La verdad es que no tenemos
muchos días perfectos en nuestra vida. Tenemos momentos buenos, felices,
tranquilos, pero que duren todo el día, no es fácil. Yo me conformo con tener
cada día un momento perfecto. Aunque a veces sí hay días perfectos. Yo recuerdo
unos precisamente en Japón. En marzo del 2019, antes de LGP (La Gran Pandemia),
cuando el mundo era más habitable (no mucho la verdad) estuve cinco días en
Tokio invitada por la Embajada de España y el Instituto Cervantes para dar dos
conferencias, una sobre el film Antonio Gaudí de Hisroshi
Teshigara y otra sobre un Panorama del Cine Español en el siglo XXI.
Fue una experiencia extraordinaria en una ciudad que no se parece a ninguna otra.
Tokio es una ciudad de contrastes brutales, entre un mundo del futuro y un
mundo del pasado, entre el ritual y lo abigarrado. Descubrí otra cultura que
solo conocía por el cine: Ozu y su serena cotidianidad, Mizoguchi y su barroca
imaginería, Kurosawa y su mirada shakesperiana al mundo del pasado. Pero, de
repente, Tokio era otra cosa. La única guía que sentía podía utilizar eran los
libros de Murakami que también se mueven entre la tradición y la ruptura, entre
el pasado y el futuro. Fueron días de ciruelos en flor, de paseos por la
ciudad, de baños en un Onsen, de restaurantes baratos, de restaurantes caros,
de templos y rascacielos. Mi hotel estaba en Roppongi un barrio elegante.
Roppongi quiere decir Seis Árboles. Y desde luego los hay. Pero también muchas
casas, edificios bastante feos y otros curiosos. Esa es otra característica de
esta ciudad. Cada casa es de su padre y de su madre. No hay nada homogéneo.
Junto a grandes rascacielos, hay casitas que parecen mexicanas; junto a la
Torre de Tokio, un gran templo budista. Heterogénea, esa es una de las
definiciones que se pueden dar. En la crónica del viaje que escribí al volver
decía: “Reflexiono un poco sobre la ciudad. Me doy cuenta de que no tengo una
sensación de exotismo porque en realidad es muy parecida a las nuestras: calles
amplias, edificios, tiendas, metro, gente que va a trabajar. Pero hay algo
raro, hay un sentimiento de extrañeza. Es como si estuviera en un universo
paralelo, igual al mío pero distinto. Como un Fringe que lo separa. Me siento
integrada y al mismo tiempo expulsada. Es muy curioso. He pasado al otro lado y
estoy en un reflejo con variaciones. Me gusta esta sensación.” Me van a perdonar esta larga introducción personal,
pero la preciosa película de Wim Wenders Perfect
Days me ha hecho recordar mis días perfectos en Tokio y he querido
compartirlos. Ahora sí, ahora vamos a los de Wenders.
Perfect Days, Wim Wenders
No soy muy fan de Wenders,
pero cuando una de sus películas me gusta, me gusta mucho. Esta es la que más
me ha gustado de las suyas, no solo de las últimas, de todas. Wenders tiene 78
años que le han permitido adquirir una serenidad frente al cine, frente a la
imagen. Su fascinación por Japón y por Tokio ya la mostró en el documental Tokio-Ga de 1985. Casi cuarenta años
después, vuelve a Tokio pero esta vez no lo hace de la mano de un cineasta (Yasujiro
Ozu) sino de la mano de un sencillo hombre de la limpieza de los baños públicos
de Tokio. Es muy significativo el cambio en la mano que le guía. De un hombre
de Cultura a un hombre de cultura. Pero ambos viajes, dominados por el placer
de ver un trabajo bien hecho. La vida ordenada, ritualizada y tranquila de
Hirayama, es un ejemplo de esa cultura que no se aprende en los colegios, sino
en la vida. Hirayama respeta el mundo y se respeta a si mismo. Por eso hace su
trabajo a conciencia, por eso se cuida con esmero, por eso sabe donde tiene que
estar. Y cómo debe estar: en el coche acompañado de una de las mejores
selecciones de música de los 70; en el parque hablando con los árboles y
fotografiando, con rollo de película, no con el móvil, el cielo y las copas y
las cortezas: en su casa cuidando su pequeño jardín de arbolitos; leyendo a
Faulkner. Y en la ciudad, recorriéndola en su camioneta para ir de un baño
público a otro baño público. Impecables, limpísimos, y con unas arquitecturas
que merecerían trazar una ruta turística por la ciudad simplemente para verlos.
