La zona de interés, de Jonathan Glazer
¿Pueden las flores ser símbolo
del horror? Normalmente asociamos las flores a felicidad, regalo, alegría,
recuerdo, despedida o saludo. Pero a veces, solo a veces, también acompañan el
horror innombrable. Es ese horror innombrable el que tiñe toda la película de
Jonathan Glazer. Su zona de interés es en parte un precioso jardín lleno de
flores maravillosas, cuidadas con esmero por una atenta mujer ayudada por
silenciosos jardineros. Ese jardín es el orgullo de Hedwig Höss, la
aparentemente dulce madre de unos rubios niños que juegan en la piscina y se
bañan en el lago, vigilados por unos padres atentos que los cuidan y los
quieren. Todo muy banal (es imposible no hacer referencia a Hanna Arendt), todo
muy cotidiano, casi un documental, en el que el horror del campo de al lado
apenas se intuye, se huele, al otro lado del muro de esa linda casita de
familia alemana aria, vulgar y poderosa: la zona de interés. Jonathan Glazer se
inspira en una polémica novela de Martin Amis, pero en ningún momento la
adapta. A Glazer no le interesa contar una historia, no quiere adentrarse en un
melodrama, le interesa por encima de todo observar. Observar esa cotidianidad
terrible de los que miran para otro lado, los que saben pero no actúan, o lo
que es peor, los que saben pero no les importa mientras ellos tengan su vida
confortablemente resuelta. Es ese el horror más terrible de esta película. Ver
a Hedwig, encarnada por la magnífica Sandra Hüller, probándose un abrigo de
visón al que en su vida anterior jamás habría tenido acceso, o repartiendo
prendas de ropa entre sus criadas con total indiferencia, es más hiriente que
muchas imágenes del holocausto a las que casi (es espantoso) nos hemos
acostumbrado. Glazer observa y para ello plantea su película de una manera
inesperada, incómoda. Con la colaboración del director de fotografía Lukas Szal
filma esta familia sin que ellos lo sepan. Szal colocó una serie de
microcámaras en distintos lugares de la casa con las que registró todo lo que
pasaba sin que los actores en ningún momento supieran si estaban siendo
filmados o no. Este método, absolutamente innovador que incorpora modos de
hacer propios de los realitys, se completa con una música de la compositora
británica Mica Levi que nos introduce en el agujero negro (literal, la película
empieza con la pantalla en negro y vuelve a apagarse en varias ocasiones) que
es esta zona de interés. Solo hay un momento en el que salimos de ese entorno
de falsa felicidad: cuando el comandante Rudolf Höss, en la piel del actor
Christian Friedel, mira una puerta cerrada y al abrirse esa puerta descubrimos
un museos del holocausto con su siniestra memoria de muerte y destrucción. Una
memoria que no podemos olvidar, una memoria que hace que Höss acabe vomitando.
El vómito del director, del actor, del escritor, de la compositora, de nosotros
mismos antes esa banalidad del mal que sigue tan presente en nuestro mundo
contemporáneo.
Shoa de Claude Lanzmann, Filmin
Esos planos finales de La zona de interés me recordaron de
manera inmediata la espléndida serie de Claude Lanzmann Shoa que se puede ver en Filmin. Son cuatro horas de filmación
rodadas entre 1970 y 1980 en las que el director hace una auténtica disección
del holocausto sin mostrar nunca una sola imagen documental del horror. El
césped verde y cuidado que crece en los campos de concentración actuales, los
hermosos bosques que escondían el genocidio, los testimonios de los que
recuerdan de primera mano esa época, son mucho más evocadores que muchas
imágenes. Lanzmann se adentra en la presencia del genocidio judío a través de la
memoria de mucha gente que vivía en su propia zona de interés, sin querer
enterarse de lo que pasaba ahí mismo, detrás de la verja de sus jardines y
casas. Y también de algunos de los “privilegiados” que, como los silenciosos
jardineros de Hedwig, consiguieron sobrevivir aunque fuera sufriendo
humillaciones. Shoa es el
contraplano terrible de La zona de interés.
La floristería de Iris, de Ofir Raul Glaizer
Quizás para aliviar un poco la opresión del corazón que produce el jardín de Hedwig y los bosques de Shoa, valga la pena ver una película pequeña, sencilla, bonita, que conecta con La zona de interés en las flores y el jardín y en el hecho de ser una historia del Israel de ahora mismo. Bueno de ahora mismo no, La floristería de Iris está rodada en el 2022, cuando Israel y Gaza convivían en una relativa, muy relativa, paz y los habitantes de Tel Aviv podían vivir sus propias pequeñas tragedias y amores, indiferentes a lo que pasaba al otro lado de la frontera. Esta es la historia de un triángulo romántico y al mismo tiempo es la historia de una profunda amistad. Eli es entrenador de natación en Chicago. La muerte de su padre, al que no veía desde hace diez años, le hace volver a Tel Aviv donde se encuentra con su amigo de la infancia Yotam. Yotam tiene una novia, Iris, dueña de una preciosa floristería. Esto es el principio de la película, lo que les pasa después es previsible hasta cierto punto, es imprevisible en cierta medida. En todo caso es una historia de amor a tres bandas que funciona en sus silencios, en sus colores, en sus aguas liberadoras, la piscina, el remanso de la cascada, el mar, que a la vez pueden ser espacio de dolor. Iris, Eli y Yotam viven en su propia zona de interés en ese momento. No tengo capacidad para imaginar cómo reaccionarían dos años después ante el ataque terrible del 7 de octubre ni ante lo que está sucediendo en Gaza ahora mismo. Las flores y el jardín, en todo caso, seguro que siguen siendo un refugio.
El regalo de esta semana es una
foto de Ramon de las flores de nuestro jardín, flores que nos ayudan y nos acompañan.
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