sábado, 13 de enero de 2024

DÍAS PERFECTOS

 

La verdad es que no tenemos muchos días perfectos en nuestra vida. Tenemos momentos buenos, felices, tranquilos, pero que duren todo el día, no es fácil. Yo me conformo con tener cada día un momento perfecto. Aunque a veces sí hay días perfectos. Yo recuerdo unos precisamente en Japón. En marzo del 2019, antes de LGP (La Gran Pandemia), cuando el mundo era más habitable (no mucho la verdad) estuve cinco días en Tokio invitada por la Embajada de España y el Instituto Cervantes para dar dos conferencias, una sobre el film Antonio Gaudí de Hisroshi Teshigara y otra sobre un Panorama del Cine Español en el siglo XXI. Fue una experiencia extraordinaria en una ciudad que no se parece a ninguna otra. Tokio es una ciudad de contrastes brutales, entre un mundo del futuro y un mundo del pasado, entre el ritual y lo abigarrado. Descubrí otra cultura que solo conocía por el cine: Ozu y su serena cotidianidad, Mizoguchi y su barroca imaginería, Kurosawa y su mirada shakesperiana al mundo del pasado. Pero, de repente, Tokio era otra cosa. La única guía que sentía podía utilizar eran los libros de Murakami que también se mueven entre la tradición y la ruptura, entre el pasado y el futuro. Fueron días de ciruelos en flor, de paseos por la ciudad, de baños en un Onsen, de restaurantes baratos, de restaurantes caros, de templos y rascacielos. Mi hotel estaba en Roppongi un barrio elegante. Roppongi quiere decir Seis Árboles. Y desde luego los hay. Pero también muchas casas, edificios bastante feos y otros curiosos. Esa es otra característica de esta ciudad. Cada casa es de su padre y de su madre. No hay nada homogéneo. Junto a grandes rascacielos, hay casitas que parecen mexicanas; junto a la Torre de Tokio, un gran templo budista. Heterogénea, esa es una de las definiciones que se pueden dar. En la crónica del viaje que escribí al volver decía: “Reflexiono un poco sobre la ciudad. Me doy cuenta de que no tengo una sensación de exotismo porque en realidad es muy parecida a las nuestras: calles amplias, edificios, tiendas, metro, gente que va a trabajar. Pero hay algo raro, hay un sentimiento de extrañeza. Es como si estuviera en un universo paralelo, igual al mío pero distinto. Como un Fringe que lo separa. Me siento integrada y al mismo tiempo expulsada. Es muy curioso. He pasado al otro lado y estoy en un reflejo con variaciones. Me gusta esta sensación.” Me van a  perdonar esta larga introducción personal, pero la preciosa película de Wim Wenders Perfect Days me ha hecho recordar mis días perfectos en Tokio y he querido compartirlos. Ahora sí, ahora vamos a los de Wenders.

 


(la foto es de Ramon, pero la podía haber hecho Hirayama)

