sábado, 21 de octubre de 2023

INCIDENTES TECNOLÓGICOS

 


(una mañana miré al cielo y vi este espectáculo, me quedé embobada, pero poco después supe que una extraña fricción del aire había hecho que durante unos minutos se pudieran ver todas las estelas que dejan los aviones en el cielo al volar, y entonces la belleza se me congeló: todos esos aviones habían pasado en pocos minutos sobre mi cabeza sin verlos ¿se imaginan todo lo que pasa sin que lo veamos?)

Esta semana he tenido dos episodios más de tecnología rebelde que de Black Mirror, con muy poco terror, aunque sí muchas molestias. El primero sucedió el lunes pasado. Estábamos convocados a un pase de prensa de la película de Scorsese Los asesinos de la luna. El pase era a las 10, la película dura tres horas y veinte minutos. A las 10, la peli no empezaba, a las 10 y algo nos avisaron de que el enlace no había llegado, que lo habían reclamado. Casi a las 11 nos dijeron que se suspendía: no había manera de que llegara el enlace. Me quedé un rato hablando con los compañeros. La sensación era de extrañeza y perplejidad. Pero tenía una explicación: la máquina que mandaba el enlace para ver la película desde Los Ángeles, programada con el tiempo justo para evitar piraterías, lo había mandado a un mail que no existe: resultado, nunca llegó al cine. Todos los intentos para contactar con el emisor en Los Ángeles y pedir que lo mandara bien, fueron en vano; allí eran las dos de la madrugada. Lógicamente, dada la hora, no había ningún ser humano al tanto de la máquina expendedora de pelis y la maquina decía que ya lo había mandado a donde le habían dicho. La película de Scorsese debía estar navegando en eso que se llama la nube, donde debe haber un tráfico que no me quiero llegar a imaginar. Lo que se trasmite por las ondas invisibles del aire (wifi, internet, enlaces… etc) es algo que me supera. No tengo ni idea como funciona. Pero de todo este episodio, me queda la sensación de que con el aire que respiramos, respiramos miles y miles de informaciones invisibles. Y eso si es de Black Mirror. No sé si me dará tiempo a ver la película de Scorsese antes de mandar este blog, si no me da tiempo, hablaré la semana que viene.

El segundo episodio de tecnología desesperante sucedió el miércoles pasado. El martes fui a Bilbao para dar una charla sobre Alice Guy y las pioneras del cine dentro de las actividades de Zinemakumeak Gara! Muestra de cine dirigido por mujeres. El miércoles por la mañana volvía a casa. Bien. Llego al aeropuerto de Bilbao, paso todo lo que hay que pasar y espero. Mi vuelo salía a las 11.40 y estaba previsto que la puerta de embarque apareciera a las 11, en 17 minutos. Bien. Pasaron los 17 minutos y en lugar de puerta de embarque  apareció un cuadrado negro. Nada más. Intenté averiguar qué pasaba, pregunté por información. En el aeropuerto de Bilbao, no hay ni un solo puesto de información humana. Yo no había sacado mi billete así que tuve que pedir a los que me lo habían sacado que me mandaran el mail de Vueling con la información. Por fin la tuve y empezaron a salir avisos de hora prevista, avisos que cambiaban cada poco tiempo. Al final se fijó en las cuatro de la tarde, cinco horas después de la hora de embarque de mi vuelo. Mi queja Black mirror no es que pasen estas cosas, me temo que tenemos que acostumbrarnos a que cada vez mas haya episodios de retrasos. Lo que me quejo es de que no hubiera ni un solo ser humano al que preguntarle qué pasaba, qué podíamos hacer, había gente con conexiones de aviones en Barcelona manipulando el móvil como locos, intentado averiguar qué pasaba con sus vuelos. Todo electrónico, todo por ese aire que respiramos, todo era una máquina que nos iba dando instrucciones sin alma. Tuve mucho tiempo para preguntarme ¿y si no tengo móvil, me lo he dejado en casa o me lo han robado? ¿Y si no tengo mail en el móvil? Me quedo a oscuras. Perdida sin una idea de qué ha pasado. Lo que había pasado lo supimos ya en el vuelo de las cuatro, cuando el piloto nos pidió disculpas y dijo que había sido por un problema del avión en Londres. O sea, que un problema de un avión en Londres repercute en que yo no pueda ir de Bilbao a Barcelona y encima no hay nadie que me mire a los ojos y me diga lo que pasa. Me dio un ligero escalofrío. Al final llegue a casa, cansada, y un poco harta de todo. 

