(una mañana miré al cielo y vi
este espectáculo, me quedé embobada, pero poco después supe que una extraña
fricción del aire había hecho que durante unos minutos se pudieran ver todas
las estelas que dejan los aviones en el cielo al volar, y entonces la belleza
se me congeló: todos esos aviones habían pasado en pocos minutos sobre mi
cabeza sin verlos ¿se imaginan todo lo que pasa sin que lo veamos?)
Esta semana he tenido dos
episodios más de tecnología rebelde que
de Black Mirror, con muy poco terror,
aunque sí muchas molestias. El primero sucedió el lunes pasado. Estábamos
convocados a un pase de prensa de la película de Scorsese Los asesinos de la luna. El pase era a las 10, la película dura tres
horas y veinte minutos. A las 10, la peli no empezaba, a las 10 y algo nos
avisaron de que el enlace no había llegado, que lo habían reclamado. Casi a las
11 nos dijeron que se suspendía: no había manera de que llegara el enlace. Me
quedé un rato hablando con los compañeros. La sensación era de extrañeza y
perplejidad. Pero tenía una explicación: la máquina que mandaba el enlace para
ver la película desde Los Ángeles, programada con el tiempo justo para evitar
piraterías, lo había mandado a un mail que no existe: resultado, nunca llegó al
cine. Todos los intentos para contactar con el emisor en Los Ángeles y pedir
que lo mandara bien, fueron en vano; allí eran las dos de la madrugada. Lógicamente,
dada la hora, no había ningún ser humano al tanto de la máquina expendedora de
pelis y la maquina decía que ya lo había mandado a donde le habían dicho. La
película de Scorsese debía estar navegando en eso que se llama la nube, donde
debe haber un tráfico que no me quiero llegar a imaginar. Lo que se trasmite
por las ondas invisibles del aire (wifi, internet, enlaces… etc) es algo que me
supera. No tengo ni idea como funciona. Pero de todo este episodio, me queda la
sensación de que con el aire que respiramos, respiramos miles y miles de
informaciones invisibles. Y eso si es de Black
Mirror. No sé si me dará tiempo a ver la película de Scorsese antes de
mandar este blog, si no me da tiempo, hablaré la semana que viene.
El segundo episodio de tecnología desesperante sucedió el miércoles pasado. El martes fui a Bilbao para dar una charla sobre Alice Guy y las pioneras del cine dentro de las actividades de Zinemakumeak Gara! Muestra de cine dirigido por mujeres. El miércoles por la mañana volvía a casa. Bien. Llego al aeropuerto de Bilbao, paso todo lo que hay que pasar y espero. Mi vuelo salía a las 11.40 y estaba previsto que la puerta de embarque apareciera a las 11, en 17 minutos. Bien. Pasaron los 17 minutos y en lugar de puerta de embarque apareció un cuadrado negro. Nada más. Intenté averiguar qué pasaba, pregunté por información. En el aeropuerto de Bilbao, no hay ni un solo puesto de información humana. Yo no había sacado mi billete así que tuve que pedir a los que me lo habían sacado que me mandaran el mail de Vueling con la información. Por fin la tuve y empezaron a salir avisos de hora prevista, avisos que cambiaban cada poco tiempo. Al final se fijó en las cuatro de la tarde, cinco horas después de la hora de embarque de mi vuelo. Mi queja Black mirror no es que pasen estas cosas, me temo que tenemos que acostumbrarnos a que cada vez mas haya episodios de retrasos. Lo que me quejo es de que no hubiera ni un solo ser humano al que preguntarle qué pasaba, qué podíamos hacer, había gente con conexiones de aviones en Barcelona manipulando el móvil como locos, intentado averiguar qué pasaba con sus vuelos. Todo electrónico, todo por ese aire que respiramos, todo era una máquina que nos iba dando instrucciones sin alma. Tuve mucho tiempo para preguntarme ¿y si no tengo móvil, me lo he dejado en casa o me lo han robado? ¿Y si no tengo mail en el móvil? Me quedo a oscuras. Perdida sin una idea de qué ha pasado. Lo que había pasado lo supimos ya en el vuelo de las cuatro, cuando el piloto nos pidió disculpas y dijo que había sido por un problema del avión en Londres. O sea, que un problema de un avión en Londres repercute en que yo no pueda ir de Bilbao a Barcelona y encima no hay nadie que me mire a los ojos y me diga lo que pasa. Me dio un ligero escalofrío. Al final llegue a casa, cansada, y un poco harta de todo.