Seguimos a Hirayama varios días, casi no habla, escucha mucho. No es importante
lo que le pasa, intuimos un pasado del que no quiere saber nada. Nosotros
tampoco. Nos basta con estar a su lado. Hirayama acepta el reto de jugar a Tres
en Raya con un desconocido, en un apunte muy cortaziano. En realidad Julio Cortázar
está muy presente en esta historia de jardines y baños. No solo por el juego
secreto, también porque el recorrido ritualizado de Hirayama por los lavabos de
Tokio tiene mucho de travesía urbana. Murakami también viene a la memoria
viendo a Hirayama. Murakami y su pasión por la música americana, sus rincones secretos
de la ciudad, sus personajes femeninos misteriosos. En fin los Perfects Days de Wenders me ha encantado
y me ha despertado el deseo de volver a Tokio alguna vez.
Japón, el archipiélago de las
estaciones, José
Antonio de Ory. La línea del horizonte, 2023
Hace tiempo que buscaba una ocasión para hablar de este libro y la película de Wenderss me la ha brindado en bandeja de plata. José Antonio de Ory era el Agregado Cultural de la Embajada Española en Tokio. Fue él quien me invitó para hablar de Teshigara. Fue él quien me descubrió la ciudad en los cinco días que pasé allí. Una ciudad y una cultura que había tenido tiempo de apreciar mucho. De Ory vivió en Tokio varios años y llegó a conocer (en la medida que se puede conocer un mundo tan complejo y diverso como el japonés) ese país y esa cultura de la que se enamoró completamente. Durante su estancia iba mandando periódicamente unos textos sobre su vida en Japón, sus sensaciones, sus experiencias. Eran muy bonitos, evocadores, te impulsaban a imaginar la ciudad y el país a través de sus palabras. Cuando volvió a España, decidió reunir esos textos dispersos, ordenarlos de alguna manera y convertirlos en un libro, este Japón, el archipiélago de las estaciones, un libro imprescindible si se quiere viajar allí; un libro apetecible si se quiere conocer de primera mano ese país; un libro culto y popular, tradicional y futurista, de ceremonias del té y tráfico de autopistas. Para mí fue una lectura que me permitió rememorar el pequeñísimo pedacito de Tokio que conocí. De Ory explica en la contraportada del libro: “Tras cuatro años en el país no estoy seguro de comprender mucho mejor, pero sí creo que logro identificar, al menos, muchas de las cosas que no entiendo.” En una edición muy cuidada, con fotos del autor bien seleccionadas, De Ory repasa la vida en Japón desde la frialdad de las cifras y los negocios, hasta la calidez de las estaciones; de la Cultura con mayúscula (pintura, cine, literatura) a la cultura con minúscula, los placeres de la Sakura, los días perfectos de la floración de los cerezos. Japón es un libro para leer poco a poco. Como lo haría Hirayama.
Sugerencias japonesas
Montarse un ciclo de películas de Yasujiro Ozu a medida. Si están en Barcelona, en el Cine Verdi están proyectando un ciclo Ozu que durará hasta el mes de agosto; si no estén en Barcelona, en Filmin hay una gran selección de sus películas.
Leer a Murakami, todo
Murakami, pero en especial la que para mí es su obra maestra, los tres libros
de 1Q84.
Como guinda, releer a Cortázar,
los cuentos, sobre todo Las babas del
diablo que inspiró Blow up, pero
especialmente Los autonautas de la
cosmopista, un libro que no sé porque me venía a la memoria constantemente
mientras veía Pefect Days.
El regalo de esta semana es un cerezo en flor
que le gustaría mucho a Hirayama.
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