos del cine americano, el abismo se abre a sus pies. Dominik quiere ser super moderno cuando en realidad su estética es muy vieja. Los directores tienen todo el derecho del mundo a releer el pasado y actualizarlo, llevarlo a su terreno, la Nouvelle Vague lo hizo con el cine americano, Tarantino no para de hacerlo, pero lo que no se puede es ser simplemente mimético con una estética que ha quedado ampliamente superada en el tiempo sin aportar nada nuevo. Utilizar cambios de color y de formato de una manera arbitraria y sin demasiada coherencia para intentar reflejar un ambiente de pesadilla, produce un coctel insoportable para el espectador. Mostrar situaciones de una sordidez lamentable que nunca sabemos si son reales o solo pasan en la perturbada mente de la protagonista como si fueran ensoñaciones poéticas (las conversaciones con los fetos rozan el insulto) o recuerdos de humillaciones que nunca sabremos si sucedieron o no, acaba por ser tan reiterativo como inútil. Pero si hay algo que a mi particularmente me ha provocado un rechazo frontal al film de Dominik es el desprecio prepotente hacia el cine americano y en concreto hacia algunas de las películas icónicas de la historia del cine. No sé si Marilyn sufría o disfrutaba con su trabajo la verdad a estas alturas no me importa, pero mostrar estos rodajes como si fueran auténticos potros de tortura para una mujer tan insegura y tan incapaz, me parece uno de los mayores despropósitos de Blonde. Mirarla siempre como un mujer desvalida y reducir a los hombres de su vida a simples explotadores sexuales o depredadores intelectuales, es de verdad hacerle un flaco favor a una mujer que consiguió convertirse en icono y llegó a ser un personaje mucho más poderoso de lo que esta película pretende hacernos creer. Pero hay algo, además del insulto al cine americano que me parece inaguantable. Reducir su relación con el presidente Kennedy a una escena de mal porno y pasar de puntillas por las implicaciones políticas de esa relación, para acabar explicando el suicidio de Marilyn con una excusa tan estúpida como la que le produce descubrir quién está detrás de las amorosas y moralizante cartas de su supuesto padre, es superior a mis fuerzas. Lo siento pero la pornografía del dolor siempre me ha desagradado profundamente.

Para acabar con Blonde y sobre todo para reconciliarme con Marilyn, reproduzco un fragmento del texto que leyó Lee Strasberg el día de su funeral y que ni Carol Oates ni Dominik han sabido reflejar: “Otros eran físicamente tan hermosos como ella, pero obviamente en ella había algo más, algo que la gente vio y reconoció en sus actuaciones y con lo cual se identificaban. Tenía una cualidad luminosa, una combinación de ansiedad, esplendor y ternura que la marginaba, y sin embargo la gente quería ser parte de ella, para compartir la infantil ingenuidad que era al mismo tiempo tan retraída y no obstante tan vibrante:”

 El regalo de esta semana es un árbol poderoso que le habría gustado a Hasan (y a lo mejor a Marilyn).




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