Dos
películas
Para compensar que no puedo hablar de Scorsese, voy a recomendar dos películas aun sabiendo que frente al coloso italo americano poco tienen que hacer. Las dos están dirigidas por mujeres, las dos hablan de odio.
El Legado, de Lisa Mulcahy
Terror gótico, mansión fría y
poco acogedora (sin fantasmas), época victoriana en la Irlanda del siglo XIX.
Una joven heredera, huérfana pero dueña de una gran casa y de una pequeña
fortuna, deberá aceptar las imposiciones de una sociedad que ha decidido que
por ser mujer y menor de edad no tiene derecho a tomar sus propias decisiones.
La joven Maud tendrá que aceptar la presencia de su detestable tío Silas, su
odiosa prima Emily, su cobarde primo Edward y la dominante institutriz
francesa. Estos extraños se van apoderando poco a poco de la casa y de la vida
de Maud, presa en una tela de araña invisible. Formada en la escuela de las
prestigiosas series de la BBC, Lisa Mulcahy dirige esta adaptación de la novela
gótica de J.S. Le Fanu, con un clasicismo impecable. No se arriesga ni con efectos
especiales, ni con sustos innecesarios. Avanza poco a poco de la mano de Maud y
su progresiva toma de conciencia y revuelta contra ese dominante tío Silas y
contra una sociedad que no le deja aire para respirar. Oscura, pero no
tenebrosa, la figura de Maud emerge como una luz, aunque siempre vaya vestida
de negro, gracias a Agnes O’Casey una actriz de corta trayectoria pero fuerte
presencia. El legado, o El tío Silas o Lies We Tell, título original, no es una gran película de género
fantástico pero, como ha dicho Oti Rodríguez Marchante, “sugiere maldad,
angustia y brutalidad”.
Conversaciones sobre el odio, de Vera Fogwill y Diego Martínez
Dos personajes, una
localización, una hora y media de tiempo real. ¿Es una obra de teatro? Sí,
claro que es una obra de teatro, adaptada por su propia autora, la argentina
Vera Fogwill y dirigida a cuatro manos con el director español Diego Martínez.
No me cuesta imaginar, sin saberlo, que Diego puso los movimientos de cámara,
la cinematografización de la obra, mientras Vera se dedicaba a cuidar y mimar a
sus dos protagonistas. Rodada en cinco días en un apartamento madrileño poco
antes de la pandemia, el film anuncia en cierto modo el confinamiento. Al menos
el confinamiento en el que vive Debora, la enferma y detestable agente de
actores en decadencia total que interpreta una irreconocible Cecilia Roth.
Debora vive en una casa llena literalmente de porquería, rodeada de gatos que no
dejan de maullar, todos con nombres de directores de cine. Porque el cine está
muy presente en esa última conversación entre Debora y Deborah, la actriz sin
demasiada suerte que acude a verla sin saber que esa será una velada cargada de
rencores. Un derroche de palabras y gestualidades por parte de Cecilia Roth
contrasta con la contención y austeridad del personaje que interpreta Maricel Álvarez,
incómoda, molesta, sin saber muy bien porque ha accedido a ir a ver a esa ruina
humana en la que se ha convertido la que fuera su amiga y su protectora. Las
conversaciones sobre el odio hablan de amistades traicionadas, maternidades
frustradas, profesiones truncadas, con pequeños momentos de esperanza o de luz
en esa oscura y siniestra casa. La casa de Debora es como la de Maud, una casa
de horrores que se podrían eliminar solo dejando entrar un poco de aire fresco.
Una buena metáfora de nuestros
días tan cargados de odios y de podredumbre, tan necesitados de una bocanada de
aire fresco.
El regalo de esta semana no es
una conversación sobre el odio,pero si es una conversación observada.
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