Viendo cine me he dado cuenta que
hay una corriente transversal, global, universal, en la sociedad. He encontrado
ejemplos en distintas películas de un tema que aparece en paisajes muy alejados
entre sí, en contextos muy diversos. Son películas que comparten una misma
preocupación: la desaparición de una forma de vida rural en aras de un progreso
colectivo. El problema es el mismo en los tres films que este año se han
acercado a este resbaladizo asunto, lo que es distinto es el enfoque que se
hace en cada uno de ellos (hay un cuarto, pero es ligeramente diferente y ya
hablaré de él cuando se estrene). La corriente de pensamiento o de actuación
mejor dicho, que reflejan estos trabajos es la que contrapone el bienestar
colectivo con el sacrificio de unos pocos, el progreso general a costa de la
pérdida de raíces, de tradiciones, de formas de vida. La pregunta que me hago,
y se hacen muchos sociólogos, es la de si tenemos derecho a que el progreso se
construya a costa de la tradición. O más sencillamente; nuestra necesidad de
tener luz, de abrir un grifo y que salga agua corriente, de encender la
calefacción o el aire acondicionado, en definitiva, nuestra urgencia vital nos
lleva a utilizar recursos naturales que destruyen la naturaleza. No voy a
entrar en las consecuencias de la guerra de Putin porque ese no es el tema en
este caso, (aunque en realidad ESE ES EL TEMA). Aquí de lo que se trata o de lo
que tratan estos films, es de algo que viene de antes, la transformación del
espacio rural en espacio productor de energía para todos. Ya sucedió cuando se
construían pantanos y vuelve a platearse ahora con las renovables. Es una
polémica que desde ese campo expoliado se vive como una transformación al
servicio de las ciudades. No importa que sea injusto verlo así: también en el
campo y en los pueblos quieren luz, quieren agua, quieren calefacción, quieren internet,
quieren gasoil para sus máquinas, quieren regadíos…. Además, lo queremos sin
destruir, si es posible, todo el planeta. Eso nos lleva a intentar implantar
las energías renovables, eso nos lleva a los horribles y monstruosos molinos de
viento que afean y destrozan el paisaje rompiendo la armonía de las líneas, o
las grandes “plantaciones” de placas solares que sustituyen los campos de
árboles frutales arrancados, o las enormes torres eléctricas que parecen
marcianos de la guerra de los mundos. El conflicto es serio, las soluciones
difíciles. El cine lo ha encarado este año en por lo menos tres películas. Alcarrás, de Carla Simon, donde el
progreso se ve como una agresión dolorosa; As
bestas, de Rodrigo Sorogoyen, en el que el progreso viene acompañado de la
violencia y la película turca que se estrena esta semana. La promesa de Hasan.
La promesa de Hasan, Semih Kaplanoglu
La trilogía Huevo, Leche y Miel, (aprovecho para recordar que se puede ver integra en Filmin)
ya nos había demostrado que el director turco Kaplanoglu tenía un don especial
para filmar la vida rural siguiendo los ritmos de la naturaleza, el tiempo, las
estaciones. Su cine es contemplativo, en absoluto aburrido, un cine sin prisas,
con un aliento en el que el realismo se entremezcla con la ensoñación sin que
ninguno de los dos salga perjudicado. Con esta última película, Kaplanoglu va
un poco más allá al introducir en su fórmula un elemento religioso con una
doble cara. El puro materialismo de la esposa de Hasan, que lo único que quiere
es ir de peregrinación a la Meca como si fuera a Benidorm, y el extraño
espiritualismo de Hasan encarnado en un árbol centenario. Pero el director no
se queda en esta simple idea y se atreve a colocar en el centro de la historia
a estos dos personajes con los que es casi imposible empatizar. Casi se puede
definir La promesa de Hasan como un Anti-Alcarras. Si allí la familia era
adorable y su lucha era por salvar una forma de vida, aquí, Hasan y su mujer
son odiosamente egoístas y avaros. De dinero y de sentimientos. Cuando el
progreso llama a la puerta de Hasan en forma de ingenieros que quieren instalar
una enorme torre eléctrica en el centro de sus tomateras, el hombre solo pretende
que no lo hagan en sus contaminados y llenos de pesticida tomates. Para
conseguirlo maniobra y manipula y logra que la torre se instale en un campo
yermo cercano al suyo. Un campo donde se levanta majestuoso un árbol centenario
y hermoso. Para Kaplanoglu, el campesino no es un ser bueno, inocente y lleno
de virtudes que los malvados capitalistas destruyen, en eso se parece más a la
excelente cinta de Sorogoyen. Hasan también es un capitalista simple y
sencillamente. Si algo le hace dudar, si algo le lleva a intentar cumplir esa
promesa del título, es la sensación de haberse traicionado a sí mismo y no ser
capaz de perdonarse. Kaplanoglu filma con una luz exquisita, una fotografía que
saca partido del más mínimo detalle, un ritmo que late suavemente dejando pasar
el tiempo. La promesa de Hasan es una
película larga, si, pero no se hace larga. Si Alcarrás era un paseo nostálgico por un paisaje lleno de olores y As bestas es un escarpado camino a
través de un campo lleno de piedras, La
promesa de Hasan se parece más a un todoterreno atravesando un sembrado sin
contemplaciones. Tres miradas distintas de una misma realidad.
EL RINCÓN DE LA DECEPCIÓN
Blonde de Andrew Dominik Netflix
He tardado un poco en escribir
de esta película de Netflix. He tardado porque me daba mucha pereza. Intenté
verla dos veces y las dos veces se me resistía, la dejaba a los diez minutos
sin conseguir engancharme. A la tercera me dije que aguantaría sus tres horas.