Perfect Days, Wim Wenders

No soy muy fan de Wenders, pero cuando una de sus películas me gusta, me gusta mucho. Esta es la que más me ha gustado de las suyas, no solo de las últimas, de todas. Wenders tiene 78 años que le han permitido adquirir una serenidad frente al cine, frente a la imagen. Su fascinación por Japón y por Tokio ya la mostró en el documental Tokio-Ga de 1985. Casi cuarenta años después, vuelve a Tokio pero esta vez no lo hace de la mano de un cineasta (Yasujiro Ozu) sino de la mano de un sencillo hombre de la limpieza de los baños públicos de Tokio. Es muy significativo el cambio en la mano que le guía. De un hombre de Cultura a un hombre de cultura. Pero ambos viajes, dominados por el placer de ver un trabajo bien hecho. La vida ordenada, ritualizada y tranquila de Hirayama, es un ejemplo de esa cultura que no se aprende en los colegios, sino en la vida. Hirayama respeta el mundo y se respeta a si mismo. Por eso hace su trabajo a conciencia, por eso se cuida con esmero, por eso sabe donde tiene que estar. Y cómo debe estar: en el coche acompañado de una de las mejores selecciones de música de los 70; en el parque hablando con los árboles y fotografiando, con rollo de película, no con el móvil, el cielo y las copas y las cortezas: en su casa cuidando su pequeño jardín de arbolitos; leyendo a Faulkner. Y en la ciudad, recorriéndola en su camioneta para ir de un baño público a otro baño público. Impecables, limpísimos, y con unas arquitecturas que merecerían trazar una ruta turística por la ciudad simplemente para verlos. Seguimos a Hirayama varios días, casi no habla, escucha mucho. No es importante lo que le pasa, intuimos un pasado del que no quiere saber nada. Nosotros tampoco. Nos basta con estar a su lado. Hirayama acepta el reto de jugar a Tres en Raya con un desconocido, en un apunte muy cortaziano. En realidad Julio Cortázar está muy presente en esta historia de jardines y baños. No solo por el juego secreto, también porque el recorrido ritualizado de Hirayama por los lavabos de Tokio tiene mucho de travesía urbana. Murakami también viene a la memoria viendo a Hirayama. Murakami y su pasión por la música americana, sus rincones secretos de la ciudad, sus personajes femeninos misteriosos. En fin los Perfects Days de Wenders me ha encantado y me ha despertado el deseo de volver a Tokio alguna vez.

 


Japón, el archipiélago de las estaciones, José Antonio de Ory. La línea del horizonte, 2023

Hace tiempo que buscaba una ocasión para hablar de este libro y la película de Wenderss me la ha brindado en bandeja de plata. José Antonio de Ory era el Agregado Cultural de la Embajada Española en Tokio. Fue él quien me invitó para hablar de Teshigara. Fue él quien me descubrió la ciudad en los cinco días que pasé allí. Una ciudad y una cultura que había tenido tiempo de apreciar mucho. De Ory vivió en Tokio varios años y llegó a conocer (en la medida que se puede conocer un mundo tan complejo y diverso como el japonés) ese país y esa cultura de la que se enamoró completamente. Durante su estancia iba mandando periódicamente unos textos sobre su vida en Japón, sus sensaciones, sus experiencias. Eran muy bonitos, evocadores, te impulsaban a imaginar la ciudad y el país a través de sus palabras. Cuando volvió a España, decidió reunir esos textos dispersos, ordenarlos de alguna manera y convertirlos en un libro, este Japón, el archipiélago de las estaciones, un libro imprescindible si se quiere viajar allí; un libro apetecible si se quiere conocer de primera mano ese país; un libro culto y popular, tradicional y futurista, de ceremonias del té y tráfico de autopistas. Para mí fue una lectura que me permitió rememorar el pequeñísimo pedacito de Tokio que conocí. De Ory explica en la contraportada del libro: “Tras cuatro años en el país no estoy seguro de comprender mucho mejor, pero sí creo que logro identificar, al menos, muchas de las cosas que no entiendo.”  En una edición muy cuidada, con fotos del autor bien seleccionadas, De Ory repasa la vida en Japón desde la frialdad de las cifras y los negocios, hasta la calidez de las estaciones; de la Cultura con mayúscula (pintura, cine, literatura) a la cultura con minúscula, los placeres de la Sakura, los días perfectos de la floración de los cerezos. Japón es un libro para leer poco a poco. Como lo haría Hirayama. 


Sugerencias japonesas

Montarse un ciclo de películas de Yasujiro Ozu a medida. Si están en Barcelona, en el Cine Verdi están proyectando un ciclo Ozu que durará hasta el mes de agosto; si no estén en Barcelona, en Filmin hay una gran selección de sus películas.

Leer a Murakami, todo Murakami, pero en especial la que para mí es su obra maestra, los tres libros de 1Q84.

Como guinda, releer a Cortázar, los cuentos, sobre todo Las babas del diablo que inspiró Blow up, pero especialmente Los autonautas de la cosmopista, un libro que no sé porque me venía a la memoria constantemente mientras veía Pefect Days.

 El regalo de esta semana es un cerezo en flor que le gustaría mucho a Hirayama.



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