Dos películas

Para compensar que no puedo hablar de Scorsese, voy a recomendar dos películas aun sabiendo que frente al coloso italo americano  poco tienen  que hacer. Las dos están dirigidas por mujeres, las dos hablan de odio.


 

El Legado, de Lisa Mulcahy

Terror gótico, mansión fría y poco acogedora (sin fantasmas), época victoriana en la Irlanda del siglo XIX. Una joven heredera, huérfana pero dueña de una gran casa y de una pequeña fortuna, deberá aceptar las imposiciones de una sociedad que ha decidido que por ser mujer y menor de edad no tiene derecho a tomar sus propias decisiones. La joven Maud tendrá que aceptar la presencia de su detestable tío Silas, su odiosa prima Emily, su cobarde primo Edward y la dominante institutriz francesa. Estos extraños se van apoderando poco a poco de la casa y de la vida de Maud, presa en una tela de araña invisible. Formada en la escuela de las prestigiosas series de la BBC, Lisa Mulcahy dirige esta adaptación de la novela gótica de J.S. Le Fanu, con un clasicismo impecable. No se arriesga ni con efectos especiales, ni con sustos innecesarios. Avanza poco a poco de la mano de Maud y su progresiva toma de conciencia y revuelta contra ese dominante tío Silas y contra una sociedad que no le deja aire para respirar. Oscura, pero no tenebrosa, la figura de Maud emerge como una luz, aunque siempre vaya vestida de negro, gracias a Agnes O’Casey una actriz de corta trayectoria pero fuerte presencia. El legado, o El tío Silas o Lies We Tell, título original, no es una gran película de género fantástico pero, como ha dicho Oti Rodríguez Marchante, “sugiere maldad, angustia y brutalidad”.

 


Conversaciones sobre el odio, de Vera Fogwill y Diego Martínez

Dos personajes, una localización, una hora y media de tiempo real. ¿Es una obra de teatro? Sí, claro que es una obra de teatro, adaptada por su propia autora, la argentina Vera Fogwill y dirigida a cuatro manos con el director español Diego Martínez. No me cuesta imaginar, sin saberlo, que Diego puso los movimientos de cámara, la cinematografización de la obra, mientras Vera se dedicaba a cuidar y mimar a sus dos protagonistas. Rodada en cinco días en un apartamento madrileño poco antes de la pandemia, el film anuncia en cierto modo el confinamiento. Al menos el confinamiento en el que vive Debora, la enferma y detestable agente de actores en decadencia total que interpreta una irreconocible Cecilia Roth. Debora vive en una casa llena literalmente de porquería, rodeada de gatos que no dejan de maullar, todos con nombres de directores de cine. Porque el cine está muy presente en esa última conversación entre Debora y Deborah, la actriz sin demasiada suerte que acude a verla sin saber que esa será una velada cargada de rencores. Un derroche de palabras y gestualidades por parte de Cecilia Roth contrasta con la contención y austeridad del personaje que interpreta Maricel Álvarez, incómoda, molesta, sin saber muy bien porque ha accedido a ir a ver a esa ruina humana en la que se ha convertido la que fuera su amiga y su protectora. Las conversaciones sobre el odio hablan de amistades traicionadas, maternidades frustradas, profesiones truncadas, con pequeños momentos de esperanza o de luz en esa oscura y siniestra casa. La casa de Debora es como la de Maud, una casa de horrores que se podrían eliminar solo dejando entrar un poco de aire fresco.

Una buena metáfora de nuestros días tan cargados de odios y de podredumbre, tan necesitados de una bocanada de aire fresco.

El regalo de esta semana no es una conversación sobre el odio,pero si es una conversación observada.



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