Y las aguanté, por militancia, por profesionalidad. Puedo entender las dos
reacciones de los espectadores: los que caen hipnotizados bajo su modernidad y
los que sienten un profundo rechazo por la historia. Pero la verdad me cuesta
un poco más entender las críticas super elogiosas y casi extasiadas que ha
provocado el film de Andrew Dominik. Antes de seguir quiero dejar claro una
cosa: Ana de Armas hace un trabajo muy difícil, muy arriesgado y lo afronta con
una fuerza y una seguridad que son de admirar. Vaya esto por delante. Pero ella
sola no es capaz de salvar el desastre de Blonde.
Al menos para mí y por lo que he visto estos últimos días, para mucha más gente
que ha levantado su voz para criticar este injusto retrato de una estrella.
Blonde no es
un biopic sobre Marilyn Monroe. Creo que eso empieza a explicar el rechazo de
los espectadores a los que se les ha vendido una cosa y se les da otra. El
problema se complica aun mas cuando esa otra cosa es la adaptación de una
novela, no una biografía, no un ensayo, Una
Novela, de Joyce Carol Oates sobre una imagen, la suya, de la figura de
Norma Jean. No he leído la novela y desde luego ver el film de Dominik no me despierta
ningunas ganas de hacerlo. El psicologismo fácil de mostrar a Norma Jean como
una mujer frustrada en busca de un padre (por favor llamar “daddy” a Joe DiMaggio
es de vergüenza ajena) me parece tan viejo y trasnochado, como esa visión de la
mujer victimizada por un mundo de hombres que se aprovecha de ella sin piedad,
convirtiendo su vida en un vía crucis de dolor, humillación y sufrimiento
constante, sin un resquicio no digo ya de luz o de esperanza, sino de valor y
capacidad para enfrentarse a esa situación. Yo no sé que le pasaba a Marilyn
por la cabeza en su corta pero intensa vida, parece que Carol Oates si lo sabe.
Aunque tengo la impresión que lo que le sucede a la desgraciada Norma Jean es más
una proyección de las frustraciones de la autora del libro que de la estrella
de Hollywood. Reducir el personaje a una mujer en busca de un padre y con el
deseo de tener un hijo, es muy pobre. Si a este material de base le sumamos una
puesta en escena completamente equivocada, con la intención de hacer una película
europea (¡que daño hace el recuerdo del cine europeo de los años sesenta!)
sobre uno de los mitos del cine americano, el abismo se abre a sus pies.
Dominik quiere ser super moderno cuando en realidad su estética es muy vieja. Los
directores tienen todo el derecho del mundo a releer el pasado y actualizarlo,
llevarlo a su terreno, la Nouvelle Vague lo hizo con el cine americano, Tarantino
no para de hacerlo, pero lo que no se puede es ser simplemente mimético con una
estética que ha quedado ampliamente superada en el tiempo sin aportar nada
nuevo. Utilizar cambios de color y de formato de una manera arbitraria y sin
demasiada coherencia para intentar reflejar un ambiente de pesadilla, produce
un coctel insoportable para el espectador. Mostrar situaciones de una sordidez
lamentable que nunca sabemos si son reales o solo pasan en la perturbada mente
de la protagonista como si fueran ensoñaciones poéticas (las conversaciones con
los fetos rozan el insulto) o recuerdos de humillaciones que nunca sabremos si sucedieron
o no, acaba por ser tan reiterativo como inútil. Pero si hay algo que a mi
particularmente me ha provocado un rechazo frontal al film de Dominik es el
desprecio prepotente hacia el cine americano y en concreto hacia algunas de las
películas icónicas de la historia del cine. No sé si Marilyn sufría o
disfrutaba con su trabajo la verdad a estas alturas no me importa, pero mostrar
estos rodajes como si fueran auténticos potros de tortura para una mujer tan
insegura y tan incapaz, me parece uno de los mayores despropósitos de Blonde. Mirarla siempre como un mujer
desvalida y reducir a los hombres de su vida a simples explotadores sexuales o depredadores
intelectuales, es de verdad hacerle un flaco favor a una mujer que consiguió
convertirse en icono y llegó a ser un personaje mucho más poderoso de lo que
esta película pretende hacernos creer. Pero hay algo, además del insulto al cine americano que me parece inaguantable.
Reducir su relación con el presidente Kennedy a una escena de mal porno y pasar
de puntillas por las implicaciones políticas de esa relación, para acabar
explicando el suicidio de Marilyn con una excusa tan estúpida como la que le
produce descubrir quién está detrás de las amorosas y moralizante cartas de su
supuesto padre, es superior a mis fuerzas. Lo siento pero la pornografía del
dolor siempre me ha desagradado profundamente.
Para acabar con Blonde y sobre todo para reconciliarme
con Marilyn, reproduzco un fragmento del texto que leyó Lee Strasberg el día de
su funeral y que ni Carol Oates ni Dominik han sabido reflejar: “Otros eran
físicamente tan hermosos como ella, pero obviamente en ella había algo más, algo
que la gente vio y reconoció en sus actuaciones y con lo cual se identificaban.
Tenía una cualidad luminosa, una combinación de ansiedad, esplendor y ternura
que la marginaba, y sin embargo la gente quería ser parte de ella, para
compartir la infantil ingenuidad que era al mismo tiempo tan retraída y no
obstante tan vibrante:”
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